31/1/08

Cuadernos de Valéry


Paul Valéry.
Cuadernos (1894-1945).
Selección e introducción de
Andrés Sánchez Robayna.
Traducción de Maryse Privat,
Fátima Sainz y
Andrés Sánchez Robayna.
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. Barcelona, 2007.

Paul Valéry dejó a su muerte 261 cuadernos que había empezado a escribir en 1894 como resultado de una crisis de creatividad que le llevó a pensar que no estaba a la altura de Rimbaud o Mallarmé y a abandonar temporalmente la poesía.

Lo que empezó como una mera válvula de escape se convirtió primero en una costumbre y luego en un admirable vicio creativo. Durante más de medio siglo, hasta el mismo año de su muerte en 1945, Valéry escribió estos Cuadernos "entre la lámpara y el sol." Se publicaron póstumamente en Francia en edición facsímil de 29 tomos y 26.600 páginas que son el testimonio de su curiosidad intelectual y su voluntad de conocimiento.

En España Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publica ahora una amplia selección, preparada por Andrés Sánchez Robayna, de estos Cuadernos que son el deslumbrante diario intelectual de Valéry.

Emparentados con los Fragmentos de Novalis y con el Zibaldone de Leopardi, en sus páginas hay materiales muy diversos, que expresan en su variedad la riqueza del mundo intelectual, literario y humano de Valéry: aforismos, poemas en prosa, dibujos, fórmulas matemáticas, disquisiciones filosóficas, ideas sobre arte y estética, apuntes psicológicos, reflexiones políticas, biográficas, de crítica literaria o sociología son algunas muestras estos "pensamientos del alba", como los llamó Valéry.

Al alba, un hombre piensa, escribe y dibuja, como recuerda Sánchez Robayna en su introducción. Textos y temas que rectifican la imagen de un poeta cerebral, puro y distante al que estábamos acostumbrados, para situarnos ante un pensador lúcido del que dijo Octavio Paz que era el gran filósofo francés de su época y el de influencia más persistente.

Hay en los Cuadernos, además de la previsible meditación de un escritor sobre sus procesos creadores, sobre la función de la poesía y la reflexión estética o ética sobre la literatura o el arte, una exploración amplísima de la realidad, una visión del mundo elaborada con múltiples materiales ( borradores y notas, apuntes y reflexiones, destellos y chispazos) sobre múltiples materias (Filosofía y Matemáticas, Memoria y Tiempo, Sueño y Conciencia, Ciencia y Política...) hasta completar los 31 apartados en los que se estructura temáticamente el conjunto, un intento de acotar el material amplio y disperso de estos Cuadernos que son muchas cosas a la vez: el taller de escritura de un creador excepcional, el diario intelectual de una mente inquieta, la enciclopedia íntima de un hombre curioso, un repertorio filosófico, la summa de un pensamiento radicalmente libre... La construcción, en definitiva, de una imagen coherente y compleja del mundo.

Creación y reflexión, pensamiento en marcha e iluminaciones que surgen de los tanteos del borrador, vicio y oficio de Penélope, testimonio de los procesos creativos y mentales de aquel cerebro siempre en vigilia (como el de Poe según Baudelaire) que causaron la admiración incondicional de intelectuales solventes como Octavio Paz, Theodor W. Adorno o T. S. Eliot, que reconocieron su lucidez y su poderío intelectual.


Santos Domínguez

30/1/08

Los futuros del libro


Joaquín Rodríguez.
Edición 2.0. Los futuros del libro.
Prólogo de Sergio Vila-Sanjuán.
Melusina Circular. Barcelona, 2007.


Joaquín Rodríguez, sociólogo y director de la revista Archipiélago, acaba de recopilar gran parte de los artículos que componen su blog Los futuros del libro en un volumen, Edición 2.0. Los futuros del libro, que publica Melusina con prólogo de Sergio Vila-Sanjuán.

Su blog, dedicado a la reflexión editorial, tiene como punto de partida esta declaración inicial:

El libro no es una realidad inmutable, un objeto imperturbable. La historia de los soportes de la escritura, de los modos de producción y de su uso y consumo nos muestran que esa realidad es, al contrario, mutable y cambiante. Este blog tratará de reflexionar sobre la naturaleza móvil y versátil de ese soporte y de la industria que lo rodea.

Los viejos mecanismos de edición, difusión y distribución de la cultura y el conocimiento se han visto alterados de manera sustancial por los nuevos soportes y las nuevas redes de comunicación. La relación que unía en la edición tradicional al autor con el lector a través del editor se está modificando de manera radical e irreversible para dejar de supeditarse a los intereses del intermediario.

A propósito de esas novedades, Joaquín Rodríguez escribió en su página:

Es muy posible que el debate sobre el futuro del libro tenga que plantearse no como el de una unidad inseparable -el futuro del libro, a secas- sino como el de destinos y futuros paralelos en función del tipo de contenidos que se comuniquen, las ventajas que se obtengan transmitiéndolos de una u otra forma y el tipo de público al que vayan dirigidos. En suma, para avanzar en este debate deberíamos comenzar a hablar, comenzar a pensar, en términos de "los futuros del libro", idea de la que este blog toma el nombre.

Se trata de un proceso que no afecta sólo a los tres lados de ese triángulo, sino también a otros elementos de intermediación como el librero o a la crítica literaria de las publicaciones periódicas y los suplementos de cultura. A través de las nuevas maneras de difusión de la obra, el autor está en condiciones de ponerla en circulación y a disposición del lector.

En ese contexto y con esos presupuestos se aborda una reflexión sobre factores como los siguientes: los retos de las editoriales independientes, el debate decepcionante, insuficiente, tendencioso, interesado y trasnochado –los calificativos son de Joaquín Rodríguez- sobre el futuro del libro, una historia del libro electrónico, la transformación del papel de los editores y los libreros en la tormenta digital que se aproxima, la imparable digitalización de las bibliotecas, el biblioburro en tiempos de Internet, las bibliotecas paquidérmicas y unguladas, el futuro del libro sin tapas, la increíble historia de los libros crecientes, estrategias de supervivencia para editores en la era digital, el futuro de la edición y de la propiedad intelectual, la poesía visual y los caligramas digitales, los mapas de contenidos, la impresión digital y la autoedición, el imparable ascenso de las librerías virtuales o el acceso libre al conocimiento científico que implican las nuevas maneras de edición, la edición 2.0.

Son algunos de los aspectos y apartados en los que se articula una reflexión sobre el futuro del libro. Es la reflexión de un observador optimista que cree en una democratización de la cultura, como señala Vila-Sanjuán en el prólogo a esta obra que explora la relación entre Amazon y Juan de la Cuesta, el parecido entre los libreros virtuales y los del XVII o la creciente importancia de la crítica literaria en los blogs frente a los medios tradicionales que servían de soporte a unos modelos críticos que también están llamados a reconvertirse.

Y para dar ejemplo, la mayor parte de los materiales que integran este libro se pueden descargar en versión digital en la página de la editorial Melusina.

Debería ser durante unos meses lectura de cabecera de editores, autores y lectores, es decir, de quienes tienen algún interés en este complejo mundo de la creación, la transmisión del conocimiento y la recepción de la cultura.

Santos Domínguez

29/1/08

Historia del corazón


Ole Martin Høystad.
Historia del corazón.
Traducción de Cristina Gómez Baggethun.
Lengua de Trapo. Madrid, 2007.



La colección Fuera de serie, que Lengua de Trapo puso en marcha hace algo más de un año con el propósito de ofrecer libros singulares y merecedores de una edición especial, llega a su segunda entrega. Cuidada hasta el menor detalle para deleite de la inteligencia y los sentidos, acaba de incorporar a su catálogo un excelente libro: una Historia del corazón desde la Antigüedad hasta hoy, escrita por el noruego Ole Martin Høystad, profesor de Estudios Culturales y de Historia en la Universidad del Sur de Dinamarca, Odense.

Con un enfoque multicultural e interdisciplinar y desde una perspectiva en la que se conjuntan filosofía y literatura, el profesor Martin Høystad ha elaborado un estudio de antropología cultural en el que se abordan la historia y el significado del corazón como símbolo fundamental de lo humano.

Escribir una historia del corazón es trazar una historia de la cultura, del pensamiento y del sentimiento. Y por eso donde comienza la historia de la cultura empieza también la historia del corazón. En Mesopotamia, hace 5000 años las primeras fuentes escritas ya tratan de ese órgano vital y de lo que representa. De Gilgamesh, el primer corazón inquieto de la historia, al egipcio Libro de los Muertos, de la Grecia homérica a Odín, del pensamiento bíblico a los aztecas, el corazón tiene un papel fundamental en la configuración de la idea del mundo, como sede de la conciencia como metáfora, personificación o metonimia de los sentimientos creadores o destructivos, de diferentes pasiones en contextos diversos: la indiferenciación homérica entre lo emocional y lo racional; las metáforas de la patología en la mentalidad cristiana; la importancia del corazón como símbolo sentimental, intelectual y espiritual en el Islam, la última de las culturas del corazón; el corazón como objeto de los sacrificios aztecas o las raíces gordas del corazón entre los antiguos nórdicos.

Ese es el objeto de la primera parte de este ensayo que se centra en su segunda mitad en la lucha por el corazón en el pensamiento europeo. Desde el giro emocional que se produjo en la Alta Edad Media con los trovadores y el amor cortés hasta la configuración del sujeto en la modernidad con los Ensayos de Montaigne o en El Rey Lear de Shakespeare.

De ahí en adelante, las aportaciones de Rousseau, un filósofo del corazón, o de un Goethe fáustico abren el camino de la renovación de las conquistas cordiales en Niezstche y Freud, que marcan una nueva correlación de fuerzas entre lo sentimental y lo racional.

Aunque para renovación de los corazones, ninguna tan literal como la que se produce hace cuarenta años con las técnicas de transplantes coronarios, que culminan ese largo proceso de lucha por el corazón.

Este no es, pese al rigor de su enfoque, un ensayo sesudo o árido, dirigido a especialistas, sino un libro muy legible, escrito con excelente estilo y capacidad narrativa sobre la gramática histórica del sentimiento.

Un regalo para la inteligencia, por el espléndido texto, y para los sentidos, por las cuidadas ilustraciones que lo subrayan.

Luis E. Aldave

28/1/08

La verdad sobre Miguel Mañara



Manuel Barrios Gutiérrez.
La verdad sobre Miguel Mañara.
Almuzara. Córdoba, 2007.


Un día cualquiera, la camarilla de "la clase" se planteó que tenían mucho, pero no todo, y fue entonces cuando, muerto el caballero Mañara, aquellos biempensantes, en juerga mística entre las cuentas del rosario, la copa de oloroso, los versos de algún poeta primaveral y la cita para enterrar a los ajusticiados, acordaron la gracia de tener un santo.

Todo empieza con un héroe popular de Sevilla, un arquetipo desgarrado del barroco español, lleno de contrastes y tergiversado por el pintoresquismo, y con una sevillanía interesada en tener un santo.

Frente a la historia convencional del Mañara indigente y disoluto que vio su propio entierro en la calle del Ataúd, Manuel Barrios ha escrito con buena prosa una dilucidación de Mañara el Venerable, de su verdad y su secreto, en este libro que publica la editorial Almuzara.

Un libro escrito con inteligencia e ironía, con sabiduría y distancia de aquel que se creyó mensajero de la muerte y plantó unos rosales que llevan floreciendo más de trescientos años en el hospital de la Caridad:

El autor de la presente crónica -que nunca ha tenido nada en contra de la Religión ni de don Miguel Mañara- intenta esclarecer por qué el caballerro calatravo sólo ha alcanzado el título de Venerable, y no de Santo, aunque el mejor día (para "la clase") en contra del dictamen suscrito por el Abogado del Diablo, el cónclave de los impolutos vea coronado -como les prometió Juan Pablo II- el anhelo de hacer Santo a don Miguel Mañara Vicentelo de Leca.

La Sevilla que era la capital del mundo en el siglo XVII fue el caldo de cultivo de tradiciones orales fomentadas por panegiristas y detractores, comunes en milagrerías diversas que ensalzaron los que participaban en una conjura de testigos que le atribuían actuaciones sobrenaturales y portentos varios.

Los linajes, los perdularios y las tapadas, el necrómano y su conversión, las obsesiones de un paranoico y otras truculencias con reliquias y cuerpos muertos fueron algunos de los ingredientes con los que se ejecutó un psicodrama que tuvo en Mañara a su protagonista.

En un apéndice documental se incluyen, entre la partida de nacimiento del Venerable y su testamento, una serie de textos, entre ellos un fragmento del Discurso de la verdad, las 38 páginas en octavo que escribió el crápula arrepentido para contagiar al lector devoto su enfermiza obsesión por la muerte.

Un Mañara no enteramente dilucidado, dueño de un secreto que parece conocer ese niño que, sentado a la izquierda del retrato que le hizo Valdés Leal, reclama silencio al espectador.

Y es que, como en todo el Barroco, hubo en Mañara y en torno a su figura mucho de representación teatral, incluso en la risa final de su gesto agonizante. Una risa ambigua, propia de aquella época de luces y sombras y de aquella figura en la que convivieron extrañamente la humildad y el orgullo, la galantería y el misticismo, el exceso y el recogimiento.

A descubrir los trucos del montaje y a ventilar las tumbas y los osarios contribuye la valentía y la lucidez de Manuel Barrios, que no ha podido o no ha querido evitar el tránsito de la ironía al sarcasmo en párrafos como este:

Don Miguel /.../ se queda nuevamente viudo. Ahora de un caballo.


Santos Domínguez

27/1/08

Ifigenia en Caracas


Teresa de la Parra.
Ifigenia.
Del Taller de Mario Muchnik.
Madrid, 2007.


El Taller de Mario Muchnik reedita Ifigenia, la novela de la venezolana Teresa de la Parra (1890-1936) , la obra maestra de la literatura popular latinoamericana.

Subtitulada y planteada como el Diario de una señorita que escribió porque se aburría, cumple ahora los ochenta años de su edición definitiva y del escándalo que provocó su planteamiento feminista. Porque el eje de la obra es el desajuste entre la realidad y el deseo, el conflicto entre la nueva mujer latinoamericana, a quien las lecturas y los viajes a Europa les descubrieron otro mundo, y una realidad que la tenía atada a los prejuicios y sometida a la autoridad familiar, paterna, materna o matrimonial.

Lo paradójico de la situación es que esta novela sirvió más de consuelo que de revulsivo a las mujeres que la leían, muchas veces de forma clandestina: se identificaban con la heroína de la novela y se consolaban en el ensueño de aquella identificación.

Retrato crítico de la alta sociedad caraqueña en los comienzos del XX, su planteamiento es más irónico que combativo y su humor desenfadado a veces se convierte en sarcasmo, pero por su prosa elegante ha pasado el tiempo sin hacer estragos.

Con un más que probable componente autobiográfico, Ifigenia arranca con una carta muy larga, casi una novela epistolar, que Mª Eugenia Alonso le escribe a su amiga Cristina de Iturbe para entretenerse y porque no puede callar más y necesita un desahogo para su vida tapiada. Soñadora, viajera y lectora de novelas, ha decidido salir de la timidez y entrar en el mundo con el convencimiento de que ella vale mucho más que las heroínas de sus novelas. Ha viajado por Europa, ha descubierto el cuerpo, se ha educado en París, pero a su vuelta a Venezuela aquella sociedad cerrada y patriarcal no le permite más expansiones que las de una biblioteca circulante. Aquellos libros prohibidos que frecuenta en secreto son su único consuelo en el huerto cerrado de su existencia, porque la monotonía y el aburrimiento han vuelto a su vida.

Después de esa primera parte empieza propiamente el diario de Mª Eugenia Alonso, una mujer que espera y espera no sabe bien qué, una contemplativa proclive a la verbosidad desde el balcón de Julieta que acaba conversando con las ramas de las acacias, una compañía que prefiere a las obras completas de Shakespeare. O habla con el río y- lo que es más prodigioso- este no sólo le contesta, sino que le da consejos en esta novela de formación frustrada, en esta narración de amores imposibles:

Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quién corre a saciar sus odios no sé adónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre. Sólo él puede apagar las iras de ese dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber, convenciones, principios. ¡Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a miles las doncellas...! Y dócil y blanca y bella como Ifigenia, ¡aquí estoy ya dispuesta para el martirio!


Mayra Vela Muzot

26/1/08

Santuario de Edith Wharton


Edith Wharton.
Santuario.

Traducción de Pilar Adón.

Introducción de Marta Sanz.
Impedimenta. Madrid, 2007.

Fue amiga de Henry James, pero renegó de que la identificasen con la literatura de aquel inglés nacido en Boston. A pesar del comprensible enfado de Edith Wharton ante una comparación que parecía rebajarla a la categoría de una secuela epigonal, la relación es más que evidente en La edad de la inocencia o en La casa de la alegría, una novela que escribió a la vez que este Santuario que publica por primera vez en castellano la editorial Impedimenta, con una impecable traducción de Pilar Adón.

La relación va más allá de las tendencias europeístas de ambos o de la común vocación introspectiva. Es una cuestión de tono y de mirada. Y si ese es el rasgo esencial de la literatura de Edith Wharton, transmitir esa mirada es el reto mayor para quien la traduce a otra lengua. Una labor nada fácil, desde luego.

Posiblemente no exista una literatura femenina, ni siquiera una forma femenina de mirar el detalle.
Lo demuestra el propio James, cuyo ejemplo podría utilizarse para negar el argumento o para afirmarlo. Así pues, en el caso de que esa mirada no sea peculiar, habrá que admitir al menos que existe una manera de reflejarla en la obra, de devolvernos la realidad filtrada, si no por la mirada, por la forma de contarla. Una mirada que estaba no sólo en James, sino en Proust o en Azorín, por poner dos ejemplos muy distintos.

Entre esa mirada penetrante que desciende a lo subterráneo y la palabra precisa que transmite el detalle se mueve la literatura de Edith Wharton. En este a ratos inquietante Santuario, una novela corta que no llega a las ciento cincuenta páginas, se agudiza la tensión de su prosa, de concentrada precisión, y la capacidad penetrante de su mirada.

De esas claves habla Marta Sanz en un prólogo en el que aborda la mirada y la construcción de la obra a partir de su primera frase, que deja fijado el tono, marcado el territorio y la distancia narrativa:

Resulta poco frecuente que la juventud se permita una felicidad perfecta.

Como en otras novelas de
Edith Wharton, también aquí, a través de la protagonista, Kathe Orme, la autora está tomando distancia para reescribirse a sí misma y contarnos cosas propias, está reelaborando su biografía e indagando en la conciencia con una fuerza inusual. Por eso, una historia como la que aborda Santuario, que con otra mirada y otra voz no hubiera pasado de ser un folletín barato, es en sus manos alta literatura, llena de sutileza y de hondura psicológica. También en eso la semejanza con Henry James es evidente.

Traigo aquí como cierre la autoridad de Harold Bloom, que escribió a propósito de la literatura de Edith Wharton estas líneas terminantes:

No me gusta lo que Wharton ve ni cómo lo ve, pero me enseña a ver lo que no podría contemplar sin ella. En estos duros años de George W. Bush II, Wharton es una guía privilegiada al advenimiento de una nueva Edad Dorada.
Santos Domínguez


25/1/08

Asombro y búsqueda de Rafael Barrett


Gregorio Morán.
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Las putas gallinas tuvieron la culpa.

Así comienza
Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, la semblanza biográfica que publica Gregorio Morán en la espléndida Biblioteca de la Memoria de Anagrama.

Una reivindicación apasionada y polémica de aquel escritor malogrado, un radical subversivo que antes de serlo fue un señorito adinerado calavera y pendenciero en el Madrid bohemio de fines del XIX y comienzos del XX.

Las pobres gallinas, con su mala fama de promiscuidades y lascivias, son las de
un artículo que Barret publicó en Paraguay y que arranca con estos dos párrafos:

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Como al personaje de ese texto, a Gregorio Morán también le cambiaron la vida esas perturbadoras gallinas que en 300 palabras trazaban una parábola en la que el hombre degenera en propietario.

A partir de ese artículo, el biógrafo se interesa por el escritor desconocido:

¿Quién es Barrett? ¿Nadie sabía quién había sido Rafael Barrett? Una referencia malévola de Baroja, unas páginas excéntricas de Maeztu, un retrato póstumo de Manuel Bueno, un apunte cariñoso de Cansinos y una leyenda de intenciones atribuida a Valle-Inclán. Con eso no basta para existir. Se podría decir que está su obra. Pero su obra es tan efímera como la flor de un día porque se fijó en algo tan ligero como el papel de periódico y ahí quedó, pasados los primeros años de emoción ante su prematura desaparición.

Fue uno de aquellos seres excéntricos que se movieron con naturalidad entre lo ridículo y lo admirable, entre la brillantez y la mangancia siempre cuesta abajo, a menudo al filo del abismo. Un Baroja despectivo lo mencionó en sus memorias, aunque lo conoció menos que un Cansinos que lo recuerda con respeto. Pudo haber sido uno de los figurantes de Las máscaras del héroe, una de aquellas criaturas marginales y desahuciadas que el mismo
Prada reunió en Desgarrados y excéntricos.

Un personaje impulsivo y estrafalario que tuvo su primera muerte -muerte civil- una tarde en el circo. Fue el 24 de abril de 1902 y revistió la forma de un escándalo que, junto con una exploración anal que certificaba su virginidad, sirvió para defender su hombría puesta en entredicho.

La muerte civil se disfrazó en la prensa de presunto suicidio. Y el presunto suicida, expulsado de la alta sociedad, en vez de irse al otro mundo, se fue a América para recomponer su fortuna. No salió de la ruina, pero primero en Argentina y luego en Paraguay y Uruguay, desarrolló su actividad literaria como articulista.

Buenos Aires fue una ciudad determinante en su vida y en su obra, como luego lo sería Asunción (un jardín desolado y más tarde un rincón maldito). Allí, un Barrett arrogante y todavía seguro de sí mismo radicaliza su pensamiento libertario, ejerce como agrimensor o funda la revista Germinal antes de sufrir la transformación que supuso en su vida la travesía del río Paraguay camino del destierro.

Volvió desde Montevideo, clandestino, enfermo y abandonado, para morir en Europa, en Arcachon, a mediados de diciembre de 1910.

La fotografía de la portada, la última que se le hizo -en Montevideo, un 6 de septiembre de 1910-, resume su existencia “en pendiente hacia el abismo”, su conciencia del fracaso y le muestra ya casi como un póstumo de sí mismo.

Un autor de breve y brillante producción literaria, que se concretó en artículos y aforismos y en un libro que se publicó muy poco antes de su muerte. Lo elogió un Borges adolescente que lo tomó por argentino y genial, y Roa Bastos, con más temple, escribió sobre su importancia estas líneas:

Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales.

Vuelven a encenderse con este libro las luces tristes de bohemia para iluminar la vida y la obra de un maldito olvidado y recuperado ahora en la prosa de Gregorio Morán.


Santos Domínguez

23/1/08

Poesía completa de Kapuściński

Ryszard Kapuściński.
Poesía completa.
Traducción y prólogo de Abel A. Murcia Soriano.
Bartleby. Madrid, 2008.

Otro Kapuściński titula Abel Murcia Soriano, poeta y director del Instituto Cervantes de Varsovia, el prólogo de su edición bilingüe de la poesía completa en Bartleby Editores del escritor polaco, de cuya muerte se cumple hoy un año justo.

Es la zona más desconocida -pero no la menos importante- de la obra del prosista viajero, autor de memorables reportajes y por eso Abel Murcia ha planteado su introducción a la Poesía completa de Kapuściński como una conversación imaginaria en la que el escritor explica, con declaraciones tomadas de aquí y de allá, qué sentido tiene para él escribir poesía:

Uno escribe poesía porque hay cosas que no se pueden decir de otra manera. La poesía es el único camino.

O manifiesta su interés por la lengua:

Escribir poemas permite tocar la lengua viva, explorar sus límites, valorar el significado de las propias palabras y de las metáforas.

Su juventud literaria fue la de un poeta que luego se dedicó al periodismo y a principios de los ochenta se refugió en la poesía, en la búsqueda de sentido a través de una forma de expresión que él consideraba la más personal: De profesión reportero; de vocación, poeta, según se definió a sí mismo.

Y si la poesía exige, según Kapuściński, entrar en otro lenguaje, en otra forma de ver, en otra atmósfera, en otro tipo de recogimiento, de concentración, la mirada profunda e indagadora del periodista que va más allá de la superficie de las situaciones y los acontecimientos es la misma mirada, hacia dentro y hacia fuera, que excava en la realidad y en el interior de sí mismo a través de la palabra.

Aunque publicó dos libros de poemas, Bloc de notas (1986) y Leyes naturales (2006), Kapuściński sigue siendo un poeta casi secreto que se sitúa en la tradición de los grandes autores polacos del siglo XX como Milosz o Symborska.

Los veinte años que pasan entre ambos libros explican algunos cambios de temas y tono. En Bloc de notas, más volcado hacia el exterior, la destrucción de la guerra confunde en el recuerdo los rastrojos secos y los huesos en un paisaje de alambradas en el que dialogan el yo y el tú, el interior y el exterior:

Alambrada

Tú escribes sobre el hombre en el campo de concentración
yo sobre el campo de concentración en el hombre
en tu caso las alambradas están en el exterior
en el mío anidan en el interior de cada uno de nosotros

–¿Crees que es una diferencia tan grande?
Son dos caras de un mismo sufrimiento

Frente a la realidad sombría, frente a los desastres y la situación de su país, emerge sin embargo la esperanza:

Nieve

al andar oyes el canto de los zapatos
un repentino rayo de sol
huido de las nubes
se convierte en pájaro

En esa abundancia de pájaros de muchos de estos finales, hay siempre una mirada que se levanta sobre el dolor:

la vida sigue
existimos

Leyes naturales
es un libro más meditativa y ensimismada. En él, un Kapuściński más intimista y existencial, convoca al sueño y a la memoria y habla de la muerte y del fuego de la poesía en un diálogo contenido del poeta consigo mismo más que con la realidad.

Es una poesía más intensa y confesional, más melancólica en su lamento de la fugacidad:

Estos lugares grises estas casas grises ventanas tras las que no sucede nada
Por este paraje de paralizadas luces apagadas que nunca han dado luz pasa un autobús
De ninguna parte
A ninguna parte

Esa misma línea temática, con un estética más despojada, se manifiesta en los siete inéditos de 2006 que se ha incorporado a esta edición:

El día que has perdido
ya no lo recuperarás,
el mundo ha seguido adelante
te has quedado atrás –
tienes las manos vacías
y los ojos vacíos

sentado en el parque
en un banco
observas una hormiga
pero también está ocupada y se va
te has quedado solo
no hay nadie a tu alrededor

Santos Domínguez

22/1/08

Las sombras errantes


Pascal Quignard.
Las sombras errantes.
Traducción de Manuel Arranz.
Elipsis Ediciones. Barcelona, 2006.


Pascal Quignard (1948) es uno de los grandes escritores franceses actuales. Una de sus novelas más conocidas, La lección de música, fue la base de una memorable película de Alain Corneau, Todas las mañanas del mundo, que con música de Jordi Savall recordaba un episodio de la vida del violista Marin Marais.

Quignard es un intelectual polifacético e inquieto que antes de dedicarse a la literatura fue pintor y violoncelista, dio clases en la Universidad Libre de Saint Denis, tuvo importantes responsabilidades en la editorial Gallimard, donde trabajó durante un cuarto de siglo, y fue el impulsor del Festival de Ópera Barroca de Versalles.

Todo eso lo fue abandonando un Quignard insatisfecho que renunció a una posición acomodada para dedicarse por entero a la literatura, a una aventura intelectual y estilística arriesgada y de gran calado, que tiene en su caso mucho de salto en el vacío.

Las sombras errantes, el primer volumen de la serie El último reino, que fue premio Goncourt en 2002, lo ha publicado la editorial Elipsis, con traducción de Manuel Arranz, que ha afrontado con brillantez la nada fácil tarea de traducir la tensión de la prosa de Quignard y su ambicioso intento de integración y transmisión de múltiples herencias culturales para aprovechar sus posibilidades expresivas.

El resultado es una obra de prosa torrencial, un libro inclasificable, compuesto de capítulos breves, de relámpagos y argumentaciones que son las teselas de un mosaico. Como los hilos de un tapiz, las redes que tiende Quignard en cada texto atrapan al lector desde el primer párrafo:

El canto del gallo, el amanecer, los perros que ladran, la claridad que se extiende, el hombre que se levanta, la naturaleza, el tiempo, el sueño, la lucidez, todo es cruel.

Con el ritmo envolvente de su prosa creativa, la palabra y el silencio se compenetran como en la mejor poesía para construir unos textos que se mueven con enorme libertad en las posibilidades expresivas de los distintos géneros. Y así, desde la narrativa al ensayo o la prosa poética, los viejos moldes genéricos se ponen al servicio de su estilo poderoso, para contar o inventar, para encauzar un pensamiento tan incisivo, provocador y contundente como el de Quignard, que reflexiona o se desahoga, como en este fragmento del capítulo XXXVII:

El grito que pide socorro, una vez convertido en canto, ya no se dirige a nadie. Las artes no tienen por destino, como hace la Historia, organizar el olvido. Ni dar un sentido a lo Otro del sentido. Ni manchar y engullir el tiempo pasado de la tierra. Ni aniquilar in situ la otra parte del tiempo. Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa. El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra. Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.
El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Pero ¿por qué no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?

Sólo en los grandes escritores la correlación entre sustancia y expresión se convierte en un mecanismo preciso de funcionamiento implacable en el fondo y en la forma. Sólo busco pensamientos que estremezcan, escribe Quignard en uno de los capítulos del libro. La tensión estilística de la poesía, la fuerza narrativa del relato corto o el cuento tradicional, la profundidad del ensayo o el rigor del razonamiento construyen este edificio literario en el que el estilo tiene un papel determinante como motor de búsqueda, de exploración de la memoria, el miedo, el tiempo o las sombras:

El escritor, lo mismo que el pensador, saben quién es en ellos el verdadero narrador: la expresión. Yo hago lo siguiente: dejo que sea el lenguaje mismo el que pese, piense, penda, dependa.

La fragmentación es el alma del arte, escribe Quignard. Y eso son en gran medida estas Sombras errantes: literatura del fragmento que renuncia a las imágenes totalizadoras de la realidad, se levanta sobre el fracaso de las ideologías y participa de la narrativa, el poema en prosa, el cuaderno de notas.

Cuentos y anécdotas, ficción y realidad, vidas falsas, citas reales y apócrifas recorren una literatura que se nutre más del sueño y la alucinación que de la realidad. Quignard narra el recuerdo y evoca a las sombras errantes en un libro de género omnívoro que sin embargo no pretende engañar al lector, sino hacerle partícipe de una aventura intelectual y estética sin parangón en la literatura de las últimas décadas.

Soy un apasionado -declaraba Quignard no hace mucho- de tres cosas que quedarán del siglo XX: la etnología, el psicoanálisis y la lingüística. Esas tres disciplinas están muy próximas al arte de contar cuentos. En el fondo, estoy más cerca del cuento que de la novela. Muy próximo al arte de contar anécdotas, cuentos, sueños, como los que nos asaltan cada noche y cada mañana nos dejan más perplejos.

Santos Domínguez

21/1/08

Retraducir


Juan Jesús Zaro y Francisco Ruiz Noguera (eds.)
Retraducir. Una nueva mirada.
Miguel Gómez Ediciones. Málaga, 2007.


La retraducción de textos literarios y audiovisuales y la nueva mirada que los reinterpreta es el objeto de este Retraducir, el volumen colectivo que han coordinado Juan Jesús Zaro y Francisco Ruiz Noguera y que publica en Málaga Miguel Gómez Ediciones.

Organizado en tres partes, la primera de ellas es una introducción teórica que fija el concepto de retraducción como la nueva versión de un texto ya traducido y aborda su importancia en la literatura contemporánea y su repercusión en las producciones audiovisuales.

Son múltiples las razones que explican por qué se retraducen los textos de una lengua extranjera: el envejecimiento –no sólo estilístico- de las traducciones, la relectura, la revalorización de una obra, su actualización o la proyección de la poética del traductor sobre lo traducido.

Las dos secciones restantes plantean en sus distintos capítulos ejemplos concretos e ilustrativos de traducciones literarias y audiovisuales.

La parte central, la más amplia como es lógico, tiene como eje de referencia la retraducción de textos literarios, desde el Nuevo Testamento a El cementerio marino, desde Safo a Emily Dickinson o Rimbaud, sin que falten capítulos que abordan otros ejemplos de textos narrativos o teatrales.

Y finalmente una tercera parte no menos interesante en la que se analiza la retraducción visual de algunos textos literarios llevados al cine: la proyección de King Lear sobre la sociedad feudal japonesa que hizo Kurosawa en Ran, las adaptaciones de El corazón de las tinieblas en películas como El corazón del bosque o Apocalipse Now, las múltiples retraducciones de Mansfield Park de Jane Austen.

Y entre esos artículos, tres que merecen un subrayado especial: el excelente estudio de Aurora Luque sobre las traducciones de Safo; el análisis que hace Mercedes Enríquez sobre la fijación de un canon poético del Romanticismo inglés a través de las retraducciones en antologías, y el texto de Francisco Ruiz Noguera sobre la poética propia como impulso de la retraducción con el ejemplo del Cementerio marino de Valèry y sus traductores al español, desde Jorge Guillén, el primero, hasta Agustín García Calvo, el más reciente.

Resultado de un proceso de relectura y de una actualización, las reflexiones sobre la traducción y la retraducción que contienen estos artículos son muchas veces el punto de partida para la iluminación de los textos o para plantearse las siempre problemáticas y fecundas relaciones entre cine y literatura, entre lenguaje literario y lenguaje audiovisual.

Santos Domínguez

19/1/08

El arte de leer


Francisco García Jurado.
El arte de leer.
Antología de la literatura latina
en los autores del siglo xx.

Liceus. Madrid, 2007.


No es fácil encontrarse con lectores como Francisco García Jurado, lector y profesor de la Universidad Complutense, que ejercen la pasión y el arte de la lectura por encima de la rutina profesoral o el distanciamiento académico. No es fácil encontrar – y menos en ese ámbito universitario, tan dado al acomodaticio pancismo burocrático- lectores así, pero cuando el azar nos los pone delante, la admiración y la complicidad es inmediata.

La edición que hizo Francisco García Jurado de las Noches áticas de Aulo Gelio en Alianza fue la carta de presentación de alguien que –se notaba desde el prólogo- entendía la literatura como una actividad vital, como pasión intensa y forma de vida.

Lo confirma ahora en la presentación de El arte de leer :

Conviene recordar que las literaturas fueron escritas para ser leídas y vividas, y no para que queden recluidas en el coto de los especialistas. Las literaturas clásicas han disfrutado de lecturas tan intensas y variadas por parte de los autores modernos que éstas podrían entenderse en términos de una historia no académica. Se trata de una historia que está, fundamentalmente, ligada al amor a los libros, en nada reñido con la vida. Como dice Bioy Casares cuando habla de Aulo Gelio: "Pocos objetos materiales han de estar tan entrañablemente vinculados a nuestra vida como algunos libros. Los queremos por sus enseñanzas, porque nos dieron placer, porque estimularon nuestra inteligencia, o nuestra imaginación, o nuestras ganas de vivir."

García Jurado lleva más de diez años reconstruyendo esa historia no académica de la literatura clásica y El arte de leer es el resultado de esa larga convivencia y una invitación a compartir la complicidad feliz de la lectura. No es una casualidad ni un lapsus que el autor utilice el término amigo como sinónimo de lector, o que la lectura sea una actividad celebratoria que recorre todo el libro en un diálogo vivo y constante de civilizaciones y culturas.

En esa conversación, los átomos de Lucrecio conocen el amor en un capítulo de Schwob; un narrador fascista reivindica a Catilina frente a Cicerón; Catulo se convierte en un contemporáneo retratado por José Agustín Goytisolo; un verso de Virgilio se convierte en el epitafio de un soldado romano que muere en el Bierzo; un ratón como el de Horacio vuelve a nacer del parto de los montes en un cuento de Arreola; Ovidio, el clásico cotidiano, se metamorfosea en mariposa en un relato de Tabucchi; Fedro se reencarna en Monterroso y Séneca es un adulador despreciable en una novela de Graves. Marcial y Juvenal son la memoria satírica del mundo y Francisco Ayala evoca a un Plinio el joven indiferente a las pasiones pueriles del deporte y obsesionado con la fama.

¿Hay más? Sí. Por ejemplo, un Suetonio tranquilo y erudito en el Paradiso de Lezama Lima; un Aulo Gelio misceláneo al que admiró Bioy, imitó Borges y parafraseó Cortázar.

Y, ya para terminar, Plinio el viejo en Borges el memorioso y en un Calvino viajero por ciudades invisibles en busca de tesoros; el elogio de la decadencia de Huysmans y Wilde o la visita a San Isidoro del peruchiano caballero Kosmas.

No sé si será cuestión de unos pocos felices, aquellos happy fews de Stendhal y Shakespeare, pero la verdadera literatura, la enfermedad incurable y pegadiza de la que hablaba Cervantes, la que vive en nosotros y en la que vivimos, o sirve para la vida y la felicidad o no sirve para nada. Y un libro como este, tan contagioso de lecturas y pasiones, lo demuestra.

Santos Domínguez

16/1/08

Antonio B. el Ruso

Ramiro Pinilla,
Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera.
Tusquets. Barcelona, 2007.


Volver, al cabo de tantos años, sobre Antonio Bayo, es recuperar el calvario de su vida y la oscura noticia de su muerte. Esta vez, su infantilismo ya no se hinchará contemplando el segundo nacimiento de su libro en los escaparates y sintiendo el acoso de los medios. Y es que estamos hablando de un hombre que, desde su nacimiento, fue perseguido por la forma más lacerante de nuestra injusticia social hasta hacer de él un despojo humano.

Así comienza el prólogo que Ramiro Pinilla ha escrito para la reedición en Tusquets de Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera. Treinta años después de la primera edición de la obra, el prólogo da cumplida noticia de la génesis, la técnica y el propósito de esta espléndida novela-biografía contada por su propio protagonista:

¿Por qué se me ocurrió escribir este libro? Literariamente, me atrajo el disponer de un personaje de carne y hueso como alternativa a los habituales míos de ficción. Podría constituir un descanso. Pero, no: el gran motivo que me movió fue la denuncia. ¿Pertenecía a España aquella Cabrera Baja, aquel mísero y desheredado pueblo de La Baña?, ¿y eran españolas aquellas gentes dejadas de la mano de todos los dioses?

Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera es una narración escrita en primera persona con la fuerza perturbadora y testimonial de quien fue a la vez una víctima y un resistente. La vida de ese hombre entre los años treinta y el comienzo de la transición posfranquista es uno de los mejores relatos sobre la durísima España de la posguerra que le rebajó a la condición de animal hambriento.

Sus más de seiscientas páginas son una demostración sobrecogedora y sostenida de cómo la realidad supera en dureza y humillaciones la capacidad imaginativa de cualquier lector. Elaborada con información de primera mano, extraída de un mes intenso de conversaciones grabadas, el trabajo literario de Ramiro Pinilla consistía en encontrar un tono adecuado para que el personaje-narrador se expresara en la novela:

Pasé un tiempo buscando el tono, como para un instrumento musical. A veces, se encuentra a la primera. No fue así en este caso. No se trata de pulsar teclas o cuerdas sino de escribir las primeras líneas. Realicé muchos ensayos para el primer párrafo. Y al leer un día bajo el bolígrafo…

“Me llamo Antonio Bayo, pero cuando madre me echó al mundo, una mujer que estaba allí dijo: ¡Leches, si es rubio como un ruso!... Así que no vaya usted por las Cabreras preguntando por Antonio, porque desde entonces todo el mundo me conoce por el Ruso. Ahora tengo seis años y madre me dice: –Súbeme una berza.”

…supe que ya lo tenía.

Lo que tenía Pinilla era la voz adecuada para el relato: un estilo invisible y transparente que canalizara la denuncia de aquella realidad y narrara la vida de aquella criatura en un agujero sin salida, como un animal salvaje y montaraz.

Prisiones, penales y manicomios, guardias civiles, curas y jueces son los escenarios y los actores de barbaridades escalofriantes, una sucesión de vejaciones y humillaciones de aquel espíritu indomable, asilvestrado e inocente, producto de una España rural, de esas otras Hurdes que se llaman las Cabreras de León.

Santos Domínguez

14/1/08

Obras completas de Pedro Salinas



Pedro Salinas.
Obras completas.
I Poesía. Narrativa. Teatro. II Ensayos completos. III Epistolario.
Edición de Enric Bou, Monserrat Escartín y Andrés Soria Olmedo.
Cátedra. Biblioteca Avrea. Madrid, 2007.


En una espléndida edición en tres tomos coordinados por Enric Bou, Cátedra Avrea publica un ambicioso proyecto diseñado hace dos décadas por Jaime Salinas y que diversas circunstancias frustraron en su momento: la obra completa de Pedro Salinas, una de las voces más significativas y fértiles de la literatura española contemporánea.

Además del mérito y el trabajo de una edición monumental como esta, que permite captar la profunda unidad de la obra de Salinas y la transversalidad que la recorre por encima de los géneros, conviene resaltar tres novedades importantes: en la poesía – de la que se ha ocupado Monserrat Escartín- se han depurado algunas erratas repetidas en ediciones anteriores y se han incorporado casi ochenta textos inéditos; los ensayos hacen una propuesta más amplia de las que habían aparecido hasta ahora y en cuanto al epistolario, se ha realizado una selección generosa del ingente volumen de cartas del autor.

A la poesía completa de Pedro Salinas, tanto la publicada como la inédita o los poemas no recogidos en volumen; a toda su narrativa, desde el vanguardismo de Víspera del gozo a los relatos de El desnudo impecable y al teatro se dedica el primer volumen de estas Obras Completas.

Entre Presagios y el póstumo Confianza, Salinas elaboró su obra poética como una aventura hacia lo absoluto y el conocimiento. Buscó una voz propia en sus primeros libros por los caminos de la vanguardia y la encontró en un ciclo de poesía amorosa inspirada por Katherine Whitmore, entre la plenitud y el lamento. El exilio abrió un paréntesis de silencio hasta que en Puerto Rico se reencontró con la lengua y la poesía con el mar de El contemplado, que se prolongó luego en la voz civil y angustiada de Todo más claro.

Menos conocida es su prosa narrativa, que sin embargo manifiesta esa transversalidad de temas e intereses a que aludía más arriba. La integran dos volúmenes de relatos, el vanguardista Víspera del gozo y El desnudo impecable del exilio, y una novela, La bomba increíble, antimilitarista y emparentada con su poema Cero.

La reunión de géneros de este primer tomo permite una lectura global en la que Víspera del gozo puede ser interpretado como el prólogo de su poesía amorosa, de la que el epílogo sería su teatro.

Un teatro no representado, sólo editado póstumamente; teatro de minorías doblemente exiliado, porque fue escrito en el alejamiento del exilio y por su alejamiento de las corrientes teatrales de la época.

El segundo tomo se ocupa de sus ensayos completos, desde el imprescindible estudio sobre la tradición y la originalidad en Jorge Manrique a sus asedios a la poesía modernista, a la obra de Rubén Darío y a la literatura del 98 y del 27, pasando por la defensa del idioma o de las minorías en El Defensor.

El magisterio de Salinas en ese campo del ensayo literario es indiscutible. Varias generaciones de filólogos nos hemos formado con su espléndido Jorge Manrique o tradición y originalidad, con su libro hondo y definitivo sobre la poesía de Rubén Darío o con los artículos que reunió en su Literatura española siglo XX.

Está en ellos el profesor y el crítico literario, el lector apasionado y riguroso que fue Salinas, pero también el poeta que lo complementa o lo contradice. La crítica literaria de Pedro Salinas es la de un creador, la de quien es a la vez actor y espectador, escritor y lector, la de quien hace no sólo crítica de la poesía, sino también una poética de la crítica, en una línea similar a la del mundo universitario norteamericano, ámbito en que se escribieron muchos de estos ensayos.

Tanto en este segundo tomo como en el tercero, dedicado a su epistolario, Enric Bou ha compartido la responsabilidad de la edición con Andrés Soria Olmedo. El volumen con la obra epistolar de Salinas reúne un millar largo de cartas, una selección generosa de las más de dos mil que constituyen su epistolario completo.

En este ingente material epistolar, que incorpora unas quinientas inéditas hasta esta edición, está –como es lógico- el universo literario y vital de Pedro Salinas: su mundo personal, familiar, amoroso, profesional, literario o civil. Este es el lugar en que se cruzan lo público y lo privado, lo literario y lo doméstico, el escritor y el hombre.

Por eso estas cartas no son un componente marginal de su obra, sino una parte fundamental que ilumina el resto de su producción: cuando hace cinco años se publicaron las enviadas a Katherine Whitmore, se pudieron entender adecuadamente La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.

Y, más allá de ese mundo personal o poético de Salinas, en estas cartas está también la literatura de toda una época, la España del 27 y la República, la de la guerra civil y la España errante del exilio.

Como un archipiélago definen los editores el epistolario de Salinas. Un archipiélago –añaden- con tres islas mayores (Margarita Bonmatí, Katherine Whitmore y Jorge Guillén), de variada vegetación y diverso interés. Cartas de amor o de amigo, llamativamente frías las dirigidas a la novia, a la esposa o a la amante, más sinceras y variadas las dirigidas al amigo poeta y cómplice literario y vital que fue Guillén.

Hay en ese archipiélago epistolar otras islas menores, pero espléndidas, como las cartas dirigidas a su hija Solita o a otros amigos como Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, Américo Castro o Ferrater Mora.

Entre lo íntimo y lo público, estas cartas trazan un panorama general desde una perspectiva privada y a la vez enmarcan lo privado en una mirada más amplia. Son cartas escritas con el afecto o el impulso de la amistad o el amor, pero en ellas Salinas no deja de ejercer de escritor y parece pensar en la posteridad y en la publicación. Al redactarlas parece estar escribiendo para un público lector que va más allá de la persona y el tiempo de sus destinatarios.

La selección que se ha hecho se ha basado en su interés literario, biográfico o estilístico, porque este conjunto epistolar es una muestra variada de un cruce de géneros que se van – como el resto de su obra- del ensayo y la poesía al retrato y la crónica o al diario íntimo.

Testigo y protagonista, lector y escritor, crítico y poeta, profesor y comentarista epistolar, para Salinas la literatura fue –como explicaba en una carta de 1947- una experiencia total de la vida, en la que se suman lo estético, lo histórico, lo moral, lo filológico, para dar un resultado último puramente humano.


Santos Domínguez

12/1/08

Alada claridad



Yosa Buson.
Alada claridad.
Traducción y prólogo de Alberto Silva.
Pre-Textos. Valencia, 2007.

En su bellísima colección El pájaro solitario, ligada en su título y en la viñeta que la identifica a Ramón Gaya, Pre-Textos publica Alada claridad, una colección de cincuenta haikus sobre vuelos diversos. Los escribió en el siglo XVIII el japonés Yosa Buson, poeta y pintor de Osaka, perito en pájaros y hombre de haikus.

Sus conocimientos ornitológicos, su ciencia pajarera son el resultado de una mirada experta y un oído afinado en sus vagabundeos por los paisajes costeros o boscosos de la isla de Honshu. Un cazador de vuelos, cantos y momentos fugaces llenos de revelaciones. Para ese tipo de acechos, ningún género mejor que el haiku.


Un arte de pájaros traducido por Alberto Silva, que explica en el prólogo que el asunto del arte es volar. Y a eso aspira Yosa Buson, cazador de fugas y dibujante de pájaros y flores. Antes que su palabra, su mirada, educada en la observación de la naturaleza y en la reflexión, está en el origen de estos textos que tejen una red momentánea para apresar el vuelo y para expresar la fuga de un pájaro que es símbolo del tiempo y de la transcendencia, para explicar la condición fugaz del canto y del vuelo, del pájaro y del hombre.

La mirada de Buson que se proyecta simultánea hacia fuera y hacia dentro, humaniza a las aves para ver en ellas un símbolo de una común condición aérea. Golondrinas y cigüeñas, cormoranes y chorlitos, faisanes y pichones, vuelan o cantan en estos haikus en los que la vista y el oído convocan al gallo y a la grulla, a las garzas y al pájaro carpintero, con agua y con árboles:

El primer trino
del ruiseñor parece
caerse de una rama.

Al final del libro, un catálogo descriptivo de los seres alados de Yosa Buson, elaborado por Alberto Silva, establece un repertorio de formas y sustancias, de costumbres y señales aladas.

Santos Domínguez

11/1/08

Esto no es música



José Luis Pardo.
Esto no es música.
Introducción al malestar de la cultura de masas.

Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007


Con La regla del juego, una original iniciación a la filosofía con la que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 2005, José Luis Pardo (Madrid, 1954) se convirtió en uno de los ensayistas más prestigiosos de este país.

La densidad lúcida de su pensamiento y su capacidad para establecer relaciones entre los distintos campos de la realidad y la cultura contemporánea vuelven a ponerse de manifiesto en su nueva obra, Esto no es música (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), quizá más ambiciosa y profunda, desde luego no menos aguda que la anterior, a la que complementa en muchos aspectos.

El punto de partida de esta introducción al malestar de la cultura de masas es una vieja foto de familia: la de la carátula de Sgt. Pepper’s y el club de los corazones solitarios que agrupaba en el posado de la foto a Poe y a Marilyn, a Laurel y Hardy y a Jung, a Marx y a Wilde, a la Dietrich y a Einstein.

Músicos, actores, escritores y filósofos y algún boxeador habían sido convocados por el grupo de Liverpool que aparece duplicado en la fotografía con su imagen real y las reproducciones del museo de cera de Madame Tussaud.

¿Qué significaba la reunión de toda esa gente? Aquel abigarramiento de la portada decía en verdad lo que parecía decir: que Sonny Liston y Stockhausen están exactamente al mismo nivel, que los logros de Oscar Wilde no pulsan una fibra del espíritu jerárquicamente superior a la que tocan los de Marilyn Monroe y que Karl Marx no es por ningún concepto más venerable que Lenny Bruce. ¿Era esto demasiado decir? ¿Una sobredosis o un exceso de igualdad?

Aquella foto, de la que parecía desprenderse el desprecio por las jerarquías y una crítica social y cultural que iguala – como en el tango de Santos Discépolo- al colchonero con el rey de bastos y al burro con el profesor, más que una carátula es una declaración de principios.

Para desentrañar esos principios y los finales que proponen, José Luis Pardo ha escrito uno de los libros de los que más se va a hablar este año. Esto no es música es, como señala el subtítulo, una introducción al malestar en la cultura de masas y una indagación sobre los orígenes, el desarrollo y la influencia de la cultura pop en el pensamiento contemporáneo.

Tomando como hilo narrativo los distintos cortes de Abbey Road, el último album de los Beatles, se acomete aquí -con divertido rigor- un análisis de la cultura urbana de la modernidad que une a Dylan con Hegel, a Edipo con Correcaminos o a Simon Rodia con Sonny Liston.

La voluntad de llegar a ser alguien, el mito fundacional que surge de otra caverna mítica, la nada platónica The Cavern, o el platonismo invertido que propugnaba Nietzsche, se mezclan con propuestas gnoseológicas y de filosofía de la historia para integrar una interpretación compleja y abarcadora de la cultura de masas en la que caben los Rolling y un análisis de la profundidad trágica de Edipo, el nihilismo o la búsqueda de identidad y Kant o Platón comparten páginas con el anarquista Lucheni, el tonto del siglo XIX que asesinó a Sissi emperatriz.

Cada uno de sus diecisiete capítulos va introducido por un resumen argumental orientativo e incentivador. Este es el que encabeza el último apartado del libro:

En donde el autor, falto sin duda de más argumentos, revela sin querer la impotencia de su desgastado corazón para latir al ritmo de los cambiantes tiempos,en los cuales sus héroes de risa se han convertido en ídolos de pena, y deja al lector incómodamente situado en pleno malestar.

Y en ese capítulo, a propósito de Smalville (2001), la serie de la Warner Brothers para la televisión en la que un Superman joven vive en una pequeña aldea, estas líneas que podrían tomarse como conclusión del ensayo:

El paso de Metrópoli a Smallville da cuenta del fenómeno -tan a menudo invocado por Paul Virilio- de la compresión del mundo, que el propio personaje de Superman experimenta doblemente: con su paso de la pantalla grande a la pequeña y de la edad adulta a la adolescencia. Contra la tan acreditada impresión de que nuestra época está envejeciendo a marchas forzadas, lo que más bien parece suceder en este nuevo orden es que todos -incluidos los superhéroes- nos hacemos pequeños, vulnerables, frágiles e indefensos.

Santos Domínguez

10/1/08

Mientras gira el viento


Jorge Omar Viera.
Mientras gira el viento.
Funambulista. Madrid, 2007.

Cuando suenan los tiros, se encienden algunas luces en el Barrio Limão, ladran los perros de variopintas razas, huyen los gatos de albañal y se esconden bajo los coches, hacen una pausa los gallos, para saber si ha llegado la hora de sus cacareos, andan con la cola entre las patas los perros vagabundos que merodean la calle donde ha sido abatido Baltasar, y ya sangra sobre el pavimento.

Han matado al menino Baltasar. Y desde ese momento, el final de su vida, la narración se remonta al origen, a otra madrugada, la de su nacimiento dieciocho años antes. Otra madrugada en la que su hermano mayor, Nelson, también corrió en su ayuda.

Es sólo el comienzo de Mientras gira el viento, la novela de Jorge Omar Viera que ahora publica Funambulista. A partir de entonces la narración, ambientada en el Barrio Limão de São Paulo y desarrollada con una eficiente técnica de documental y narración testimonial, va a ir reconstruyendo en flashback las circunstancias de la vida de Baltasar, su carácter y su entorno.

Con esa superposición de tiempos y enfoques, la novela acaba centrándose en la historia amorosa con Lua Dos Santos y en una deuda pendiente que acabará solventando su hermano Nelson, el primero que llegó al lugar del crimen para cerrarle el párpado al Pesseguinho.

Una historia soñada en portugués y escrita en español, ha explicado su autor, que con esta novela fue finalista del Premio de Novela Mario Lacruz en su edición de 2006.

Mayra Vela Muzot

9/1/08

Microgramas III


Robert Walser.
Escrito a lápiz. Microgramas III (1925-1932).
Edición de Bernhard Echte y Werner Morlang.
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Siruela. Libros del Tiempo. Madrid, 2007.


Susan Sontag lo definía como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. El día de Navidad de 1956, hace poco más de medio siglo, durante un paseo por la nieve, moría Robert Walser. Unos niños encontraron su cadáver cerca del manicomio de Herisau, donde había pasado los últimos años de su vida.

Siruela acaba de publicar el tercer y último volumen de los Microgramas en prosa, con los que completa su edición de las 526 hojas y papeles de distinto formato, cubiertos de una minúscula caligrafía Sütterlin que descifraron rasgo a rasgo Werner Morlang y Bernhard Echte. Dedicaron diecisiete años a transcribir en una labor minuciosa esos textos casi ilegibles que Walser escribió a lápiz entre 1924 y 1932. De esa manera pusieron al descubierto una colección de textos breves, poemas y dramas en verso. Textos de enorme valor literario enterrado bajo lo que en principio parecían los garabatos de un loco. Los publicaron en Alemania en seis volúmenes entre 1985 y 2000 y Siruela los ha venido editando en España desde 2005.

Walser confesaba en una carta de 1927 que había empezado a utilizar el lápiz para librarse del tedio de la pluma, de un cansancio que lo había llevado a un desajuste y al bloqueo estilístico. De esa crisis, de ese desencuentro con la pluma y con un determinado ritmo de escritura, surgen los microgramas, la miniaturización cada vez más intensa de su caligrafía, que llega en los textos de este tercer volumen a una pequeñez extrema con letras de un milímetro.

Quien pasó parte de su vida deambulando de un lado para otro de forma compulsiva acabó convirtiendo su literatura en una cháchara monologante y espiral sin plan premeditado, atento al detalle fragmentario, a una realidad dispersa en el detalle que se ve de paso, en un ir y venir dentro de la página sin rumbo, como sus gustos de paseante:

No es en el camino recto -le dice Walser a una muchacha-, sino en los rodeos donde se encuentra la vida.

Y las palabras fluyen, van y vienen con el paso rápido del dromómano frenético que fue Walser, que el 23 de abril de 1939 resumía así la misión del escritor: El artista tiene que extasiar o atormentar a su público.

Esas dos posibilidades del arte conviven en estos microgramas, una literatura envolvente que, una vez desencriptada, atrapa al lector y le lleva a mirar el mundo desde una perspectiva inédita, humilde y orgullosa a la vez, marginal siempre.

Los textos recogidos en este tercer volumen los escribió Walser en Waldau, entre 1925 y 1932. Son seguramente los últimos que escribió y constituyen su testamento literario. La minuciosa labor de Werner Morlang y Bernhard Echte permite acceder a estas piezas menores, algunas excelentes como las que empiezan Mencionaré un jardín o Hay tigres y obras teatrales.

Está en esos textos el universo literario de Walser y su deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo, como en estas líneas finales:

Oh, qué hermoso es por una parte olvidar y por otra ser olvidado. Seguro que la gente piensa con mucha frecuencia en fulano y mengano, en esto y aquello. Ahora me siento muy a gusto.


Santos Domínguez

7/1/08

Guía del observador de nubes




Gavin Pretor-Pinney.

Guía del observador de nubes.
Traducción de Patricia Antón de Vez.
Salamandra. Barcelona, 2007.

Variadas, dramáticas y caprichosas, la belleza efímera de las nubes merece una contemplación que las rehabilite de su mala fama, de su imagen negativa vinculada a los malos agüeros.

Gavin Pretor-Pinney fundó en 2004 la Sociedad de Observación de Nubes para defenderlas y reivindicarlas como la poesía de la naturaleza, como el más igualitario y universal de sus despliegues. Ese mismo propósito tiene este libro fascinante, esta Guía del observador de nubes que publica en España Salamandra.

Nada en la naturaleza –escribe el especialista en nubes- puede competir con la variedad y el dramatismo de las nubes; nada está a la altura de su belleza sublime y efímera.

Tal vez por eso, por su espectacularidad sin fronteras, las nubes tienen tanta importancia en la literatura, en la mitología y en la iconografía religiosa. Con un enfoque que combina el dato científico, la referencia literaria o pictórica y la experiencia primaria e irrepetible del que las observa, esta guía insólita para aprender a mirar las nubes reivindica la celebración de un pasatiempo que en muchas culturas es una imagen de la despreocupación relajada.

Porque las nubes son para soñadores y su contemplación beneficia al alma-como declara el Manifiesto fundacional de esta Sociedad de Observación de Nubes-, reflejan los cambios de humor de la atmósfera y pueden interpretarse como las expresiones del rostro de una persona, el estudio de sus variedades, su reflejo en la pintura o la poesía, la simbología escondida en el espíritu de un cúmulo o en la personificación de un nimbo son algunos de los aspectos abordados en este libro generosamente ilustrado, que incluye en sus páginas centrales un examen práctico con fotografías a todo color para obtener el diploma de observador de nubes.

Santos Domínguez

5/1/08

Un día de cólera


Arturo Pérez Reverte.
Un día de cólera.
Alfaguara. Madrid, 2007.

Como un día de cólera, no como un movimiento patriótico, presenta Pérez Reverte la explosión popular del 2 de mayo de 1808 que fue el inicio de la Guerra de la Independencia. Galdós lo contó de manera inolvidable y esta novela vuelve a narrar con tono documental aquellos hechos desde dentro, desde el punto de vista de quienes agitaron la calles de Madrid aquel día vergonzoso y fascinante.

Ahora aquellas caras anónimas que pintó Goya en sus lienzos y sus grabados tienen no sólo los nombres recogidos en documentos y partes de bajas, sino una vida individual, un pasado no siempre ejemplar y razones viscerales o depredadoras para echarse a la calle a matar franceses.

Escrita en tono de documental distante y contada desde dentro por un narrador imparcial curtido como reportero de guerra antes que como novelista, Un día de cólera (Alfaguara) arrastra al lector con la vorágine furiosa de una masa que le lleva de un lado a otro de aquel Madrid amotinado con ritmo de galopes y persecuciones.

Más que de una novela, se trata de un reportaje que sigue casi al minuto, desde las siete de la mañana, los acontecimientos de un 2 de mayo goyesco y bronco, de aquella espiral de violencia que Pérez Reverte reconstruye de forma detallada y verosímil y con información de primera mano.

Entre la Puerta del Sol y la de Toledo, entre Puerta Cerrada y el parque de artillería de Monteleón, con los capitanes Daoiz y Velarde, que crecen en la novela a medida que sus resistencia es más inútil, se trazó aquella jornada una topografía radial de la furia que se puede seguir al detalle con el plano que incorpora el libro.

Como en El pintor de batallas, en Un día de cólera Pérez Reverte explica un cuadro. O varios: La carga de los mamelucos, Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío o Malasaña y su hija, que se ha utilizado como motivo de cubierta.

Un día de cólera es una novela muy visual, una novela que se lee y se ve, pero que también se oye: suenan en ella las voces de los amotinados, las descargas de la fusilería, los relinchos de los caballos, el ruido que hacen las navajas de dos palmos y siete muelles al abrirse, o el trote de los escuadrones franceses. Y luego el silencio posterior a las matanzas.

El caos de aquella masa en movimiento desordenado, el humo de las descargas, los gritos de los atacantes y los heridos, la sangre y el griterío de la manolería por las calles de Madrid son los sonidos y las imágenes del furor desatado el dos de mayo. Y es que para reflejar aquel estallido de violencia y brutalidad no bastan las palabras, ni las descripciones visuales o la sonoridad de las onomatopeyas, sino una conjunción de todos esos factores en un relato que va del individuo al grupo y de los interiores de palacios o cuarteles a los espacios abiertos de las plazas y los callejones.

No fueron muchos los que protagonizaron aquel día de cólera, no se levantó la nación en armas: fue un motín callejero, un estallido de ira española que duró un día y luego se manipuló como símbolo patriótico. Lo llamativo es que aquella algarada tuviera consecuencias tan duraderas en la historia de España y secuelas dolorosas para ilustrados como Moratín, Blanco White o Goya, que siguieron horrorizados los excesos de ambos bandos y tuvieron que elegir entre el progreso que significaban las ideas francesas y la vuelta al oscurantismo reaccionario y clerical que se agazapaba detrás de la chusma de menestrales alzados en armas.

Las consecuencias, aún hoy, doscientos años después de aquel desgraciado día de cólera, siguen siendo visibles. Las dos Españas, la de la cólera y la de la idea, también:

José Blanco White es hombre atormentado, y a partir de hoy lo será más. Hasta hace poco, mientras las tropas francesas se aproximaban a Madrid, llegó a imaginar, como otros de ideas afines, una dulce liberación de las cadenas con las que una monarquía corrupta y una Iglesia todopoderosa maniatan al pueblo supersticioso e ignorante. Hoy ese sueño se desvanece y Blanco White no sabe qué temer más de las fuerzas que ha visto chocar en las calles: las bayonetas napoleónicas o el cerril fanatismo de sus compatriotas. El sevillano sabe que Francia tiene entre sus partidarios algunos de los más capaces e ilustres españoles, y que sólo la rancia educación de las clases media y alta, su necia indolencia y su desinterés por la cosa pública, impiden a éstas abrazar la causa de quien pretende borrar del mapa a los reyes viejos y a su turbio hijo Fernando. Sin embargo, en un Madrid desgarrado por la barbarie de unos y otros, la fina inteligencia de Blanco White sospecha que una oportunidad histórica acaba de perderse entre el fragor de las descargas francesas y los navajazos del pueblo inculto. Él mismo, hombre lúcido, ilustrado, más anglófilo que francófilo, en todo caso partidario de la razón libre y el progreso, se debate entre dos sentimientos que serán el drama amargo de su generación: unirse a los enemigos del papa, de la Inquisición y de la familia real más vil y despreciable de Europa, o seguir la simple y recta línea de conducta que, dejando aparte lo demás, permite a un hombre honrado elegir entre un ejército extranjero y sus compatriotas naturales.

Santos Domínguez