24/5/07

Borges. Una vida


Edwin Williamson.Borges. Una vida.
Traducción de Elvio E. Gandolfo.
Seix Barral. Barcelona, 2007.

Huelga decir que las incontables sutilezas e invenciones de un texto literario no pueden reducirse a las meras circunstancias vitales de un escritor. Una biografía no pretende explicar el misterio de la creación artística. Al mismo tiempo, como una vez observó Borges, “sería ridículo negar las posibilidades de la biografía.” Después de todo, la biografía es una rama de la crítica literaria, y su valor, a mi juicio, reside en la evaluación de las posibles correspondencias entre texto literario y contexto personal, lo cual ayuda a definir la idiosincrasia del estilo y la temática de un autor, y a explicar las distintas etapas de su evolución. De hecho, creo que mi aproximación crítico-biográfica abre nuevas vías interpretativas en la obra de Borges y multiplica las posibilidades de nuevas lecturas.

Titular de la Cátedra de Estudios Hispánicos de la Universidad de Oxford, Edwin Williamson publicó esta biografía de Borges en inglés en 2004. La edición que ahora publica Seix Barral, en su colección Los Tres Mundos, es una versión corregida y aumentada del original inglés de hace tres años.

Borges fue uno de los grandes escritores del siglo XX y el más influyente de los que escribieron en español en la época contemporánea. Influencia que ejerció no sólo sobre la literatura hispanoamericana y española, sino sobre autores de EEUU, Inglaterra, Francia o Italia.
Poesía y ficción fueron sus cauces creativos, y con esos materiales se fue tejiendo no sólo un mito sino la leyenda de un escritor sin vida, de un hombre al margen del mundo, encerrado en su ceguera y en las bibliotecas totales que le ponían al margen del tiempo, en su torre de marfil y palabras.
A destruir esa leyenda contribuyó el libro de memorias de Estela Canto que presentaba a un Borges conflictivo, desgraciado y contradictorio, acosado por sombras que no vienen sólo de la ceguera. O el polémico Esplendor y derrota de Mª Esther Vázquez.
Empresa ardua la de escribir una nueva biografía de Borges, en busca del lugar en donde se juntan vida y obra, el puñal y la espada, el tigre y el espejo en el contexto de la experiencia personal, porque, como dejó escrito en su Profesión de fe literaria, toda literatura es autobiográfica finalmente.

La civilización y la barbarie en conflicto en una época en que familia y nación confunden sus destinos, la espada del honor y el puñal del gaucho decoran las muertes militares de algunos antepasados. Sus padres, Leonor Acevedo y el padre, el intruso, el hijo anarquista de una viuda inglesa, proyectaron en su hijo frustraciones y esperanzas en una infancia con tigres y libros y evocaciones de ancestros familiares heroicos. Un puñal, un tigre y una biblioteca pueblan su infancia y el recuerdo de su infancia. Una obsesión, la de los tigres que le acompañaría toda su vida, como las bibliotecas.

Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría la biblioteca de mi padre.
Borges fue entre 1921 y 1934 un poeta enamorado que tras escribir Fervor de Buenos Aires bajo la influencia de Macedonio Fernández, descubrió la vanguardia y la incertidumbre ideológica, vital y literaria. Es el enamorado inseguro y titubeante ante Norah Lange. El peso de aquella tarde en que Borges la llevó a una fiesta de la que salió para acostarse con Oliverio Girondo lo acompañó siempre. La humillación y la depresión acompañaron a un Borges que incurrió en el escepticismo desilusionado y algo kafkiano de sus textos más característicos.

La relación entre autobiografía y textos es constante no sólo en su poesía sino en sus relatos. El material que los alimenta es menos la literatura que la vida. Lo explica Williamson a propósito de El hacedor, o desvelando las claves autobiográficas de El Aleph, en el que persiste la desolación humillada por el rechazo de Norah Lange.
Borges pasa una temporada en el infierno entre 1934 y 1944, una década de insomnios, pesadillas y tentaciones suicidas de las que le salvaron la literatura y la amistad con Bioy Casares. Fue la época de la muerte del padre y su primer empleo con casi cuarenta años en una biblioteca llena de funcionarios que ignoraban la literatura y despreciaban los libros.

Hay en esta biografía un análisis excelente y pormenorizado de El Congreso y de El jardín de senderos que se bifurcan, dos relatos centrales en Borges, y de las claves de la desilusión en tres cuentos: Las ruinas circulares, La lotería de Babilonia y La biblioteca de Babel, escritos entre 1940 y 1941.

Vendrán después los años de relación con la nueva Beatriz que pudo ser Estela Canto, relación que frustró la madre absorbente e imposible de un Borges al que trataba como un niño. Un Borges inhibido en lo sexual y cohibido en lo personal al que dejó Estela Canto casi a la vez que Perón arrasaba en las urnas.

Surgen como consecuencia de aquellos episodios una serie de textos marcados por la frustración y la desesperación, el sentimiento elegiaco del tiempo y las pérdidas. Y la literatura con la que intenta convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo.

La literatura como salvación. Sobre todo a partir de aquel mayo de 1961 en que el Premio Internacional de los Editores supone el reconocimiento universal de Borges, que a partir de entonces entra en un torbellino de giras, ediciones y traducciones.

María Kodama, la Ulrika que da título al cuento más confesional de Borges, las ambiguas relaciones con aquella Junta militar de asesinos a los que en su ceguera y sus supersticiones confundió con un grupo de caballeros, son el telón de fondo de unos últimos años no menos infelices que los anteriores.
Es esta una excelente introducción a la obra total de Borges, una explicación de sus claves y un motivo para releer la altísima literatura con la que el argentino contestó a sus desdichas, que a juzgar por sus últimos libros se incrementaron en su decrepitud física.

Y es que posiblemente hay un vínculo secreto que conecta las humillaciones y derrotas de aquel hombre desgraciado y cohibido con su dedicación a la literatura. De aquella infelicidad, de aquella angustia surge el mundo narrativo y poético de quien en un arranque autocompasivo escribió:

He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.


Santos Domínguez