11/5/07

Los libros del blog



Félix de Azúa.
Abierto a todas horas.
Alfaguara. Madrid, 2007.


Alfaguara acaba de lanzar una nueva colección, Los libros del Blog, que reúne textos que se han ido publicando en El Boomeran(g), el blog literario latinoamericano.

Como explica Basilio Baltasar, editor de El Boomeran(g) y director de la Oficina del Autor, en Un blog no es un bloc, el texto que presenta esta colección, se trata de fomentar la relación que debe existir entre la Galaxia Gutenberg y la Galaxia Google, de evitar el divorcio de ambas culturas y de promover nuevas formas expresivas en la red, de proporcionar a la literatura un espacio en el que se reinvente.

Con ese objetivo, se invitó a unos cuantos autores a escribir diariamente en el blog del Boomeran(g). Y el resultado, uno de los resultados, es la edición de tres libros que recogen una selección de entradas del blog de Félix de Azúa, Abierto a todas horas; de Santiago Roncagliolo (Jet Lag) y de Marcelo Figueras (El año que viví en peligro).

Los tres autores reflexionan sobre la experiencia en los textos iniciales de cada volumen:

El Boomeran(g) me ha ofrecido una herramienta invalorable, parecida a la que encendía el alma de Homero cuando recitaba en público, un Teatro del Globo virtual, un contacto similar al que Dickens experimentaba cada vez que convocaba a sus lectores para leer —¡y actuar!— sus textos. Marcelo Figueras

La ventaja del ciberespacio es la libertad creativa y la flexibilidad total: en un periódico, uno escribe entrevistas o reportajes o críticas o crónicas. Tienes una sección y un género. El blog puede ser todo eso alternativamente, ya que es un soporte, no un género. Y a la vez, es personal. No hay líneas editoriales ni perspectivas corporativas. Sólo una voz. Un blog es lo que su autor quiera hacer de él, simplemente. Y lo que pueda, claro. Santiago Roncagliolo

Del prólogo de Abierto a todas horas, el libro del blog de Félix de Azúa, extraigo este párrafo:

Durante un año traté de mantener una sana esperanza y no escribir sino palabras verdaderas. Todos los días, sin descanso, como los antiguos trabajadores de las canteras de Carrara, los cuales creían estar proporcionando bloques a los grandes escultores del Renacimiento cuando, en realidad, estaban tallando el paisaje más bello de Italia, un abismo blanco de escalones de mármol que conducen a la sima invisible de la cantera. Paisaje, por cierto, que se divisa desde el tren. Así un año entero, sin descanso, como un galeote. Algunos días mis palabras resbalaban sobre el éter como grasa atacada por detergente y comprendía que aquellas frases no eran verdaderas y que, si miraba de cerca, no me las creía ni yo. En ocasiones tenía que decir insensateces o trivialidades para no mentir. Alguna vez me parece que incluso traté de silbar. Hice el ridículo. Como el lector puede comprobar si ha llegado hasta esta línea del prólogo, al cabo del año fracasé. No pude librarme del escepticismo, en las últimas semanas tuve un ataque de mentiras semiborrosas, algunas estrellas comenzaron a toser como tubos de escape horadados escupiendo mis frases, y acabé decepcionando a mi infernal apoderado. Ésta es la razón por la que regreso a la página de papel y a la celulosa. Han pasado unos meses desde que lo dejé. Miro sin cesar el firmamento. Hago esfuerzos para librarme de la incredulidad. Pruebo, aunque sea con tinta, a escribir palabras verdaderas con buena letra. Si consigo ponerme en forma a la manera de los boxeadores, perder peso, afilar los músculos, endurecer los puños, este verano volveré a la tasca en donde me encontré con Mefisto para proponerle un nuevo contrato. No es cosa de dejarlo ahora que ya tantas voces responden entre las estrellas.

No ha sido el blog –género o soporte- el que le ha dado el talento a Félix de Azúa, pero en los textos de Abierto a todas horas también lo ha proyectado. Con diversos temas (desde la más alta literatura a una modesta casa de comidas), con pasmosa variedad de tonos y de enfoques, entre memoria, relato y artículo, tienen estos textos una calidad literaria y una exigencia intelectual que son la mejor demostración de que el empeño mereció la pena. Y de que estamos ante una forma expresiva de enorme versatilidad.


Santos Domínguez