30/9/07

Memorias de un señor bajito


Rafael Azcona.
Memorias de un señor bajito.
Pepitas de calabaza.
Logroño, 2007.



Pepitas de calabaza acaba de reeditar las Memorias de un señor bajito que Rafael Azcona publicó a mediados de los años cincuenta en La codorniz.

Las publicó en libro Mario Lacruz cuando dirigía la Enciclopedia Pulga. Revisadas y ampliadas con algún episodio que prohibió la censura, son un reflejo la sociedad española de la época a través de Juliano Fernández, un señor bajito y normal que llegó a ser Inspector de Tontos de Pueblo.

Con una mezcla de ironía y tristeza, su humor corrosivo y amargo está presente desde la dedicatoria:

A mis padres y demás familia, comprendidos nuestros primos los chimpancés, con el ruego de que hagan lo posible por olvidarme.

Yo fui bajito desde niño
es la frase inaugural de unas memorias organizadas según un esquema que recuerda las narraciones autobiográficas de la novela picaresca: el antihéroe que cuenta su vida, la alusión inicial a los padres, el constante cambio de oficios o la mendicidad.

La vida de Juliano Fernández es una novela que aborda en capítulos rápidos los peligros de la patata cocida, un odioso polipasto y una ingrata Florentina que lo abandonó. Tras eso se hizo fabulista y escribió, de su puño y numen, la fábula del asno y la motocicleta y una nueva versión de la fábula de la cigarra y la hormiga con la benemérita en papel estelar. Abrió luego un productivo consultorio de corazones rotos y tuvo en Avelina un amor fatal.

Organizada en dos partes y un intermedio paranormal en el que pierde momentáneamente su condición humana, antes de obtener la Medalla al Mérito Agrícola y de convertirse en inspector examinador de Tontos de pueblo. Cuando perdió tan jugosa canonjía practicó la económica vida del bohemio, trabajó en el circo con disfraz canino y en la Bolsa para arrancar cada día la hoja del calendario, antes de rematar las memorias con esta amarga contundencia:

La felicidad, ¿y eso qué es?

Santos Domínguez


29/9/07

Entre el muro y el foso


Julio Martínez Mesanza.
Entre el muro y el foso.
Pre-Textos. Valencia, 2007.


Tras Europa, un libro creciente en sucesivas ediciones desde 1983, y Las trincheras, que recogía textos escritos entre 1986 y 1996, Julio Martínez Mesanza publica su tercer libro de poemas, que se encomienda a una cita del trovador Gui de Cavaillon, en la que alude a una guardia nocturna y solitaria en ese espacio estrecho que hay entre un muro y un foso. Y así comienza también uno de los textos más representativos del libro:

Entre el muro y el foso, largas noches.
Negras noches de guardia junto a nadie.
El muro, la ansiedad y el negro foso
que no puedo mirar y el cielo negro.

De cuidado diseño estructural, Entre el muro y el foso, que edita Pre-Textos, está organizado en cuatro partes de nueve, doce, doce y nueve textos. Un rectángulo sólido ocupado por las torres caídas y los laberintos, el desierto y los puentes derribados, las noches y las rosas mortales, con una oscura tonalidad reflexiva en la que se conjuran lo moral y lo épico para construir una poesía sin preguntas, como toda la de su autor, una poesía elegiaca y un lamento del tiempo:

Lirio en el agua, inaccesible lirio,
y agua que escapa, luz inaccesible.

Me llevaré a la oscuridad tus ojos,
la hermosura terrible de este mundo,

la culpable hermosura de esta tarde,

la luz inaccesible de tus ojos.

Porque la tarde es última y oscura,

una hermosura sin después, un pozo
en el que va a ahogarse un niño, un pozo

con un lirio en su fondo inaccesible.

Todo se apaga alrededor y queda

sólo un pozo en el centro de la tarde

y un lirio inaccesible y, en mis ojos,
la luz que mataré cuando me vaya.

Reflexividad que es doble, porque aquí el poeta es sujeto y objeto de una reflexión que se inicia en la primera palabra del primer poema (Pienso en todas las torres), en el que esas torres recuerdan las del último poema de Las trincheras, que anunciaba en buena medida la tonalidad y la temática de Entre el muro y el foso:

Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:

esas torres que alcé y ese desierto

que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron

y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.

Y los amigos no vendrán tampoco,

igual que yo no iré a ninguna parte:

han quedado atrapados en sus reinos,
perplejos como yo, sin esperanza,
y miran las desmoronadas torres

que fueron su pasión y su defensa,
y el desierto es el dueño de sus almas.

Nadie, nada y no son seguramente los términos más repetidos a lo largo de un libro serio, seco y grave, más propenso a la sustantividad del concepto que al uso de la imagen o al halago sensorial del sonido o el cromatismo. Aquí los colores desvanecidos y los fuegos que se apagan atraviesan unos poemas en los que la nieve es sucia y el azul cansado, y el gris confunde con su luz de eclipse el mar y el cielo:

Va cegada de niebla mi alegría,
no ve las torres últimas de Lodi,

la llanura marchita, el turbio río.
Hacia sí vuelve para darse cuenta
de que no es alegría porque es niebla.
Entonces nuevamente me sumerjo

en el lugar y tiempo tan frecuentes
que son mi vida y llamaré tristeza.

De ahí nacen los juicios sobre el mundo,
los juicios sobre mí, las distorsiones,

las palabras que apagan los colores,
el blanco y negro que envenena el alma.


Poemas que trazan, con la flexibilidad del endecasílabo blanco, tan proclive al matiz del encabalgamiento, el bajorrelieve del mundo, el friso de la pasión inestable y permanente que es la poesía para Julio Martínez Mesanza.

Santos Domínguez

28/9/07

La Guerra Fría


Álvaro Lozano.
La Guerra Fría.Editorial Melusina. Barcelona, 2007.
Cuando la noche del nueve de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín hasta los más escépticos comprendieron que la crisis del mundo comunista era ya irreversible. No han pasado ni dos décadas y ya se han publicado numerosos libros sobre el conflicto que enfrentó durante medio siglo a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Este que aquí reseñamos, La Guerra Fría, publicada por la editorial Melusina, obra del historiador Álvaro Lozano, merece entre esos títulos un lugar de honor. Y no porque se trate de una obra enciclopédica y definitiva sobre el período (como el mismo autor reconoce en su imprescindible capítulo primero, son acontecimientos demasiado próximos como para atreverse a dejar zanjados ciertos debates), sino por la claridad expositiva que exhibe el autor y por su impresionante capacidad de síntesis a la hora de tratar las crisis que fueron jalonando ese largo conflicto, característica que convierte a esta obra en lectura obligada para estudiantes de historia contemporánea y para todos aquellos que deseen hacer un primer acercamiento a la historia del siglo XX.

Así, en unas pocas páginas consigue dar una explicación coherente y comprensible de la llamada Primavera de Praga o de la crisis de los misiles de Cuba, siempre procurando no caer (como él mismo explica) en esa trampa tan usual de los historiadores (recuerden que ya conocen el final de la historia) de contar los acontecimientos como una serie de sucesos que se dirigen hacia un final obvio y predecible.

Álvaro Lozano, un lujo en una obra relativamente breve, se permite exponer al analizar algunas de las crisis de la Guerra Fría, los diversos enfoques historiográficos que se han dado sobre estos acontecimientos, unas veces tomando partido y otras dejando el debate abierto. Teniendo en cuenta la cercanía de algunos de esos hechos (y que muchos documentos secretos lo seguirán siendo durante décadas) parece una postura prudente mostrar diferentes interpretaciones.

La Guerra Fría aparece como un conflicto que, por supuesto, fue mucho más allá de lo militar, para entrar en el terreno de la economía, la cultura o la propaganda. Ambos bandos pretendían extender su modo de vida al conjunto del planeta y la presión que ambas superpotencias ejercieron sobre los demás países convirtió a la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América en una confrontación global, en una extraña tercera guerra mundial que nunca sucedió porque ambos contendientes, conscientes de la capacidad destructiva de sus respectivos arsenales nucleares, se enfrentaron siempre en territorio de terceros.

Resulta sorprendente saber que bajo el casi tranquilizante nombre de Guerra Fría se ocultaban muchos horrores, en especial los veinte millones de muertos que calcula Álvaro Lozano se produjeron en los conflictos que tras la Segunda Guerra Mundial enfrentaron a los dos bloques. Más sorprende enterarse que de todos esos muertos, sólo 200.000 fueron occidentales, mientras que los conflictos en África, América y sobre todo, Indochina sumaron el grueso de los fallecidos; zonas donde el conflicto fue paradójicamente abrasador.

Lo peor es que terminada la lectura de este libro, y a pesar de los millones de muertos, los dictadores que ambos bandos sostuvieron en el poder cuando les interesaba (“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, que dijo Roosevelt de Somoza, podría ser el lema de la Guerra Fría), la indignidad del gasto armamentista y el horror nuclear, no podemos evitar sentir nostalgia por una época en la que no eran posibles casos como el de Arabia Saudita hoy, por un lado financiando el islamismo más radical y por otro comprando armas a Estados Unidos, principal consumidor de su petróleo; o como Pakistán guarida del terrorismo islámico y cuyo presidente es la gran esperanza estadounidense para acabar con Al-Qaeda y capturar a Ben Laden.

Antes de la caída del muro por lo menos sabíamos quiénes eran los nuestros.

Jesús Tapia

La maga primavera y otros cuentos



Emilia Pardo Bazán.
La maga primavera y otros cuentos.
Edición y prólogo de Marta González Megía.
Rescatados Lengua de Trapo. Madrid, 2007.

De un cuento inédito hasta ahora de Emilia Pardo Bazán, La maga primavera, toma título un generoso volumen de relatos que acaba de publicar Lengua de Trapo en su colección Rescatados, con edición de Marta González Megía.

Cuarenta años en la vida de Emilia Pardo Bazán (1881-1921) titula la editora un prólogo en el que presenta estos cuarenta y ocho relatos que recogen una amplia trayectoria de más de cuatro décadas dedicadas a la narración corta, una muestra representativa de los más de seiscientos que escribió a lo largo de su vida.

Publicados muchos de ellos en revistas o periódicos y recopilados luego en quince volúmenes, el último que escribió, El árbol rosa, que se publicó póstumo, cierra una carrera literaria que se centró en el relato corto de forma progresiva.

Fue ese el género en el que más destacó la autora gallega y en el que dejaron su huella los distintos movimientos estéticos de finales del XIX y comienzos del XX, del Romanticismo al Expresionismo, pasando por el Costumbrismo, el Naturalismo o el Modernismo.

Realistas o fantásticos, descriptivos o simbólicos, predominan en ellos cuatro temas: la religión, el amor, el feminismo y lo metafísico. Y en todos ellos, un buscado equilibrio entre el personaje y el ambiente rural o urbano, entre el interior y el exterior, con una estructura narrativa lineal y un narrador casi siempre omnisciente y, en contadas ocasiones, testigo o protagonista.

Muchos de los relatos aquí seleccionados constituyen una prueba demostrativa del dominio técnico y la variedad temática y estilística de la narrativa de Emilia Pardo Bazán. Bastarían algunos como Champagne para ejemplificar su dominio del diálogo, o La exangüe para mostrar su capacidad narrativa.

Complementa este volumen al anterior Bucólica y otras novelas, que preparó para esta misma editorial Marta González Megía, del que dimos cuenta en estas páginas.

Santos Domínguez

26/9/07

Cuentos que acaban mal


Géza Csáth.
Cuentos que acaban mal.
Narrativas El Nadir.
Valencia, 2007.


Morfinómano y psiquiatra, uxoricida un momento antes del suicidio, el húngaro József Brenner (1887–1919), que firmaba con el seudónimo Géza Csáth, proyectó sus impulsos literarios y sus convicciones freudianas en la narrativa, la poesía o el teatro, pero fue en el terreno minado del relato corto donde dio la medida de su talento incisivo y las señas inquietantes de su malditismo y su nihilismo moral.

La editorial El Nadir publica por primera vez en español una selección significativa de su mundo narrativo en el volumen Cuentos que acaban mal, con dieciocho relatos de una concentrada intensidad.

Oculto por su doble condición de autor maldito y periférico, de escritor en una lengua difícil, esta primera traducción de sus narraciones es una inmejorable ocasión de descubrir un mundo inquietante y opaco como pocos.

Estos dieciocho relatos son una indagación literaria en el mal, una bajada a los abismos del inconsciente destructivo y perverso, unos cuentos crueles, de contundencia ácida que exploran sin contemplaciones el fondo secreto de los personajes y sus conciencias.

Pródigos en descripciones, en el humor negro y en la mirada introspectiva, la preferencia de Csáth por el narrador-personaje (testigo o protagonista) dota a estos relatos de una fuerza inusual. La verosimilitud que da ese recurso hace creíble la maldad sin límite ni finalidad que recorre estos textos, con el telón de fondo de un mundo en blanco y negro, afilado y tortuoso como los decorados del expresionismo alemán.

Decir de ellos que son cuentos de misterio o de terror sería rebajar los grados de su intensidad y simplificar la complejidad y la hondura de una mirada que está en el límite de lo soportable.

La dificultad de la traducción la ha tenido que salvar un trabajo en equipo en el que la traductora Bernadette Borosi ha contado con la ayuda de Marga Valdeolmillos, que ha revisado el texto y ha procurado mantener la tonalidad estilística de Csáth.

La labor ha dado su fruto en una edición muy cuidada y en una traducción más que meritoria de estos cuentos que acaban mal, como el propio autor, que en Opio, uno de los mejores textos del libro, explica su actitud inconformista ante la vida con esta frase que vale como resumen de su mundo:

Quien se conforma, se resigna a morir antes de haber nacido.

Aunque, pensándolo bien, ¿quién no acaba mal?

Santos Domínguez

24/9/07

El hombre del salto


Don DeLillo.
El hombre del salto.
Traducción de Ramón Buenaventura.
Seix Barral. Barcelona, 2007.

La crítica anglosajona ha saludado El hombre del salto, que acaba de publicar en España Seix Barral con traducción de Ramón Buenaventura, como la mejor novela de Don DeLillo.

Las comparaciones, incluso dentro de la trayectoria de un mismo autor, son odiosas, pero también es esta la novela de DeLillo que más me ha interesado, por su tensión, por su fuerza visual, por su pericia narrativa.

Tomando como hilo conductor la historia de Keith Neudecker, un abogado de 39 años que sale del infierno del World Trade Center cubierto de cenizas, El hombre del salto tiene la estructura de un tríptico que culmina en la figura del hombre del salto, un misterioso artista callejero, David Janiak, que tras los atentados comenzó a aparecer en los puentes y edificios de la ciudad para lanzarse al vacío, sujeto sólo por un arnés, y vestido con traje y corbata, como la víctima del 11-S de la famosa foto:

Había un hombre colgando por encima de la calle, cabeza abajo. Llevaba un traje de ejecutivo, tenía una rodilla levantada y los brazos pegados al cuerpo. Apenas se veía el arnés de seguridad, que le asomaba por la pernera recta del pantalón y estaba anclado al riel decorativo del viaducto.
Le habían hablado de él, un artista callejero al que llamaban El Hombre del Salto. Había hecho varias apariciones la semana pasada, sin previo aviso, en varias partes de la ciudad, colgado de una u otra estructura, siempre cabeza abajo, con traje, corbata y zapatos de vestir. Traía a la mente, por supuesto, aquellos siniestros instantes dentro de las torres en llamas, con la gente cayendo u obligada a saltar. Lo habían visto colgando de una galería en el patio de un hotel y había salido escoltado por la policía de una sala de conciertos y de dos o tres edificios de pisos con terrazas o tejados accesibles.

DeLillo ha escrito una novela sobrecogedora y lo ha hecho con una tensión narrativa y emocional que atrapa al lector desde el comienzo:

Ya no era una calle sino un mundo, un tiempo y un espacio de ceniza cayendo y casi noche. Caminaba hacia el norte por los escombros y el barro y pasaban junto a él personas que corrían tapándose la cara con una toalla o cubriéndose la cabeza con la chaqueta. Iban con pañuelos apretados contra la boca. Llevaban los zapatos en la mano, una mujer con un zapato en cada mano pasó corriendo junto a él. Iban corriendo y se caían, algunos de ellos, confusos y desmañados, con los cascotes derrumbándoseles en torno, y había gente que buscaba cobijo debajo de los coches.
El estrépito permanecía en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza venían rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolinándose en las esquinas, sísmicas oleadas de humo, con destellos de papel de oficina, folios normales con el borde cortante, pasando en vuelo rasante, revoloteando, cosas no de este mundo en el fúnebre cobertor de la mañana.
Llevaba traje y maletín. Tenía cristal en el pelo y en el rostro, cápsulas veteadas de sangre y luz. Dejó atrás un rótulo de Desayuno Especial y pasaron corriendo junto a él, policías de la ciudad y guardias de seguridad, con la mano apoyada en la culata de la pistola, para mantener estable el arma.

Y el lector empieza a recorrer como un autómata, como el protagonista las calles, rodeado también por la destrucción y los escombros, las páginas de una novela que está a la altura del impacto que la origina.

Una lectura demoledora sobre un paisaje de demoliciones en el que se proyecta metafóricamente la ruina vital del protagonista y de su mundo, reducido también a cenizas:

Estamos preparados para hundirnos en nuestras pequeñas vidas, dice Keith Neudecker.

Con el prodigio envolvente de su estilo, Don DeLillo conduce al lector por un universo narrativo en el que desempeñan un papel determinante unos prismáticos, el maletín de otra persona, una separación, la metralla orgánica, el humo y las cenizas o la perspectiva europea de Martin.

Al final de cada una de las partes del tríptico, DeLillo, que quería estar en las Torres y en los aviones, hace un rápido y eficaz contrapunto sobre Hammad, uno de los suicidas, y su evolución al fanatismo y a la inmolación en uno de los aviones, el del vuelo 11 de American Airlines, en un final que cierra, con el impacto del avión en la torre, el círculo infernal de esta espléndida, de esta ( perdón por la previsible metáfora) impactante novela.

Santos Domínguez

22/9/07

Jane Kenyon. De otra manera



Jane Kenyon.
De otra manera.
Traducción de Hilario Barrero.
Pre-Textos. Valencia, 2007.

La desnuda vulnerabilidad de Jane Kenyon titula Hilario Barrero la precisa introducción que ha escrito para presentar su edición bilingüe de esta antología de la poeta norteamericana en Pre-Textos.

Recuerda allí una declaración de Jane Kenyon (1947-1995) en la que poco tiempo antes de su muerte se planteaba la poesía como refugio, como un lugar seguro.

De otra manera
propone una selección significativa de todos sus libros. Entre Para la noche, el primer poema de su primer libro, y La esposa enferma, un texto que escribió y corrigió en su último mes de vida, se recogen en esta antología sesenta textos que representan la evolución poética de Jane Kenyon, sus intereses estéticos y las emociones y preocupaciones de su mundo doméstico y cotidiano.

Poemas que le dieron cierta fama en su país, como La camisa o El pretendiente, y textos que la contienen y resumen en gran medida, como Que venga la noche o Peonías al atardecer, se ponen por primera vez al alcance del lector español e hispanoamericano en un volumen mimado por el afecto, la sensibilidad y el rigor del traductor, Hilario Barrero, que ya había dado una muestra de la poesía de Kenyon en la revista Clarín hace unos años.

El café matutino o la montaña, el paisaje rural en que transcurrió gran parte de su vida se integra y crece en la pequeñez de lo cotidiano, elevado aquí a la condición de materia poética y tratado con la honestidad exacta de la sinceridad del dolor:


entonces supe  que tendría que vivir y continuar viviendo: qué doloroso fue; y todavía qué dolor quema pero no destruye mi corazón.

Los amigos, la casa en la colina, los animales, una nevada en el establo o la enfermedad son algunos de los temas que sustentan esta poesía cercana por su fondo y su forma, porque consuela al lector tras haberle conmovido y transforma en belleza el sufrimiento, con una tonalidad muy parecida a la de la poesía de María Victoria Atencia:


Cuánto mejor es echar leña al fuego que lamentarse sobre la vida. Cuánto mejor estirar la basura en el estiércol o prender la sábana limpia en la cuerda con unas viejas pinzas de madera.

Las peonías y los ratones, los gatos y la ropa del armario, el murciélago y la oropéndola o la basura... Y siempre, por encima de todo eso, la voz de una mujer que mira la precariedad de lo que vive:

Y planeé otro día exactamente igual a este. Pero un día, lo sé, será de otra manera.

 Y sale el lector de este libro delicado y bellísimo conmovido y con una rara tristeza, como si se le hubiese muerto alguien muy cercano.

Santos Domínguez

21/9/07

La casa de Shakespeare


Benito Pérez Galdós.
La casa de Shakespeare.
Breviarios de Rey Lear.
Madrid, 2007.

En septiembre de 1889 Galdós peregrinó a Stratford on-Avon en busca del alma de Shakespeare. De ese viaje, que no era el primero que el novelista hacía a Inglaterra, surgió este texto que apareció en Memoranda (1906), hace ahora casi justamente un siglo, y ahora recupera la editorial Rey Lear.

Desde las primeras líneas del texto, el tono y la actitud de Galdós son los de un peregrino:

Pisé el suelo, que no vacilo en llamar sagrado, donde está la cuna y sepulcro del gran poeta. Desde luego afirmo que no hay en Europa sitio alguno de peregrinación que ofrezca mayor interés ni que despierte emociones tan hondas.

Galdós, que tiene la sensación de ser uno de los pocos españoles que han visitado aquella Jerusalén literaria, coge un tren en Birmingham y, tras parada y fonda en el Shakespeare's Hotel de Stratford-on-Avon, describe la casa del maestro y sus reliquias y alcanza la cumbre de su peregrinación en la Trinity Church, donde está la tumba del poeta, en la que el cantero confundió a Sófocles con Sócrates, que le sonaba más, aunque tenía menos (o sea, nada) que ver con el teatro.

Con buen criterio, a manera de prólogo se ha incorporado un capítulo de las Memorias de un desmemoriado, en las que Galdós alude a aquel viaje y a otros lugares de Inglaterra y Escocia.

Santos Domínguez

20/9/07

Manual del editor




Manuel Pimentel.
Manual del editor.
Cómo funciona la moderna industria editorial.
Manuales Berenice. Córdoba, 2007.

Decía Manuel Borrás, el ejemplar editor de Pre-Textos, que el mejor libro que puede escribir un editor es su catálogo.

Y aunque es una afirmación tan lúcida como irrebatible, no han sido pocos los editores como Mario Muchnik, Esther Tusquets o Jorge Herralde que además de completar estupendos catálogos han recogido en libro la memoria de su experiencia en el mundo de la edición de libros, sus relaciones con los autores o con el poder, su diagnóstico industrial y su pronóstico más o menos desalentado.

Lo que ha escrito Manuel Pimentel es algo muy distinto: un manual que explica cómo funciona una editorial, con qué herramientas cuenta el editor para sobrevivir en un mundo empresarial tan complejo como este de los libros, en el que no sólo cuentan (aunque también, y mucho) los números, sino un proyecto cultural coherente que se concreta en eso que habitualmente se llama línea editorial.

Este podría haber sido un relato de aventuras, pero se orienta en otra dirección: la del manual de gestión de una empresa tan peculiar como la industria del libro, tan dependiente de la matemática de la edición.

La fijación de una tirada rentable, los problemas de la distribución de los fondos, el precio del libro son algunos de las cuestiones que se abordan en este que también podríamos definir como un manual de supervivencia escrito, como todos los de su género, con una mezcla de realismo y optimismo, que conviven con desequilibrio feliz a favor de lo segundo, más que por el objeto por el sujeto, por el carácter emprendedor y el amor a los libros de Manuel Pimentel, un empresario inteligente que renuncia a la melancolía y afronta la de la edición como una aventura con final feliz.

Y es que el del editor es uno de los tres lados imprescindibles del triángulo que completan el autor y el lector, antes de que en un segundo nivel del proceso se sumen a ese mundo el distribuidor, el librero o el crítico literario.

La selección de títulos y autores, el diseño y la impresión, los problemas de la distribución, la tendencia a la concentración en grandes grupos, el incremento del libro de bolsillo, la sobreabundancia de novedades, el retroceso de la librería de fondo y el incremento del ritmo de las devoluciones definen las tendencias del panorama editorial actual.

Tiene este manual otra parte menos analítica y más de gestión, en la que se dan consejos para quien quiera crear una empresa editorial: sobre la fijación de una línea editorial, sobre la capacidad de producción y la viabilidad económica del proyecto, sobre la articulación orgánica de departamento y funciones, sobre marketing y gestión de equipos humanos, sobre gestión económica con un interesante cuadro de coeficientes para calcular el PVP o el porcentaje de tirada a partir del cual el libro es rentable. Completan esa parte unos protocolos de relación con los autores, los agentes literarios y la gestión de la propiedad intelectual.

Y hay, finalmente, una parte prospectiva, un análisis sobre el futuro del mundo editorial, en convivencia con internet y con los nuevos soportes de la edición digital, el equilibrio entre lo global y lo local y las posibilidades de la teleformación.

Vuelvo al principio para ir acabando. Duda uno mucho de que, como dice Manuel Pimentel en su amable y optimista dedicatoria, se pueda sobrevivir en esta jungla editorial con las armas exclusivas del amor a los libros.

Pero, en fin, alegrémonos de ese optimismo porque, como el miedo, también el valor es libre. Y léase este libro, si se quiere, como el manual de supervivencia de quien acaba de cumplir un trienio como editor de Almuzara y algo menos como coeditor de Berenice, el joven sello cordobés en el que lo publica.

Él sabe cuánto deseamos su éxito como editor, que será también el de los lectores y el de los autores presentes y venideros.

Santos Domínguez

19/9/07

La seducción de las palabras


Álex Grijelmo.
La seducción de las palabras.
Punto de Lectura. Madrid, 2007.

Un recorrido por las manipulaciones del pensamiento es el subtítulo con el que Álex Grijelmo orienta al lector de La seducción de las palabras, que ahora reedita en formato de bolsillo Punto de Lectura.

No hace falta presentar a alguien como Grijelmo, que coordinó el Libro de Estilo de El País e impulsó desde la agencia Efe la Fundación del español urgente. Sobre el poder de las palabras, sobre su carga cultural, su arraigo en la memoria y su contenido sentimental trata este libro que analiza con brillantez y ejemplos muy abundantes el poder de persuasión y sobre todo la capacidad de seducción de las palabras.

Porque las palabras no limitan su valor a la estrecha definición en los diccionarios de sus contenidos denotativos. Las palabras han ido adquiriendo a lo largo de los siglos una serie de valores connotativos añadidos, una carga emocional en la que las palabras convocan recuerdos y evocan vivencias e historias que son el testimonio de ese largo viaje de las palabras que hacen de la lengua el lugar de encuentro entre lo individual y lo colectivo, entre el pasado y el presente, entre la inteligencia y la emoción.

Lo expresaba con admirable tino poético Luis Rosales en estos versos que cita oportunamente Álex Grijelmo en su libro:

La palabra que decimos,
viene de lejos,
y no tiene definición,

tiene argumento.

Cuando dices: "nunca",
cuando dices: "bueno",
estás contando tu historia

sin saberlo.


Más allá de lo intelectual, las palabras, profundas, largas o grandes, buscan los caminos secretos de la emoción, esos que no vienen en los diccionarios. Su historia, su contorno sonoro, su cromatismo o las asociaciones inconscientes que suscitan son algunas de las manifestaciones del bosque de las palabras, hermoso, lleno de amenas sombras y también de trampas y peligros ante los que conviene estar alertas.

Porque en este libro no sólo se habla del poder de las palabras, sino de algo mucho más peligroso: de las palabras del poder.

Mayra Vela Muzot.

Guerrilleros


Rafael Abella. Javier Nart.
Guerrilleros.
El pueblo español en armas contra Napoleón
(1808-1814)

Temas de Hoy. Madrid, 2007.


A punto de cumplirse el segundo centenario de la guerra de la Independencia, han empezado a publicarse un buen número de obras que tratan algunos de los aspectos cruciales de aquel episodio determinante de nuestra historia.

En este contexto, Javier Nart y Rafael Abella abordan en Guerrilleros. El pueblo español en armas contra Napoleón (1808-1814) (Temas de Hoy) no sólo el papel y la importancia de la insurgencia guerrillera en la derrota de Napoleón, que ese es el eje central de este libro, sino otra serie de cuestiones fundamentales para entender el surgimiento de la guerrilla y la relevancia de su papel:

"La Historia que se ha ocupado de los episodios de la guerra contra el francés ha estado teñida, por lo general, de un claro y subjetivo partidismo. No es posible omitir la añeja pugna entablada entre los anglosajones, estudiosos de la guerra de la Independencia, empeñados en subestimar el papel de la guerrilla y en atribuir a Wellington y sus tropas todo el mérito de la derrota napoleónica, y los historiadores españoles, para quienes el papel de la guerrilla contribuyó decisivamente al mismo fin."

Tomando como punto de partida la situación de un país debilitado por una larga decadencia complicada con guerras constantes, se analiza desde un enfoque divulgativo el estallido popular del 2 de mayo de 1808, que marca el nacimiento de un fenómeno guerrillero que se dará por extinguido cuando en 1823 entren en España los Cien mil hijos de San Luis encabezados por el duque de Angulema.

Bandidos, terroristas o patriotas, según quien narre la historia, aquellas partidas de hombres armados no sólo eran la respuesta resistente al poderoso ejército invasor, sino también una reacción contra la traición del rey y la incapacidad de un ejército en descomposición.

Relato bélico y análisis político e histórico, a lo largo de sus bien estructuradas páginas, Abella y Nart abordan el transfondo de las Cortes constituyentes de Cádiz y una situación política muy inestable, la aparición de la guerrilla en paralelo al nacimiento de España como nación, las difíciles relaciones de la guerrilla con Wellington o el papel determinante del clero en la consolidación del fenómeno insurgente.

Uno de los aspectos más destacados del libro es que elabora una organizada geografía de la guerrilla, un paisaje con figuras como Mina el Mozo, Espoz y Mina, El Empecinado o Díaz Porlier, antes de pasar revista a la posguerra absolutista de Fernando VII, a los constantes pronunciamientos militares hasta el comienzo de la década ominosa que pone fin a esa ciudadanía armada que surgió en Madrid el 2 de mayo integrada por “talabarteros de la Cava Baja, zapateros del Arco de Cuchilleros, barberillos de Lavapiés, aguadores de la Fuente del Berro, cerrajeros de Caños del Peral y arrieros de las Ventas del Espíritu Santo.”

Luis E. Aldave

18/9/07

El príncipe negro


Iris Murdoch.
El príncipe negro.
Traducción de Camila Batlles.
Introducción de Álvaro Pombo.
Lumen. Barcelona, 2007.


Como una historia de amor por su forma y por su esencia define en su prólogo el ficticio editor P. A. Loxias El príncipe negro, una de las mejores novelas de Iris Murdoch (1919-1999) que edita Lumen con una buena traducción de Camila Batlles.

Es la del editor una voz desdoblada de la de la autora, que utiliza aquí una variante de la vieja y productiva técnica del manuscrito encontrado para contar una historia y reflexionar sobre el perspectivismo narrativo. Que el arte es una fatalidad, una gloria o una maldición son afirmaciones que hay que atribuir más a Iris Murdoch que a este personaje de ficción que presenta la novela y la despide.

No acaba ahí el ejercicio de ventriloquía. El príncipe negro, subtitulada Una celebración del amor, es una novela de forma autobiográfica que firma Bradley Pearson, como el prólogo en el que explica desde otra perspectiva el sentido de la novela, del arte y de la vida.

Se cuenta aquí la historia de una amistad íntima con el convencimiento de que todo artista es un amante desgraciado que necesita contar su historia. La idea de que lo que tiene valor es secreto o la afirmación de que todo arte trata de lo absurdo y aspira a lo simple están en la base de esta excelente novela narrada por un escritor minoritario en busca de la verdad y en crisis creativa y de existencia anodina hasta que se produce un drama.

La historia de Bradley Pearson contada por él mismo es, pues, el motor narrativo de El príncipe negro. Una historia que comienza en el momento en que Arnold Baffin me telefoneó y dijo: "Bradley, ¿podrías venir, por favor? Creo que acabo de matar a mi mujer.”

Desde ese primer párrafo hasta el final, sin tregua ni sosiego, la novela cumple ejemplarmente un rasgo que Álvaro Pombo destaca en el texto introductorio, Recordando a Iris: la virtud de interesar al lector, incapaz de dejar ya la lectura hasta el final.

La difícil coexistencia de dos escritores y la historia de las relaciones entre Arnold Baffin, autor famoso, comercial y prolífico frente a su protector, Bradley Pearson, minoritario y en crisis personal y creativa, forma la parte sustancial de la trama.

Los prólogos y apéndices, con cuatro epílogos de otros tantos personajes que matizan la acción y la presentan desde otro punto de vista, también interesado, crea una confluencia de perspectivas que le da profundidad a esta novela de ideas y de personajes.

Ese cruce de perspectivas se produce cuando los personajes interpretan la novela y dan su versión de los hechos tras haber leído el manuscrito que les ha facilitado el editor, que cierra la obra con un último epílogo y esta frase de cierre, en la que reaparece al fondo la voz de Iris Murdoch:

Y más allá del arte, se lo aseguro a ustedes, no hay nada.

Santos Domínguez

17/9/07

Hacia los confines del mundo


Harry Thompson.
Hacia los confines del mundo.
Traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.
Salamandra. Barcelona, 2007.


Tras el suicidio del capitán Stokes, el mando del Beagle, una embarcación de las que en la época eran conocidas como bergantín-ataúd, recae en el capitán FitzRoy, un joven aristócrata de ideas conservadoras y fiel creyente. La misión de este barco es cartografiar la costa sudamericana. Junto a la tripulación embarca, en diciembre de 1831, un naturalista de veintiún años que se llama Charles Darwin y aspira a ser clérigo.

Este es el punto de partida de la novela de Harry Thompson Hacia los confines del mundo, que publica Salamandra con traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

El resto del relato completa no sólo un relato fiel del viaje que cambió la ciencia y las creencias religiosas de la época sino también una apasionante novela de aventuras marítimas. Pese a su juventud, el capitán FitzRoy tiene experiencia y conocimientos sobrados para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Darwin tiene una vasta formación en Geología e Historia Natural y suple su desconocimiento del mar y sus continuos mareos con una sed insaciable de conocimientos y una inagotable capacidad de asombro. Los dos son, pues, jóvenes pero expertos y los dos tienen sólidas creencias religiosas

El viaje del Beagle durará cinco años en los que dan la vuelta al mundo y además de cartografiar la costa sudamericana recogen gran material de fósiles, muestras geológicas o animales con los que Darwin va conformando su teoría de la evolución. Eso provocará frecuentes enfrentamientos dialécticos con el capitán, que comienza a dar muestras de un trastorno mental que se irá agravando con el tiempo.

El contacto con una naturaleza fría y brutal, ajena a los intereses y sentimientos humanos, hace tambalearse las ideas y creeencias de Darwin. El hombre no es el rey de la creación que puso nombre a los animales. Es un ser natural que no goza de privilegio alguno y está sujeto al azar que parece regir la evolución natural. Darwin no puede conciliar la existencia de un Dios todopoderoso con una naturaleza que parece avanzar a ciegas y no siente nada ante el dolor o la muerte.

Dos suicidios enmarcan la novela. El primero, en medio de una naturaleza oscura, gélida y desierta. El segundo en Londres, en pleno mundo civilizado. El autor parece hablarnos en esa clave de la esencial soledad del hombre en cualquier situación. A fin de cuentas, naturaleza y sociedad se rigen por reglas parecidas y los dos protagonistas son un ejemplo de la teoría de Darwin aplicada a la sociedad humana: FitzRoy es un ejemplar inadaptado que acaba desapareciendo y Darwin, en cambio, no sólo se adapta a los nuevos tiempos sino que contribuye a generarlos. Es un triunfador, aunque no por eso está libre de padecer los rigores de la selección natural en su propia vida. Tanto él como el capitán deben enfrentarse a pérdidas muy cercanas, que para Darwin suponen la dolorosa constatación de que sobreviven los que mejor se adaptan y la certeza de la inexistencia de Dios.

Por la novela desfilan personajes y situaciones que, siendo históricos, tienen un aura irreal y casi surrealista. Por ejemplo, los fueguinos que el capitán traslada a Londres para que educarlos y demostrar así su creencia en la igualdad de todos los hombres. Resulta paradójico que FitzRoy defienda la igualdad de los hombres basándose en la Biblia y Darwin crea en la existencia de razas inferiores basándose en la ciencia.

En otras ocasiones, los personajes, a pesar de ser históricos, parecen creados para aludir a nuestro presente. Si Thompson alude a las similitudes entre los razonamientos del general Rosas en Argentina y los del trío de las Azores para justificar la invasión de Irak, ¿cómo no recordar a Pinochet en el exilio dorado y londinense de aquel general argentino? Algo parecido podríamos decir de la vida política y del poder de la prensa en la naciente sociedad capitalista.

Por más que sepamos que los hechos narrados son, en su mayoría, históricos y que los personajes no son creaciones del autor, como ocurre en la novela histórica, nos encontramos ante una clásica narración de aventuras. Aunque tengamos constancia de la existencia real de Darwin y del Beagle, del capitán FitzRoy y los fueguinos, de las tormentas del Cabo de Hornos y de las iguanas de las islas Galápagos; aunque comprobemos la fidelidad con la que el autor ha seguido los Diarios de un naturalista de Darwin, nos encontramos, por encima de todo, en el mundo épico del mar, del hombre a la búsqueda de sí mismo y de un tesoro, en este caso, el del conocimiento.

El del Beagle es un viaje real. Más que real, histórico. Pero también es el viaje simbólico de dos hombres aislados de la civilización, enfrentados a las fuerzas de los elementos y a su propia naturaleza, que no podrán ser los mismos a su regreso.

Rosalía Ruiz

14/9/07

Hector de Sainte-Hermine


Alexandre Dumas.
Hector de Sainte-Hermine.
I. La forja de un héroe.

Traducción y postfacio de Rafael Blanco Vázquez.
Grandes Clásicos Funambulista. Madrid, 2007.

Como un chef-d'œuvre, como una obra maestra, saludaba en julio de 2005 François Busnel, director de Lire, la aparición de Hector de Sainte-Hermine, la última gran novela de Dumas que acababa de recuperarse después de ciento treinta y cinco años desaparecida.

La primera parte, La forja de un héroe, la publica ahora Funambulista con traducción, notas y postfacio de Rafael Blanco en su colección Grandes Clásicos.

Dumas había empezado a publicarla por entregas en Le Moniteur universel en los primeros días de enero de 1869. A su muerte en 1870 la dejó inacabada, con 118 capítulos de un proyecto muy ambicioso para el que su autor calculaba entre cuatro y seis tomos.

Y aunque en su época se leyó mucho, no se publicó nunca en forma de libro hasta que hace dos años, casi por casualidad, se recuperaron en la Biblioteca Nacional de Francia los microfilmes del folletín que sirvieron de base para la edición francesa.

Junto con Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y Joseph Balsamo, probablemente sea esta una de las creaciones más interesantes de Dumas. Y desde luego una genuina novela de aventuras escrita sin la intervención de los negros que colaboraron activamente en algunas de sus novelas más conocidas.

Último hijo de un aristócrata guillotinado en 1793 por intentar liberar a María Antonieta, el impulso de Hector de Sainte-Hermine y el motor de la novela que lleva su nombre es la obligación de vengar la muerte de su padre y de sus dos hermanos, aunque –como ha destacado Busnel en su reseña- es la revancha más que la venganza la clave que explica no sólo esta obra, sino la totalidad de su narrativa y el comportamiento de personajes como Dantès, Balsamo o D’Artagnan.

Con una acción trepidante, llena de lances y con cambios frecuentes de lugar, con una certera caracterización de personajes como Napoleón, Fouché, el tortuoso ministro de la policía; Bourrienne, su secretario, o Cadoudal, uno de los jefes militares de la facción monárquica, y un reflejo de la situación de Francia tras el 18 de Brumario, esta novela es la pieza que faltaba para completar, con la reconstrucción del primer consulado napoleónico y el Imperio, el puzzle con el que Dumas enfoca novelísticamente la historia de Francia en un texto que se inicia en el despacho del cónsul Bonaparte el 30 de Pluvioso del año 9 (19-II-1801).

A partir de ese momento la escritura torrencial del narrador arrastra al lector en una peripecia que cumple las dos misiones que para Dumas debía tener la novela: entretener e interesar.

Santos Domínguez

13/9/07

Memorias de un anarquista en prisión


Alexander Berkman.
Memorias de un anarquista en prisión.
Traducción de Albert Fuentes.
Introducción de Marc Viaplana.
Melusina. Barcelona, 2007.


Alexander Berkman ( Lituania,1870- Niza,1936), hijo de un hombre de negocios judío, se quedó huérfano a los dieciocho años y emigró a los Estados Unidos, donde conoció a Emma Goldman, una modesta inmigrante rusa empleada en una fábrica textil, que se convirtió en su amante.

Marcada por la lectura de Most, la pareja se implicó en campañas de activismo político y sindical. En 1892, Henry Frick, el empresario de la planta de acero de Homestead, se enfrentó a los intentos de huelga de sus trabajadores con una represión feroz que provocó el asesinato de diez obreros y sesenta heridos:

Cada detalle de aquel día me quedó nítidamente grabado en la memoria. Es el 6 de julio de 1892. Estamos —Fedya y yo— tranquilamente instalados en la parte trasera de nuestro pequeño apartamento cuando de repente entra la muchacha. Sus pasos, ya de por sí rápidos y enérgicos, suenan más decididos que de costumbre. Al volverme hacia ella, me sorprende el brillo peculiar de sus ojos y sus colores subidos. —¿Lo has leído? —grita, enarbolando un periódico medio abierto. —¿De qué se trata? —Homestead. Han tiroteado a los huelguistas. Los Pinkerton han matado a mujeres y niños.

La reacción de Berkman fue un intento de asesinato de aquel patrón el 23 de julio de 1892. Frick no murió y Berkman fue condenado a veintidós años.

Salió en libertad en 1906 y a partir de entonces Berkman y Goldman encabezaron el movimiento anarquista en los Estados Unidos y publicaron clandestinamente semanarios radicales como Mother Earth o Blast, y libros como Anarquism and Other Essays (1910) de Goldman o estas Memorias de un anarquista en prisión (1912) de Berkman, que acaba de publicar Melusina en una espléndida edición.

Acabaron deportados en la Unión Soviética y tras pasar por Suecia y Alemania, se instalaron en Francia, donde Berkman se suicidó el 28 de junio de 1936.

Sus memorias son el testimonio doloroso del aprendizaje y la adaptación a las condiciones brutales del recluso:

Ningún otro libro – escribió Kenneth Rexroth a propósito de este- aborda de forma tan sincera el comportamiento criminal en la hermética sociedad carcelaria, la homosexualidad o la extorsión. Ningún otro prisionero político se acerca a la simpatía de Berkman hacia aquellos que la mayoría de los revolucionarios denomina delincuentes comunes.

Organizada en cuatro partes (El despertar y su tributo, El penal, El taller penitenciario y La resurrección), la segunda ocupa casi cuatrocientas páginas y es la fundamental de estas impresionantes memorias de uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía, como lo definió Howard Zinn.

La desesperación y la voluntad de vivir, el silencio y la esperanza, el ansia de sexo y el aislamiento, los sueños de libertad y los planes de fuga son algunos de los episodios que marcan las vidas carcelarias de aquellas criaturas malogradas.

Alexander Berkman pudo salir de aquel infierno para contarlo en un libro que se puede leer como el diario de una resistencia o de una resurrección, pero sobre todo como un testimonio de rebeldía indomable.

Luis E. Aldave

12/9/07

Poesía española


Gerardo Diego.
Poesía Española (Antologías)
Edición, introducción y notas de JoséTeruel.
Cátedra. Letras Hispánicas. Madrid, 2007.


En 1959 publicaba Gerardo Diego en Taurus su Poesía española contemporánea (1901- 1934), que reunía en orden inverso sus decisivas antologías de 1932 y 1934. Como anunciaba en el prólogo escrito para esa nueva edición, se trataba de un doble libro, porque incorporaba íntegramente otros dos: Poesía española/Antología (1915-1931) y Poesía española/Antología (Contemporáneos), que ampliaba la cronología hacia adelante, hasta 1934, y sobre todo hacia atrás, hasta 1901.

Con las dos se fija el canon de la poesía española del primer tercio del siglo XX, con su tránsito por el Modernismo, las Vanguardias y el 27, que tomó carta de naturaleza con ellas de manera definitiva.

Una antología generacional, la de 1932, excluyente y parcial en todos los sentidos y en la que Diego, actor, testigo y notario, estaba pensando ya en 1924; otra, la de 1934, histórica e inclusiva, más extensa en el tiempo y más generosa en número de páginas, porque incorporaba quince poetas más, encabezados por el nicaragüense Rubén Darío.

Rodeadas de polémica ambas, como toda antología que se precie, en la que se miran antes las ausencias que los nombres del índice, fueron un reto al crítico más riguroso: el tiempo. De esa apuesta sólo cabe decir que se saldó con un acierto general no sólo en la selección de los nombres, sino en la aportación de unas declaraciones poéticas que, puestas al frente de cada seleción, resultan hoy imprescindibles para entender lo que ocurría entonces, lo que había ocurrido antes y lo que ocurriría después en la poesía española.

Esas antologías, tres veces distintas, por su naturaleza generacional o histórica las dos primeras, y por su recepción las tres, las publica ahora Cátedra Letras Hispánicas en una edición preparada por José Teruel, que entre muchos otros aciertos- como el de recuperar las fotografías que los autores mandaron al antólogo- incorpora en un apéndice el imprescindible prólogo de 1959.

Levantaron ampollas entre parte de la crítica y entre los excluidos. Pero cuando el lector compara estas antologías con una reacción llena de bajeza moral como la de un despectivo González-Ruano contra la obra de Cernuda, Manolín Altolaguirre o Aleixandre, se da cuenta de que el tiempo implacable ha puesto a cada uno en su sitio y a las currincherías les ha puesto nombre y apellidos.

Santos Domínguez

10/9/07

Así que Usted comprenderá


Claudio Magris.
Así que Usted comprenderá.
Traducción de José Ángel González Sainz.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Como Garcilaso, como Petrarca o Rilke, Claudio Magris hace su particular bajada a los infiernos y visita el mito órfico para reconocerse en él con el temblor de quien mira su rostro reflejado en el agua.

Sobre el mito de Orfeo y Eurídice se proyecta el recuerdo de la esposa muerta en este texto intenso y conmovedor que está planteado a primera vista como un monólogo de Eurídice/Marisa Madieri. Sólo a primera vista porque, después de que Magris le cede su voz a Eurídice, con frecuencia esa voz femenina le cede la palabra a Orfeo/Magris en esta reflexión sobre el tiempo y sus destrucciones, sobre el recuerdo doloroso, en un texto de homenaje y rememoración en el que el mito adquiere todo su sentido.

Y ante eso la respuesta es no la resignación, pero sí la salvación por la literatura, convertida en un bálsamo que alivia la quemazón de una herida que no va a cicatrizar nunca. Allí donde la música era consuelo para Orfeo, aquí lo es la literatura; el infierno es una Casa de Reposo, Hades, el Presidente de la fundación que la administra y la muerte, el reino del silencio o del murmullo, no sólo de las sombras.

La música secreta y órfica es aquí la palabra que rescata a la amada del olvido y de las sombras de la memoria. Esa resurrección con la palabra es el milagro que opera aquí la literatura de un Magris emocionado y desvalido, de expresión contenida y dolorido sentir que sin embargo no renuncia al flagelo de la autoironía o el sarcasmo y hace también la purga de su corazón:

No, no había venido para salvarme, sino para que le salvaran. ¿Cómo podré cantar mis canciones en tierra extranjera?, me decía. Era yo su tierra perdida, la savia de su floración, de su vida. Había venido para rescatar su tierra, de donde habia sido exiliado.

La traducción española de José Ángel González Sainz que edita Anagrama incorpora como apéndice dos epílogos que son dos reseñas que aparecieron cuando se publicó en Italia este Lei dunque capirà de un Magris duro y tierno a la vez, para recreo de los amigos de las paradojas, y un Orfeo que rescata a Eurídice con un permiso excepcional, al que renuncia ella a última hora en este párrafo inolvidable que cierra el monólogo:

Así que Usted comprenderá, señor Presidente, por qué, cuando estábamos ya cerca de las puertas, le llamé con voz fuerte y segura, la voz de cuando era joven, en el otro lado, y él -yo sabía que no resistiría- se dio la vuelta, mientras yo sentía que me iba para atrás como absorbida, ligera, cada vez más ligera, una figurilla de papel al viento, una sombra que se alarga se retira y se confunde con las demás sombras de la tarde, y él me miraba petrificado pero firme y seguro y yo me desvanecía feliz en su mirada, porque ya le veía volver desgarrado pero fuerte a la vida, desconocedor de la nada, capaz todavía de serenidad, tal vez hasta de felicidad. Ahora de hecho, en casa, en nuestra casa, duerme, tranquilo. Un poco cansado, ya se entiende, pero...

Un permiso como aquel no se había concedido nunca. O mejor dicho, sólo otra vez, pero eso fue en la mitología.

Santos Domínguez

8/9/07

Summa Vitae

José Manuel Caballero Bonald.
Summa Vitae.
Antología poética (1952-2005).
Selección y prólogo de Jenaro Talens.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.



De todo lo que amé en días inconstantes

ya sólo van quedando

rastros,
marañas,

conjeturas,

pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna

de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes

engalanando a franjas las casa familiar de Camagüey,

aquellos taciturnos rastros de Babilonia

junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,

un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas

de un memorable lupanar de Cádiz,

una mañana sin errores

ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco,

el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,

aquel café de Bogotá

donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...

Cosas así de simples y soberbias.


Pero de todo eso
¿qué me importa

evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra

cruzándose en la noche con mi sombra.


Con ese memorable poema de madurez, Summa vitae, abría José Manuel Caballero Bonald su Manual de infractores. Ese texto resume su mundo poético, la actitud del poeta ante la realidad y da idea de su tonalidad expresiva. Y ese es el título que se ha elegido con acierto para esta amplia antología que ha preparado y prologado Jenaro Talens en la colección de poesía de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Se reúne aquí la parte esencial de la obra poética de Caballero Bonald, elaborada con intensidad discontinua a lo largo de más de cincuenta años fecundos de una de las voces poéticas esenciales del idioma.

La indagación verbal, la concepción de la poesía como una travesía solitaria en la que acecha el peligro y se asumenriesgos, la actitud insumisa, la decantación de la imagen... son las claves de una voluntad de estilo que es antes que nada una rigurosa búsqueda de conocimiento a través de la palabra, y un ejercicio ético.

Poesía que es una respuesta a la realidad, memoria y revancha a un tiempo, y desquite verbal contra los agravios de la vida.

Y como resultado de esa suma, una obra de irreprochable factura rítmica y verbal que renuncia al conformismo estético, al acomodo en el territorio apacible del amaneramiento estilístico y afronta constantemente el reto de la exigencia radical.

Poesía visionaria y anclada en la memoria que, entre Las adivinaciones y el Manual de infractores, podría resumirse con esos dos títulos que aluden a su condición alucinatoria e infractora. Y en medio de esa trayectoria, jalones fundamentales en la poesía española contemporánea como Descrédito del héroe, Laberinto de Fortuna o Diario de Argónida.

Todos esos títulos dan cuenta de una poesía que es una forma de ahondar en la realidad, de una capacidad verbal e imaginativa que conecta con la tradición cultista que se remonta a Góngora y, un poco más allá, a Mena.

Caballero Bonald ha ido construyendo así una obra en la que la coherencia de sus dispositivos lingüísticos es solidaria de la resistencia civil y ética. Una poesía que es una forma de insumisión y de iluminación de la realidad, una exploración en los límites elusivos de la expresión y el significado, una mediación retórica en la que radica la relación verbal del poeta con el mundo, como señala Talens en su introducción.

Una poesía frecuentemente nocturna, cifrada en sus tanteos en la oscuridad, en el matiz diverso de la rememoración y el recuerdo, en la tentativa creadora del que enciende la luz.

Santos Domínguez

7/9/07

La desaparición de Majorana


Leonardo Sciascia.
La desaparición de Majorana.
Traducción de Juan Manuel Salmerón.
Tusquets. Barcelona, 2007.

El siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) es uno de esos escritores con tanto talento que convierten cualquier tema en excelente literatura. Poco tiempo antes de su muerte le preguntaron en una entrevista cuál prefería de entre todas sus obras:

-Hasta hace unos años –contestó- habría respondido: Muerte de un inquisidor; ahora en cambio la respuesta es La desaparición de Majorana.

Con ese olfato especial que tenía Sciascia para aprovechar historias reales, la escribió en 1975 y ahora la edita Tusquets con una traducción nueva de Juan Manuel Salmerón. A medio camino entre la narración novelística y el reportaje periodístico, este tipo de relatos van siempre más allá del hilo de la historia y la superficie de los hechos para transcenderlos con una reflexión sobre la condición humana, sobre las relaciones con el poder o sobre la responsabilidad moral de los intelectuales.

El motivo del libro es el caso Ettore Majorana, un brillante físico de 31 años, que desapareció el 26 de marzo de 1938, durante un viaje en barco de Palermo a Nápoles. Dejó dos cartas en las que anunciaba su intención de desaparecer, dos cartas que no parecen las de un suicida, sino las de quien expresa su voluntad de ocultarse y planea su desaparición.

Novela filosófica de misterio, según la definición de Sciascia, el texto es una indagación en las circunstancias que rodearon a aquel joven científico y provocaron su ocultamiento o su suicidio. Majorana era un raro, un siciliano nacido en una tierra que llevaba más de dos mil años dando la espalda a la ciencia y sin dar un solo científico. De una precocidad retrasada al máximo y reprimida, como la de Stendhal, Majorana procura no hacer lo que debe hacer y lo que no puede dejar de hacer.

Un tipo extraño aquel científico eminente, como de otro mundo, una personalidad con un fondo neurótico y proclive a la teatralidad. Se había anticipado en la descripción de la estructura atómica a Heisenberg, a quien visitó en Leipzig y con quien mantuvo una estrecha relación científica e intelectual. Un Heisenberg que, por cierto, mantuvo una postura más digna en relación con la bomba atómica que sus colegas americanos. Los supuestos esclavos de Hitler se comportaron como hombres libres que se negaron a desarrollar la bomba atómica, mientras que los supuestamente libres (los estadounidenses) se comportaron como esclavos al construirla y ponerla en manos de Truman.

Tras describir los últimos meses napolitanos de un Majorana asustado por la responsabilidad del científico ante el peligro de la energía atómica, la tesis de Sciascia pone en cuestión la teoría del suicidio y se inclina por la posibilidad de que la intención del científico fuera ocultarse y hacer creer que había muerto.

¿Un loco astuto o un suicida desbordado? En cualquiera de los dos casos, y aunque no apareció el cadáver, la policía dio carpetazo a la investigación. Si era un suicida no había crimen que investigar. Si era un loco, no merecía la pena seguir investigando.

¿Vio el horror en un puñado de átomos como lo vio Eliot en un puñado de polvo? ¿Acabó su cadáver suicida en el mar o dio con su persona en un convento cartujo?

Un Sciascia prodigioso retoma aquí el enigma y nos lleva a donde quiere con su inteligencia persuasiva y su estilo envolvente.


Santos Domínguez

5/9/07

1599. Un año en la vida de Shakespeare


James Shapiro.
1599. Un año en la vida de William Shakespeare.
Traducción de María Condor.
Siruela. Madrid, 2007.

1599 fue un año decisivo y fecundo en la trayectoria de Shakespeare, el annus mirabilis en el que termina el Enrique V, escribe Julio César y Como gustéis y perfila un primer borrador de Hamlet.

Sobre los logros de Shakespeare, sobre la sociedad y la época agitada de aquel año trata este espléndido 1599. Un año en la vida de William Shakespeare, un ensayo de James Shapiro, catedrático de la Universidad de Columbia, que publica Siruela con traducción de María Condor.

Y es que, como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que hace la crónica y el resumen del presente. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también la obra que hunde sus raíces en el presente puede ser la cifra intemporal del mundo, como nos ha recordado la reciente reedición en español de Shakespeare, nuestro contemporáneo.
De ahí que para la comprensión cabal de un clásico sea imprescindible situarlo no fuera del tiempo, sino en su entorno concreto, restringido, como en este caso, a un solo año crucial. De la insatisfacción intelectual de Shapiro, de la necesidad de conocer de las circunstancias en las que Shakespeare escribe algunas de sus mejores obras, surge esta lectura histórica de estas tres tragedias y esta comedia. Y de algo tan urgente como explicar qué ocurre para que Shakespeare pase con 35 años de ser un escritor con talento al clásico indiscutible en que se convierte con obras como Julio César o Hamlet.

Este libro –señala Shapiro- me ha ayudado a estar más cerca de entender a Shakespeare, y sólo por eso ya habría valido la pena.

Lo que el autor dice de la escritura de su libro lo puede hacer suyo el lector de una obra que no está planteada, pese a su rigor, como un estudio erudito, sino como el relato vivo de un tiempo y un autor memorable que refleja su época y la transciende.

Organizado en cuatro secciones que son cuatro tramos temporales (del invierno de 1598 al otoño de 1599), el libro comienza con un hecho aparentemente trivial, pero determinante: el desmantelamiento nocturno de las estructuras del Theatre para construir con sus maderas el Globe, en la otra orilla del Támesis, que sería a partir de entonces el escenario de la creatividad de Shakespeare. Un teatro para actores construido por actores y en el que el dramaturgo tenía intereses empresariales, como en la compañía de los Hombres de Chamberlain, cuyos actores protagonizaban aquella incursión nocturna.

Las condiciones de la representación, la competencia con otros teatros y otras compañías sitúan a Shakespeare a finales de 1598 en una encrucijada artística y profesional, en busca de una fórmula teatral que agradase a la corte y al pueblo. Una de las claves de aquella encrucijada fue el conflicto y la ruptura con Will Kemp, un actor que había sido tan fundamental hasta entonces en su teatro que muchos papeles fueron diseñados para él, la mejor encarnación de Falstaff. No puede uno evitar leer con ese sesgo el frío rechazo de Enrique V a aquel que había sido hasta entonces su compañero de farras, con quien había oído tantas veces las campanadas a media noche.

Así se resolvía una vieja competencia entre el actor y el dramaturgo. A partir de entonces el de Shakespeare será teatro de autor y no de actor.

Un teatro que aquel año tiene como telón de fondo el desastre militar ante la resistencia irlandesa, la problemática sucesión de una reina Isabel de edad avanzada y las intrigas del conde de Essex o la amenaza de una invasión naval de la armada española. Esas circunstancias están pesando de forma determinante en las alusiones y planteamientos del Enrique V o Julio César.

Los centinelas asustados de Hamlet, la edad de Julio César o la arenga memorable del día de San Crispín tienen su origen en el transfondo histórico de aquella Inglaterra de los amenes de la época isabelina, en un final de siglo que era también el final de una época en la que vivió un Shakespeare centrado en su trabajo pero atento a lo que ocurría a su alrededor.

Lo que vio, leyó o pensó durante aquellos meses es el objeto de un ensayo en el que la base es el conocimiento exhaustivo de unos materiales manejados a fondo y con rigor. Precisamente ese pertrecho documental permite a Shapiro recurrir a la conjetura verosímil e imaginativa allí donde falta el dato.

Su excelente reconstrucción de aquel tiempo no se queda ahí, sino que se pone al servicio de un análisis completísimo de Enrique V, Julio César, Como gustéis o Hamlet. Y es justamente en la lectura de esas obras donde Shapiro alcanza su mayor altura crítica.

La reflexión sobre el poder y el tiempo en un Julio César que enlaza con el Enrique V en algunos aspectos y anticipa a Hamlet en otros; la edición no autorizada de su poesía en El peregrino apasionado; el origen en uno de sus sonetos de Como gustéis, una comedia sobre el complejo mundo de los sentimientos; la caída en desgracia de Essex y su repercusión en Hamlet son algunos de los jalones de ese análisis.

Cierra el libro una meticulosa guía bibliográfica hecha con un rigor documental que está en la base de esta excelente incursión de Shapiro en el territorio nocturno de Shakespeare.

Santos Domínguez

3/9/07

Cartas consulares


Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.
Cartas consulares.
Calambur. Madrid, 2007


Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, dueño de una de las voces más auténticas y limpias de la poesía española actual, acaba de publicar en Calambur Cartas consulares, un espléndido libro que confirma la excelente impresión que dejaron Las fronteras hace cinco o seis años.

Diecisiete cartas de un tono visionario, llenas de aciertos y revelaciones que nos hablan desde un territorio minado, desde un riesgo asumido y salvado con brillantez y verdad por un poeta como Muñoz Sanjuán.

Es este un libro que empieza invocando al futuro, hablándole al hijo y anunciando la separación para acabar evocando al abuelo en el pasado. Entre la invocación y la evocación, entre ese comienzo y ese final, se suceden diecisiete cartas, diecisiete intensos poemas de un tejedor de palabras, de un mensajero de la sed, el viaje de quien regresa para volver a ser quien fue.

Entre un nacimiento y una muerte, este es el rito verbal de un desterrado en tránsito, de quien habita en un territorio extranjero, un paisaje de cenizas. Una exploración verbal en la frontera del sentido, allí donde la poesía se transforma en pregunta sobre el pasado, el presente, el futuro y la identidad.

Cartas que se dirigen al pasado y al futuro que delimitan nuestro presente incierto. Cartas en las que el amor y la muerte son dos experiencias que construyen la memoria y la conciencia de la posición del poeta en un mundo que explora e ilumina con la fuerza de estas palabras de quien se confirma con este libro como uno de los poetas más verdaderos y exigentes, que plantea su ejercicio como un medio de conocimiento del mundo y de sí mismo, como una bajada a las profundidades de la memoria, la conciencia y el ser para hablarnos desde allí del tiempo y del valor de la palabra, tal vez con la idea de que la lengua es un ojo, como escribió Wallace Stevens:

Estas son las pupilas del que escribe.

Santos Domínguez

1/9/07

Historia de una pasión


Darío Jaramillo Agudelo.
Historia de una pasión.
Pre-Textos/poéticas. Valencia, 2006.

Pre-Textos tiene en la colección Poéticas una de sus líneas editoriales más admirables. Sus volúmenes de exquisito diseño enlazan con la mejor tradición tipográfica del 27. Y en cuanto a la selección de títulos, basta señalar que autores como Eugenio Montale, Wallace Stevens, Leopardi o Cernuda están convocaados en ellos para exponer en primera persona su poética.

El anterior volumen, Intermedio, reunía y sistematizaba las ideas de Luis Cernuda sobre la creación poética. El último título por el momento es Historia de una pasión, del colombiano Darío Jaramillo Agudelo, un tríptico de reflexiones sobre la lectura y la escritura como dos variantes de una misma pasión gozosa:

Escribo porque con las palabras alucino, porque así atravieso otros umbrales, porque es un oficio quieto, porque es un oficio minucioso, porque disfruto corrigiendo, buscando palabras, efectos entre palabras, resultados rítmicos, escribo porque adoro el silencio, porque me gusta estar solo, porque me salgo del tiempo, porque inventando historias me desdoblo de un modo fascinante que no sé explicar, escribo para manchar con tinta el dedo del corazón, escribo porque al rato de estar escribiendo, ya concentrado, estoy más eufórico que cuando empecé, escribo por puro placer. La ventaja que tienen todas estas hipótesis, y otras que no he dicho, es que todas son felices, hasta la única triste, que olvidé arriba, la catarsis. Se impone el hecho de que mi pasión es gozosa.

En el origen de la pasión de escribir está una arqueología que arranca de una escena infantil en la que su padre le lee un texto que hablaba de la muralla china:

En uno de mis recuerdos infantiles más remotos, yo tengo cuatro o cinco años. Mi padre me lee de un libro. Un texto maravilloso sobre la muralla china. Si se edificara hacia el cielo, la muralla llegaría hasta la luna. Ahora me veo, en el suelo, con la boca abierta, mirando a mi padre sentado en una silla que todavía hoy forma parte del mobiliario de la casa, oigo aquel relato que me hace flotar fascinado de contento y me hace burbujear algo entre el pecho. Mientras escribo ahora, pienso que esta escena lejana sea el origen remoto de mi pasión por escribir.

Sobre la nostalgia del recuerdo se impone el fruto presente y vivo de esa pasión doble y simétrica a lo largo de un texto que es el inmodesto relato autobiográfico, el testimonio de una pasión, la pasión de escribir, cuya etiología puede casi siempre hallarse en otra pasión malsana, como pensaban el cura y el barbero de un lugar de la Mancha, el regusto obsesivo de leer por placer.

Una pasión que despertaron en su infancia fascinada un bisabuelo imaginativo y locuaz, un abuelo ciego y narrador de tradiciones orales y un padre lector. En tres capítulos, escritos en distintas épocas (1987, 1994, 2005), Darío Jaramillo traza su autobiografía intelectual, estética y literaria, su forja como lector y escritor.

En estratos sucesivos las lecturas de juventud se mezclan con la afición al fútbol, y Mozart con el galope de un caballo. Y los inicios como poeta en ejercicio con una visita de Borges a Medellín y las canciones de los Beatles.

Con un tono conversacional y cercano en el que la escritura aparece como una actividad natural, Darío Jaramillo fija aquí su poética y su ética, recuerda con humor distanciado la pérdida de un pie por una bomba, habla del sudor negro de la escritura y hace una reflexión intensa y profunda sobre la poesía:

Virginia Woolf decía que el único género literario era la poesía. La poesía convierte en literatura a la novela o al texto para la televisión, a la nota bibliográfica o a la crónica. La virtualidad de la palabra escrita para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitario o en el cine.

Pertenezco a esa peculiar clase de sujetos, me reconozco como miembro de la más anacrónica subespecie de la grafomanía, los poetas, integrada por obsesos que buscan algo más con la escritura, alucinar, detener el tiempo, obtener revelaciones, instantes mágicos, conocerse, cantar con una pluma sobre un papel, en fin, cuestiones para quien no quiera dejar de ser aprendiz.

Y como consecuencia de todo lo que llevamos apuntado, un tomito como este, un volumen que no llega al centenar de páginas de pequeño formato, crece en las manos y en la mente del lector y le tiene gozosamente prendido días y días de lectura y relectura, de conversación con alguien cercano y amigo como Darío Jaramillo.


Santos Domínguez