19/1/08

El arte de leer


Francisco García Jurado.
El arte de leer.
Antología de la literatura latina
en los autores del siglo xx.

Liceus. Madrid, 2007.


No es fácil encontrarse con lectores como Francisco García Jurado, lector y profesor de la Universidad Complutense, que ejercen la pasión y el arte de la lectura por encima de la rutina profesoral o el distanciamiento académico. No es fácil encontrar – y menos en ese ámbito universitario, tan dado al acomodaticio pancismo burocrático- lectores así, pero cuando el azar nos los pone delante, la admiración y la complicidad es inmediata.

La edición que hizo Francisco García Jurado de las Noches áticas de Aulo Gelio en Alianza fue la carta de presentación de alguien que –se notaba desde el prólogo- entendía la literatura como una actividad vital, como pasión intensa y forma de vida.

Lo confirma ahora en la presentación de El arte de leer :

Conviene recordar que las literaturas fueron escritas para ser leídas y vividas, y no para que queden recluidas en el coto de los especialistas. Las literaturas clásicas han disfrutado de lecturas tan intensas y variadas por parte de los autores modernos que éstas podrían entenderse en términos de una historia no académica. Se trata de una historia que está, fundamentalmente, ligada al amor a los libros, en nada reñido con la vida. Como dice Bioy Casares cuando habla de Aulo Gelio: "Pocos objetos materiales han de estar tan entrañablemente vinculados a nuestra vida como algunos libros. Los queremos por sus enseñanzas, porque nos dieron placer, porque estimularon nuestra inteligencia, o nuestra imaginación, o nuestras ganas de vivir."

García Jurado lleva más de diez años reconstruyendo esa historia no académica de la literatura clásica y El arte de leer es el resultado de esa larga convivencia y una invitación a compartir la complicidad feliz de la lectura. No es una casualidad ni un lapsus que el autor utilice el término amigo como sinónimo de lector, o que la lectura sea una actividad celebratoria que recorre todo el libro en un diálogo vivo y constante de civilizaciones y culturas.

En esa conversación, los átomos de Lucrecio conocen el amor en un capítulo de Schwob; un narrador fascista reivindica a Catilina frente a Cicerón; Catulo se convierte en un contemporáneo retratado por José Agustín Goytisolo; un verso de Virgilio se convierte en el epitafio de un soldado romano que muere en el Bierzo; un ratón como el de Horacio vuelve a nacer del parto de los montes en un cuento de Arreola; Ovidio, el clásico cotidiano, se metamorfosea en mariposa en un relato de Tabucchi; Fedro se reencarna en Monterroso y Séneca es un adulador despreciable en una novela de Graves. Marcial y Juvenal son la memoria satírica del mundo y Francisco Ayala evoca a un Plinio el joven indiferente a las pasiones pueriles del deporte y obsesionado con la fama.

¿Hay más? Sí. Por ejemplo, un Suetonio tranquilo y erudito en el Paradiso de Lezama Lima; un Aulo Gelio misceláneo al que admiró Bioy, imitó Borges y parafraseó Cortázar.

Y, ya para terminar, Plinio el viejo en Borges el memorioso y en un Calvino viajero por ciudades invisibles en busca de tesoros; el elogio de la decadencia de Huysmans y Wilde o la visita a San Isidoro del peruchiano caballero Kosmas.

No sé si será cuestión de unos pocos felices, aquellos happy fews de Stendhal y Shakespeare, pero la verdadera literatura, la enfermedad incurable y pegadiza de la que hablaba Cervantes, la que vive en nosotros y en la que vivimos, o sirve para la vida y la felicidad o no sirve para nada. Y un libro como este, tan contagioso de lecturas y pasiones, lo demuestra.

Santos Domínguez