11/1/06

Escrito en voz baja



Escrito a lápiz. Microgramas I (1924-1925)
es el título del primer volumen de los Microgramas de Robert Walser que ha publicado recientemente Siruela en la colección Libros del Tiempo.

A lápiz, sí, y con una escritura endiablada, la Sütterlin, encriptada y minúscula. Una escritura en voz baja, como un murmullo inaudible.

Ha sido necesaria una ardua tarea de desciframiento para poder editar estos Microgramas. Con la reproducción de la portada y las guardas se puede hacer idea el lector de lo arduo de esa tarea con letras de un milímetro que han tenido ocupados más de cuatro años a los editores de los textos, Bernhard Echte y Werner Morlang .
Se han tenido que enfrentar a 117 hojas de papel blanco en las que, aprovechando al máximo el papel, Walser fue elaborando entre 1924 y 1932, con lápiz, una serie de textos breves, una literatura de fragmentos escrita por una personalidad hecha pedazos en la ruina de un mundo.
Pero han merecido la pena esos más de cuatro años de trabajo que llevó el descifrar esa escritura complicada. Complicación que procede no sólo de su caligrafía minúscula, sino de la propia complejidad de la prosa de Walser, un escritor laberíntico y alucinado ante el que uno tiene siempre la sensación de que le está tomando el pelo. Reverenciosamente, con mucho protocolo y mucha mano en el ala del sombrero, pero se lo está tomando.
Con estos Microgramas que se publicaron en Alemania en seis volúmenes entre 1985 y 2000 y que Siruela publicará en tres tomos que recogen solo la prosa, se tiene la sensación de que, pese a los muchos años que estuvo ingresado en manicomios, Walser no estaba loco, sino que se hacía el loco.
Eso sí, tenía manías nocivas para la integridad visual de los editores. Como la de escribir con lápiz, porque solo así se sentía creativo después de haber cogido aversión a la pluma, con la que se bloqueaba estilísticamente.
El sistema del lápiz forma parte de un aprovechamiento global de materiales despreciables ajustados a esos asuntos menores que Walser aspiraba a reflejar en su literatura: hojas de calendarios, cartas, facturas, materiales reutilizados, papeles con antecedentes en los que escribía. Un papel aprovechado al máximo. Y no por necesidades económicas: había recibido dos herencias que le garantizaban un buen pasar.
Es el gusto por lo confuso, por lo pequeño, por lo insignificante, por los seres insignificantes que somos todos en el laberinto del mundo y de la prosa envolvente de Walser.
No es eso lo más importante. Lo fundamental es que, como decía más arriba, ha merecido la pena el esfuerzo porque estos textos nos vuelven a situar ante un escritor excepcional, en posesión de una escritura que atrapa al lector y le lleva a mirar el mundo desde una perspectiva inédita, humilde y orgullosa a la vez, marginal siempre.
Con Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo. Por eso los detalles son siempre centrales en Walser. Por eso tienen tanta la importancia las lupas que la señora Schlager, de Tubinga, suministró a los heroicos editores de estos asombrosos Microgramas, en los que Walser habla de lo cotidiano, de lecturas, elabora historias de amor, retratos de personajes, esbozos ensayísticos y crítica cultural.
En ese laberinto los beneméritos Bernhard Echte y Werner Morlang realizan la impagable labor de poner orden en el material agrupándolo en seis secciones que toman su título de los textos de Walser. Títulos llenos de ironía como Por lo general, antes de ponerme a escribir, me enfundo primero una bata de prosas breves o La de cosas que se viven durante el espectáculo.

Escritos a lápiz y en voz baja. Como dicen que hablaba Juan Rulfo cuando daba entrevistas y luego la grabadora no había registrado ni una sola palabra.

Santos Domínguez

Robert Walser. Escrito a lápiz. Microgramas I (1924-1925). Ediciones Siruela. Libros del Tiempo. Madrid, 2005.