5/1/06

“He dado cuerda al reloj grande"



Esas palabras triviales están en una carta que Mozart dirige a Constanze, su mujer, el 11 de junio de 1791, seis meses antes de su muerte. En la misma carta, junto a consejos como que tenga cuidado con los resbalones en el baño, añade: "Hoy, por puro aburrimiento, he compuesto un aria para mi ópera [La flauta mágica]."

A través de textos como ese se construye el material biográfico y narrativo de 1791. El último año de Mozart, de H. C. Robbins, un libro ya clásico en la bibliografía de Mozart, que se publicó en Londres en 1988 y que editó en España casi inmediatamente Siruela. El texto llega ahora a su tercera edición, cuando se recupera con buen criterio para contribuir a la celebración de este año Mozart que acaba de comenzar.

Una incursión en la intimidad y en la creatividad de Mozart en ese último año febril en el que compone La flauta mágica, La clemenza di Tito y el Requiem que le ocupó los dos últimos meses de vida y en torno al cual desde el primer momento se creó un halo de misterio construido con los ingredientes clásicos: una aparición misteriosa, un encargo sin nombre ni plazo y un Mozart que, como el Rafael de La transfiguración, tiene la sensación de estar creando inspirado en la materia de su propia muerte, de estar componiendo la música para su propio entierro.

Un libro que se lee como una excelente narración en la que el lector puede encontrar, junto con detalles íntimos como el inventario de bienes que se hace a su muerte, una plástica reconstrucción del ambiente musical y social de Viena, una ciudad tan ligada a la música, pero en la que se despreciaba o se menospreciaba a los músicos por su falta de educación, por sus modales y sus caprichos.
Por aquí anda también el inevitable Antonio Salieri, enemistado con Mozart a propósito de Cosi fan tutte, la ópera que el italiano comenzó y abandonó y que finalmente compuso Mozart.
Aquí se puede leer la carta orgullosa en la que Mozart solicita el cargo de Maestro de capilla en la catedral vienesa de San Esteban, junto a reproducciones de carteles y primeras ediciones de libretos y abundante material gráfico que nos transporta a la Europa agitada por la Revolución francesa.
Y es que cuando muere Mozart, el 5 de diciembre de 1791, deja atrás no sólo esos meses de cima creativa, sino episodios de vida sórdida en una Viena que no es ya la que había sido, una Viena en la que Mozart había perdido vertiginosamente la salud y una parte sustancial de su público.
Pocos días antes de su muerte había cobrado el anticipo por el Requiem que no pudo concluir y había utilizado ese dinero, como lo que había cobrado por La clemenza de Tito, la ópera con la que se celebró en Praga la coronación del emperador Leopoldo II, para pagar algunas de sus deudas más acuciantes.
Haydn profetizaba que la posteridad no volvería a ver un talento semejante en cien años. Se equivocaba. Han pasado más de doscientos y no ha vuelto a verse nada semejante.

H. C. Robbins Landon 1791. El último año de Mozart. Siruela. Libros del Tiempo. Madrid, 2005

Santos Domínguez