1/11/07

Campo Santo


W.G. Sebald.
Campo Santo.
Traducción de Miguel Sáenz.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Cuando publicó Los anillos de Saturno a mediados de los noventa, W. G. Sebald empezó a escribir un libro sobre Córcega. Lo interrumpió para llevar a cabo su empresa más ambiciosa, Austerlitz, y un accidente de tráfico el 14 de diciembre de 2001 truncó de forma definitiva aquel proyecto de libro.

Hace ahora cuatro años se publicaba en Alemania Campo Santo, un conjunto de textos que las circunstancias convirtieron en el testamento literario de Sebald. Anagrama acaba de publicar la traducción que ha hecho Miguel Sáenz de esa narrativa incompleta y de otros textos dispersos, una miscelánea que recoge cerca de veinte textos organizados en dos secciones: cuatro fragmentos narrativos de aquel libro frustrado, entre ellos la conmovedora descripción del cementerio de Piana y los ritos funerarios corsos en el texto del que toma título el volumen, y una sección de ensayo en la que se recogen trece artículos de crítica teatral y literaria y el excelente y breve discurso de ingreso en la Academia alemana de Lengua y Poesía.

Los muertos siempre me han interesado más que los vivos - escribió Sebald una vez. Y tal vez por eso la destrucción, el luto y el recuerdo son, como recuerda Sven Meyer en su nota editorial, los temas que unen su labor narrativa con su producción ensayística. Pero no es sólo una cuestión de temas. Hay en este volumen una voluntad expresa de borrar las fronteras genéricas clásicas para proponer formas nuevas que son el resultado del mestizaje expresivo.

Mi medio es la prosa, no la novela -declaraba Sebald en 1993. Con esa afirmación daba la clave de una literatura como la suya en la que la fusión de géneros determina la tonalidad estilística y la temática de su obra.

El cine, la música o la pintura, la literatura de Nabokov, Grass, Chatwin o Handke son algunos de los objetivos de la mirada crítica y profunda de Sebald, uno de los grandes del fin de milenio, con una posición privilegiada para hacer de puente entre los escritores europeos del siglo XX y los del XXI.

En el texto estremecedor que da título al libro, un híbrido de narración, ensayo y dietario, hay un compendio de ese tono literario de la madurez de Sebald: el que está ya en Vértigo y sus páginas inolvidables sobre Stendhal, o en Los anillos de Saturno, que arranca también de un viaje, y se expresa a través de una prosa de textura bernhardiana y de excepcional calidad:

El recuerdo de los muertos nunca acaba realmente. Todos los años, el Día de Difuntos, se ponía especialmente una mesa para ellos o, al menos, como para los pájaros hambrientos en invierno, algunas galletas en el alféizar de la ventana, porque se creía que venían de visita para comer algo en mitad de la noche. Y también se ponía un cubo de castañas cocidas ante la puerta para los mendigos vagabundos, que en la mente de la población asentada representaban los espíritus que vagaban sin descanso. Y dado que los muertos, como es sabido, tienen siempre frío, se cuidaba de que el fuego del hogar no se extinguiera antes de amanecer el día. Todo ello apunta tanto al duradero pesar de los deudos como a su miedo difícil de calmar, porque los muertos pasaban por ser sumamente susceptibles, envidiosos, vengativos y pendencieros, y astutos. Si se les daba el menor pretexto, descargaban indefectiblemente sobre uno su descontento. No se los consideraba personas que estuvieran en la distancia segura del más allá, sino como parientes presentes igual que antes, que se encontraban sólo en una situación especial y, en la communità dei defunti, formaban una especie de comunidad solidaria frente a los que todavía no habían muerto. Aproximadamente un pie más pequeños de lo que habían sido en vida, deambulaban en bandas o grupos, y a veces recorrían las carreteras en auténticos regimientos, siguiendo una bandera. Se los oía hablar y susurrar con extrañas voces chillonas, pero no se entendía nada de lo que se decían entre sí, salvo el nombre del siguiente que pretendían llevarse.

Una página como esa sirve para acreditar no sólo la calidad literaria de Sebald, la tensión contenida de su estilo, sino también la solvencia indiscutible del traductor.

Santos Domínguez