29/5/07

Cuentos de Hemingway


Ernest Hemingway.
Cuentos.
Traducción de Damián Alou.
Lumen. Barcelona, 2007.


Precedidos de un prólogo en el que García Márquez evoca el día en que vio a Hemingway de lejos en París y le llamó maestro, Lumen edita sus Cuentos, la parte más interesante de la obra del norteamericano, la recopilación que publicó en 1939 con el título de Los cuarenta y nueve primeros relatos.

Están aquí, entre esos cuarenta y nueve cuentos, algunos de los mejores de su autor, de la literatura norteamericana y del siglo XX.

Muchos de estos cuentos son obras maestras fáciles de parodiar e inmunes al olvido. Esas palabras son de Harold Bloom, que detectó ese carácter magistral y aludió a que Hemingway practicó con frecuencia la autoparodia involuntaria que le llevó al fracaso estético de El viejo y el mar.

Cuentos como Los asesinos, Las nieves del Kilimanjaro, Un gato bajo la lluvia o Colinas como elefantes blancos que figuran entre los más leídos de su autor y que constituyen modelos memorables y lecciones continuas de la técnica del relato corto.

Fue en estas distancias cortas donde Hemingway demostró su mayor capacidad. Y al igual que en el boxeo o la tauromaquia, dos de las más conocidas aficiones de Hemingway, en el cuento todo es cuestión de distancia, geometría y precisión. No decía ninguna tontería Cortázar, otro apasionado del boxeo cuando, desde su esquina, recomendaba el k.o. para el cuento y la victoria a los puntos para la novela.

Hemingway no siempre lo entendió así, y sus novelas, cuentos desmedidos según frase de García Márquez, acusan con frecuencia una serie de defectos propios de quien no era un corredor de fondo en el campo de la narrativa. Harold Bloom lo decía más sibilinamente: Había un daimón en Hemingway, pero era un espíritu lírico que solía alejarse cuando la narración se extendía demasiado.

Un ejemplo: El invicto, un excelente relato de tema taurino, muy superior en la captación de ese mundo a Fiesta, Muerte en la tarde o El verano peligroso.

Con ese aliento genial pero de corta duración, Hemingway crea en sus cuentos un mundo de perdedores y de idealistas fracasados, de personajes maltratados por la vida y abocados a la muerte. En muchos de estos cuentos, a lo largo de seiscientas páginas de buena literatura, resuenan las voces de Shakespeare y de Withman, y los silencios, porque la escritura de un cuento sólo funciona si por encima del agua, como en un iceberg, sólo emerge la octava parte de su volumen.

Cuando uno vuelve a leer estos cuentos después de varios años -vuelvo a Harold Bloom otra vez- lo toman por asalto: su estilo y su visión imaginativa son ejemplares.

Posiblemente sea Hemingway el autor más utilizado en los talleres literarios. Ahora por fin se puede disponer de una traducción presentable de la obra de un autor frecuentemente maltratado por los traductores. Los personajes ya no hablarán el tejano de los rufianes que igualaba al torero fracasado en una taberna de Madrid y a Nick Adams o a Francis Macomber.

Las traducciones de Damián Alou consiguen que el lector de estos relatos en español ya no tenga esa sensación de estar ante una versión degradada de lo que escribió aquel maestro al que saludó a voces García Márquez en el bulevar Saint Michel.

Santos Domínguez