17/9/07

Hacia los confines del mundo


Harry Thompson.
Hacia los confines del mundo.
Traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.
Salamandra. Barcelona, 2007.


Tras el suicidio del capitán Stokes, el mando del Beagle, una embarcación de las que en la época eran conocidas como bergantín-ataúd, recae en el capitán FitzRoy, un joven aristócrata de ideas conservadoras y fiel creyente. La misión de este barco es cartografiar la costa sudamericana. Junto a la tripulación embarca, en diciembre de 1831, un naturalista de veintiún años que se llama Charles Darwin y aspira a ser clérigo.

Este es el punto de partida de la novela de Harry Thompson Hacia los confines del mundo, que publica Salamandra con traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

El resto del relato completa no sólo un relato fiel del viaje que cambió la ciencia y las creencias religiosas de la época sino también una apasionante novela de aventuras marítimas. Pese a su juventud, el capitán FitzRoy tiene experiencia y conocimientos sobrados para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Darwin tiene una vasta formación en Geología e Historia Natural y suple su desconocimiento del mar y sus continuos mareos con una sed insaciable de conocimientos y una inagotable capacidad de asombro. Los dos son, pues, jóvenes pero expertos y los dos tienen sólidas creencias religiosas

El viaje del Beagle durará cinco años en los que dan la vuelta al mundo y además de cartografiar la costa sudamericana recogen gran material de fósiles, muestras geológicas o animales con los que Darwin va conformando su teoría de la evolución. Eso provocará frecuentes enfrentamientos dialécticos con el capitán, que comienza a dar muestras de un trastorno mental que se irá agravando con el tiempo.

El contacto con una naturaleza fría y brutal, ajena a los intereses y sentimientos humanos, hace tambalearse las ideas y creeencias de Darwin. El hombre no es el rey de la creación que puso nombre a los animales. Es un ser natural que no goza de privilegio alguno y está sujeto al azar que parece regir la evolución natural. Darwin no puede conciliar la existencia de un Dios todopoderoso con una naturaleza que parece avanzar a ciegas y no siente nada ante el dolor o la muerte.

Dos suicidios enmarcan la novela. El primero, en medio de una naturaleza oscura, gélida y desierta. El segundo en Londres, en pleno mundo civilizado. El autor parece hablarnos en esa clave de la esencial soledad del hombre en cualquier situación. A fin de cuentas, naturaleza y sociedad se rigen por reglas parecidas y los dos protagonistas son un ejemplo de la teoría de Darwin aplicada a la sociedad humana: FitzRoy es un ejemplar inadaptado que acaba desapareciendo y Darwin, en cambio, no sólo se adapta a los nuevos tiempos sino que contribuye a generarlos. Es un triunfador, aunque no por eso está libre de padecer los rigores de la selección natural en su propia vida. Tanto él como el capitán deben enfrentarse a pérdidas muy cercanas, que para Darwin suponen la dolorosa constatación de que sobreviven los que mejor se adaptan y la certeza de la inexistencia de Dios.

Por la novela desfilan personajes y situaciones que, siendo históricos, tienen un aura irreal y casi surrealista. Por ejemplo, los fueguinos que el capitán traslada a Londres para que educarlos y demostrar así su creencia en la igualdad de todos los hombres. Resulta paradójico que FitzRoy defienda la igualdad de los hombres basándose en la Biblia y Darwin crea en la existencia de razas inferiores basándose en la ciencia.

En otras ocasiones, los personajes, a pesar de ser históricos, parecen creados para aludir a nuestro presente. Si Thompson alude a las similitudes entre los razonamientos del general Rosas en Argentina y los del trío de las Azores para justificar la invasión de Irak, ¿cómo no recordar a Pinochet en el exilio dorado y londinense de aquel general argentino? Algo parecido podríamos decir de la vida política y del poder de la prensa en la naciente sociedad capitalista.

Por más que sepamos que los hechos narrados son, en su mayoría, históricos y que los personajes no son creaciones del autor, como ocurre en la novela histórica, nos encontramos ante una clásica narración de aventuras. Aunque tengamos constancia de la existencia real de Darwin y del Beagle, del capitán FitzRoy y los fueguinos, de las tormentas del Cabo de Hornos y de las iguanas de las islas Galápagos; aunque comprobemos la fidelidad con la que el autor ha seguido los Diarios de un naturalista de Darwin, nos encontramos, por encima de todo, en el mundo épico del mar, del hombre a la búsqueda de sí mismo y de un tesoro, en este caso, el del conocimiento.

El del Beagle es un viaje real. Más que real, histórico. Pero también es el viaje simbólico de dos hombres aislados de la civilización, enfrentados a las fuerzas de los elementos y a su propia naturaleza, que no podrán ser los mismos a su regreso.

Rosalía Ruiz