28/11/06

Penumbra


Penumbra.
Antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX.
Edición y prólogo de Lola López Martín.
Rescatados Lengua de Trapo, 2006.


He aquí el origen de una de las líneas más características de la narrativa hispanoamericana contemporánea: una antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX. Una selección de relatos que publica Lengua de Trapo en su colección Rescatados.

Se titula Penumbra y la ha preparado Lola López Martín, que ha escrito el prólogo general y una introducción explicativa de cada autor y un breve análisis antes de cada cuento.

Desde el mismo instante del descubrimiento, incluso desde un poco antes, América es el territorio de la imaginación y El Dorado, de lo maravilloso y la fuente de la eterna juventud, el lugar de los mitos de la edad moderna, el espacio mágico que describieron los cronistas de Indias, cuya influencia en García Márquez no es una casualidad. En ese sustrato están las raíces del realismo mágico que se combinará con otras tradiciones precolombinas o de los esclavos negros que llegaron al Caribe en un mestizaje cultural que se proyecta con fuerza en la imaginación literaria hispanoamericana.

Varios siglos después, a la vez que los procesos de independencia, entre el comienzo irracionalista del Romanticismo y el final de siglo modernista que se afirma sobre las ruinas de la razón realista, el XIX fue pródigo en este tipo de relatos fantásticos que como Hoffmann y Poe inscriben lo maravilloso en el contexto de lo cotidiano y alcanzan su culminación canónica en Yzur, el famoso cuento de Leopoldo Lugones.

La primera ruptura conocida con los modelos racionalistas en América se documenta en Cuba en 1890: es el Raro ejemplo de un sonámbulo, un texto breve que contiene el germen de uno de los resortes de lo fantástico: la confusión del sueño y la vigilia.

EN NUEVA YORK soñó una persona que estaba cogiendo pájaros. Por la mañana al levantarse halló en su cama un nido entero de golondrinas. Las había cogido la noche pasada en las vigas de su casa, adonde subió por una escala muy alta. Los que estudian la historia del hombre pueden apuntar esta noticia para ayudarse en sus meditaciones.

No llega el texto, aunque se acerca, a la altura atrevida de la rosa de su coetáneo Coleridge, donde el poeta había escrito: Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?

En 1791, ese tipo de confusiones producía ambigüedades y reservas patentes en títulos como el de la Carta verídica sobre un maravilloso fenómeno, el relato que cuenta la historia de un hombre menguante y anticipa las fantasías de los duendes y otros seres minúsculos.

El eclecticismo del Papel periódico, un diario de avisos donde la pérdida de una caja de carey o de un esclavo negro compartía espacio con el relato de sucesos fantásticos, extraños o curiosos, fue el que abrió el camino para esta literatura visionaria. Las magníficas ilustraciones que abren cada texto, tomadas de muy distintas fuentes, contribuyen de forma brillante a subrayar la imaginación plástica y las visiones sobrenaturales.

Lo misterioso, lo oculto, lo siniestro viven en estos cuentos en la zona secreta de sombra o de penumbra que confunde la ficción con la realidad y produce efectismos truculentos a los que era tan aficionada la febril sensibilidad romántica: hechicerías y lugares mágicos, estatuas con poderes y las alucinaciones monstruosas de la fiebre, novias de muertos y catalépticos, emparedados y otras hierbas maléficas.

Leyendas y ángeles caídos, cuadros mágicos y hombres artificiales, clarividencias y ocultismos, sensualidad y terror nutren estos textos, de brillante imaginería parnasiana, de algunos de los mejores prosistas hispanoamericanos del XIX: de Ricardo Palma a Rubén Darío, de Eduardo Wilde a Leopoldo Lugones.


Santos Domínguez