29/11/08

Poesía completa de Olvido García Valdés


Olvido García Valdés.
Esa polilla que delante de mí revolotea.
Poesía completa (1982-2008).
Prólogo de Eduardo Milán.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2008.


Impresión, diálogo y huella: experiencia y memoria de la experiencia: sentir saber.

Esas palabras, que forman parte de uno de los textos de teoría poética recogidos en Esa polilla que delante de mí revolotea, resumen para Olvido García Valdés la materia y el alcance de su poesía. Poesía del conocimiento a través del doble filtro de la palabra y la memoria, que reconstruyen la experiencia (El poema es siempre retrospectivo) y hacen de la escritura una experiencia más alta o más intensa, una entrada en la oscuridad del bosque, la caza nocturna en un lugar extranjero que es la creación poética.

En este volumen, prologado por Eduardo Milán y editado en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, se recogen cinco libros de poesía de Olvido García Valdés, desde La caída de Ícaro -fusión reelaborada de los dos primeros que publicó- a Y todos estábamos vivos, pasando por Ella, los pájaros, Caza nocturna y Del ojo al hueso.

De un poema de Caza nocturna proceden los versos que se han elegido como título del volumen (Es por esta/ irrealidad, esa polilla/que delante de mí revolotea). Es ese un significativo poema en el que la mirada de la poeta se posa en la incertidumbre y en la temporalidad, dos claves de su obra, que se completa en esta edición con once poemas inéditos escritos en este último año y medio y un apéndice, De la escritura, con cinco textos de reflexiones teóricas y notas de poética.

Desde la conciencia del tiempo y la experiencia de fugacidad que atraviesa toda su obra, Olvido García Valdés remonta su mirada -más metonímica que metafórica- desde lo concreto a lo abstracto, desde la sensorialidad de la contemplación de la naturaleza a la elaboración del pensamiento y la poesía, desde la experiencia plástica de la pintura a la indagación verbal. Y todo ello a través de la palabra y la imagen que construyen así una nueva experiencia de lenguaje y de conocimiento, de descubrimiento en la oscuridad.

Es esta una poesía del conocimiento, sí, pero de un pensamiento construido con un lenguaje que no es el de la lógica o la filosofía, sino un instrumento de exploración en lo hondo o en lo oscuro, una vía hacia la revelación de otra realidad, hacia la alucinación en la que se funden lo real y lo irreal, el sueño y la vigilia, el pájaro y el árbol.

En el último texto de la sección De la escritura escribe Olvido García Valdés: En los bosques moramos. Es decir, en la intemperie de las sensaciones de las que surge esta poesía, honda y alta y finalmente luminosa tras las aproximaciones y los tanteos en la penumbra, tras el buceo en lo subterráneo antes de la subida hacia la luz y el aire.

Una poesía que se sustenta en su mirada a lo plástico, en el diálogo con la pintura y la naturaleza y en una práctica constante de la yuxtaposición como método, como el tropo del cine y de la vida.

Una poesía que

Es del reino del ala, de lo que eleva
y cae, de lo que horada
agua o tierra en su caída.

Santos Domínguez

28/11/08

Capri


Alberto Savinio.
Capri.
Posfacio de Raffaele La Capria.
Traducción de Francesc Miravitlles.
Minúscula. Barcelona, 2008.



En su colección Paisajes narrados, la editorial Minúscula rescata una verdadera joya de la literatura de viajes: Capri, de Alberto Savinio (Atenas 1891-Florencia 1952), seudónimo de Andrea de Chirico.

Escritor, músico y pintor, como su famoso hermano Giorgio, amigo de Apollinaire y miembro de la vanguardia del París de entreguerras, en 1926 escribió estas páginas tan luminosas como la isla.

Por una vez –afirma Raffaele La Capria en el posfacio-, felizmente, Capri ha encontrado a un escritor a la altura de su mito.

Desde la fantasía inicial, en la que el ensueño del viajero transforma la breve travesía de Nápoles a Capri en un periplo peligroso que lo convierte en víctima de bucaneros, se muestran las dos caras de la isla: la tranquila intrahistoria de sus naturales y la agitación turística de quienes llegan allí atraídos por la fama de uno de los lugares magnéticos del universo.

Sus páginas, musicales, leves, aladas, en palabras de La Capria, construyen la crónica de un viaje, un relato poético luminoso con la viva descripción de la actividad del muelle, entre las casas del extremo napolitano y las montañas de Ischia, con el Vesubio al fondo.

Con Circe como guía y Spadaro el pescador como símbolo de Capri, en el libro conviven Ulises y las sirenas, la mitología y la historia, Homero y un gigoló napolitano, Tiberio y un perro misterioso en el que se refugia su alma, Augusto y el Café más acogedor del mundo, la geografía y la antropología, las terrazas pompeyanas y los atardeceres.

Entre lo real y lo imaginario, entre lo local y lo cosmopolita, lo pagano y lo cristiano, el recorrido del viajero de Capri a Anacapri, de la Marina al valle, tiene su última etapa, de la mano de la musa Clío, en la Grotta Azzurra.


Santos Domínguez


26/11/08

Cuentos largos de Juan Ramón


Juan Ramón Jiménez.

Cuentos largos y otras prosas narrativas breves.
Edición de Teresa Gómez Trueba.
Menoscuarto. Palencia, 2008.

Si el año pasado la editorial Menoscuarto reunía la prosa narrativa de García Lorca en el volumen Pez, astro y gafas, ahora publica los Cuentos largos y otras prosas narrativas breves de Juan Ramón Jiménez en Reloj de arena, la colección que dirige Fernando Valls y que está dedicada al relato y al microrrelato.

Cuando al final de su vida Juan Ramón proyectaba una edición de su prosa, una Historia complementaria de Leyenda, reservaba un apartado, el quinto, para los cuentos. Antes había agrupado una buena cantidad de textos en prosa en un volumen que anunció en 1924 en la revista España, un libro que irónicamente iba a titular Cuentos largos.


A ese proyecto, que dejó sin rematar, pero siguió creciendo y permaneció inédito a la muerte del poeta, pertenecen muchas de estas prosas, para las que escribió este prólogo que es un elogio de la brevedad:

¡Cuentos largos! ¡Tan largos! ¡De una pájina! ¡Ay, el día en que los hombres sepamos todos agrandar una chispa hasta el sol que un hombre les dé concentrado en una chispa; el día en que nos demos cuenta que nada tiene tamaño, y que, por lo tanto, basta lo suficiente; el día en que comprendamos que nada vale por sus dimensiones –y así acaba el ridículo que vio Micromegas y que yo veo cada día-; y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo el universo!


En ese texto entrevé Juan Ramón –como explica la profesora Gómez Trueba en el excelente análisis que ha puesto al frente de esta edición - “esa tensión entre el silencio y la escritura que está en la misma esencia del género” y es la clave de lo que luego se llamaría microrrelato.



La prosa desnuda de Juan Ramón Jiménez es el título del prólogo que Teresa Gómez Trueba ha preparado para esta excelente antología de prosas juanramonianas, de narraciones breves representativas de sus distintas etapas creativas.

Juan Ramón tuvo un primer modelo cercano y frecuentado en Azul, un libro en el que Rubén Darío explora un territorio aún no bautizado que más tarde se llamará microrrelato.
Con la depuración posmodernista, la búsqueda de la brevedad se fue convirtiendo en la norma estética que orientó su obra posterior, orientada a conseguir la intensidad artística, porque -como escribió en Ideolojía- la vida no es larga sino intensa.


La organización cronológica de los textos permite seguir la evolución de una obra en prosa paralela en tantos sentidos a su poesía. Entre los más tempranos, de 1903, y los que forman parte de Crímenes naturales, escritos ya en el exilio como bocetos de novelas que hubiera querido escribir, son textos que prescinden de la estructura narrativa y desprecian el asunto: Yo he desdeñado siempre, y más cada día -escribía en La corriente infinita-, el asunto y la composición.


La estética de la brevedad de los Cuentos largos es paralela temporalmente al proceso de desnudez estilística que significan Eternidades o Piedra y cielo en su poesía.

Y en su conjunto
los 161 textos recogidos en esta edición, alejados del estatismo del poema en prosa y dotados de un carácter narrativo embrionario, reúnen la narrativa breve de Juan Ramón, precursor de un género que aspira a dibujar esa mano de la hormiga que se ha tomado luego como clave del microrrelato.

Santos Domínguez


24/11/08

Georges Perec. Lo infraordinario


Georges Perec.
Lo infraordinario.
Traducción de Mercedes Cebrián.
Introducción de Guadalupe Nettel.
Impedimenta. Madrid, 2008.

Lo que realmente ocurre, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?

Frente a lo extraordinario, no lo ordinario, sino lo infraordinario, frente a la grandilocuencia de los titulares periodísticos, la fuerza del suceso trivial. Esa es la propuesta de Georges Perec en los textos de Lo infraordinario, el libro que publica Impedimenta ahora en español, con traducción de Mercedes Cebrián y prólogo de Guadalupe Nettel. Los ocho textos que lo integran fueron apareciendo de manera dispersa en revistas entre 1973 y 1981, un año antes de la muerte de Perec, y se recogieron en libro en 1996.

Descifrar el espacio con una descripción minuciosa de la rue Villin, la calle de su infancia; reflejar la minucia cotidiana (Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos); explorar la intrahistoria callada, inventariar la rutina humilde (Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro) es el propósito de un Perec que utiliza las listas y los recuentos tan característicos de su literatura para hablar de esas pequeñas cosas que constituyen lo infraordinario, o mejor, para que esas cosas se expresen, para darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos.

Como en la propuesta intrahistórica de Unamuno que ejecutó Azorín, como en la historiografía francesa de lo cotidiano, pasado y presente, personas y objetos habitan un espacio sobre el que se construye la identidad. En ese ámbito busca su contexto y sus referencias la memoria y surgen los distintos signos que relacionan espacio y personaje en su existencia diaria.

Las descripciones, el nivel humilde del estilo, los juegos verbales, son los cauces para las revelaciones y los hallazgos de esos hechos infraordinarios, que en Perec no son nunca primores de lo vulgar, sino la expresión de una realidad artística captada por una mirada irrepetible, atenta al matiz, a la invención y al adjetivo.

Transmitir esa mirada matizada tan característica de Perec, que reconstruye el mundo a partir de su propia biografía y elabora la ficción y la ancla en el lenguaje, era uno de los retos que afrontaba la traductora y es el mérito más destacable de su versión.

Santos Domínguez

22/11/08

Poesía reunida de Vicente Núñez


Vicente Núñez
Plaza Octogonal.
Poesía Reunida 1951-2002.
Edición y estudio introductorio de Miguel Casado.
Ciudad del Paraíso. Ayuntamiento de Málaga, 2008.



Sobre la desobediencia titula Miguel Casado el prólogo que ha escrito para su edición de la Poesía Reunida (1951-2002) de Vicente Núñez. Y Plaza Octogonal es el título que ha elegido el editor para este volumen que hace el número 9 de la excepcional colección Ciudad del Paraíso que publica el Ayuntamiento de Málaga y dirige Francisco Ruiz Noguera.

De la desobediencia de la mirada surge la poesía de Vicente Núñez, que busca la tercera cara de la moneda de la realidad:

Eso es lo que yo quisiera, si es que vuelvo a la poesía, buscarle a la moneda la cara que no tiene, pero ha de tenerla, seguro. [...] ¿No va a tener una tercera cara la realidad, que no esté escrita por falta de una mirada independiente, desobediente?


Entre la ambición expresiva y la inseguridad creadora, entre el retraimiento y la pasión de vida se mueve la obra de Vicente Núñez, una poesía que surge de la alucinación y asume el riesgo de la palabra como reto y la precisión como ejercicio.

Es esta una poesía ligada a la vida y arraigada por tanto en la contradicción, en el designio fatal del poeta llamado al desorden del canto, entre la oralidad y el ímpetu visionario.

El tema amoroso marcado por la frustración, la mirada al paisaje desolado del otoño, que avisa de la muerte, hacen de Vicente Núñez un poeta del tiempo en la mejor tradición de la poesía andaluza clásica y contemporánea, desde el barroco antequerano granadino a Ricardo Molina o Pablo García Baena.

Plaza octogonal se abre con Elegía a un amigo muerto, de versos “lentos, abrazadores” (como los definió Vicente Aleixandre) en los que resuenan los ecos de Miguel Hernández y el superrealismo.

La ingenuidad anterior a la desdicha y al desengaño amoroso, otros dos frutos del tiempo, (y entonces me pregunto si merece la pena/que otra vez venga otoño y mueran las acacias), la precisión de la mirada sinestésica para expresar la melancolía del presagio del abandono y la pérdida (Pero yo sólo sé, amor, que ya es otoño) son los ejes de Los días terrestres, un libro tras el que Vicente Núñez abrió un paréntesis de dos décadas que se rompió en 1980 con los Poemas ancestrales.

En ese libro, escrito antes del silencio aunque publicado veinte años después, lo concreto, la materialidad de los objetos y los lugares cobra vida en la voz del poeta y ocupa el centro de una misteriosa escenografía de la desolación, de la ruina y la soledad, ante la que, pese a todo, se yergue la esperanza:

mi corazón alerta continuará vagando
indiferente al mundo y al transcurso del tiempo,
bajo la escarapela triunfal de la esperanza.

Ocaso en Poley, el topónimo medieval de Aguilar, es el título elegido por Vicente Núñez para reunir un conjunto de poemas sobre su resurrección amorosa y literaria, sobre la plenitud y el abandono desde la palabra y el deseo. Es su vuelta a la poesía y al infierno irreparable del amor con un libro de variado registro, entre lo culto y lo popular, entre el verso corto y paralelístico de la canción y el discurrir solemne de los alejandrinos con un tono celebratorio y elegiaco:

Canta llorando a un tiempo tu amor y tu amargura.

Si Poley era el nombre medieval de Aguilar de la Frontera, Ipagro era su nombre latino, el que está en la raíz de sus Epístolas a los ipagrenses, un libro de poesía reflexiva y temporal, un ejercicio de meditación moral sobre el inmundo breviario de los días.

Junto con Ocaso en Poley, las Epístolas marcan la cima creativa de Vicente Núñez, que tras ese límite expresivo y existencial, escribió un contrapunto satírico, un anticlímax desenfadado. Teselas para un mosaico tituló esos poemas de tema erótico y tono clásico, una práctica de tiro con el dardo envenenado del epigrama con Catulo al fondo.

Vinieron después Himnos a los árboles, la obra que Vicente Núñez prefería entre las suyas, y Rojo y sepia, un libro que dejó inédito y que se publica aquí parcialmente.

Como la Plaza Octogonal de Aguilar que da título a este volumen, octogonal era también la lluvia que arrasaba al poeta en uno de los fragmentos de Rojo y sepia que se recogen en el libro:

Pero la lluvia octogonal me arrasa.

Santos Domínguez

21/11/08

J. G. Ballard. Milagros de vida

J. G. Ballard.
Milagros de vida.
Una autobiografía.

Traducción de Ignacio Gómez Calvo.
Mondadori. Barcelona, 2008.

Nací en el Hospital General de Shanghai el 15 de noviembre de 1930, tras un parto difícil que a mi madre, de constitución delgada y caderas finas, le gustaría describirme años más tarde, como si aquello revelara algo sobre la desconsideración del mundo. Mientras cenábamos solía decirme que mi cabeza se había deformado mucho durante el parto, y creo que en su opinión ese detalle explicaba en parte mi carácter rebelde en la adolescencia y la juventud.

Así comienza Milagros de vida, la memoria autobiográfica y el testamento de J. G. Ballard que publica Mondadori con traducción de Ignacio Gómez Calvo.

Conocido renovador de la ciencia ficción contemporánea, autor de novelas como El mundo sumergido o Crash, inventor de mundos inquietantes en los relatos cortos de Fiebre de guerra, decidió escribir su autobiografía, Milagros de vida, el año pasado, cuando le diagnosticaron un cáncer de próstata.

Organizada en dos partes, la primera se centra en su infancia feliz en Shanghai (Una parte de mis obras de ficción han constituido un intento por evocarla a través de otros medios aparte de la memoria), en la invasión japonesa y en la experiencia decisiva de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración que noveló en El imperio del sol, su obra más conocida, que fue llevada al cine por Spielberg.

Esa experiencia en Lunghua, dos años y medio de ajedrez y vida tranquila entre gente agradable, marcó positivamente la vida de Ballard, espoleó su imaginación y despertó en él al futuro escritor imaginativo: La cárcel, que tanto recluye a los adultos, ofrece oportunidades ilimitadas a la imaginación de un adolescente.

La segunda parte arranca con el final de la guerra y el regreso de parte de la familia a una Inglaterra destrozada tras la guerra, un país en ruinas cuyos habitantes parecían derrotados.

De ahí en adelante se suceden los años que determinarían el futuro del escritor, la vida en un internado, el ingreso en el King's College de Cambridge, la sala de disección y las clases de anatomía antes de abandonar los estudios de medicina, que dejarían una huella imborrable en su formación intelectual y en su visión del mundo, y el despertar de la vocación literaria, su vida como escritor, su relación con el alcohol y las drogas o la evocación de su ambiente familiar, su mujer o sus hijos Fay, Jim y Bea, a quienes dedica estos Milagros de vida.

Escrita con urgencia y lucidez, con una prosa rápida y eficiente siempre atenta a fijar el detalle plástico, hay en esta autobiografía, además de un repaso de su vida, una reflexión constante sobre la literatura, sobre sus novelas y sobre la ciencia ficción, la auténtica literatura del siglo XX, con una enorme influencia en el cine, la televisión, la publicidad, y el diseño de consumo(…), el único rincón en el que sobrevive el futuro, del mismo modo que los dramas de época televisivos son el único rincón en el que sobrevive el pasado.

Santos Domínguez

19/11/08

El juego del diábolo


Juan Pedro Aparicio.
El juego del diábolo.
Páginas de Espuma. Madrid, 2008.


Juan Pedro Aparicio, que forma parte de una espléndida generación de narradores leoneses de la talla de Luis Mateo Díez o José María Merino, es el más minoritario del grupo, el menos conocido y posiblemente también el de una apuesta literaria más radical y arriesgada.

El juego del diábolo es su nuevo libro de microrrelatos que completa el anterior La mitad del diablo, publicado como este en Páginas de Espuma.

El sentido del conjunto del díptico lo explica Aparicio en su Prólogo cuántico:

Diávolo es diablo en italiano. Un diábolo es asimismo un juguete que tiene la forma de dos conos unidos por su parte más estrecha. (...)
Hace dos años publiqué en esta misma colección un libro titulado La mitad del diablo. Este libro es su complemento. Entre los dos forman un diábolo. Aquel correspondería a la mitad izquierda; este, a la derecha. Aquel iba de más a menos, pues empezaba por el relato más extenso para concluir en el más diminuto; mientras que este va de menos a más, del cuento de apenas una línea al de poco más de una página.


Si el orden decreciente, que iba desde el relato de página y media hasta el de una línea, marcaba la primera entrega, en este el orden es creciente en tensión y en extensión. Ordenados de menor a mayor, los primeros textos apenas ocupan una línea y los últimos superan la página, con lo cual se completa un díptico que tiene exactamente la forma de un diábolo y suma 333 microrrelatos, la mitad justa del número del diablo.

La ley que rige el funcionamiento de estos relatos es la elipsis, la sugerencia. Como en el lenguaje poético, con el que la minificción tiene tantos puntos de contacto, importa en ellos mucho más lo que se calla que lo que se dice:

A estos cuentos los he llamado cuánticos. En ellos lo que no está a la vista pesa mucho más que lo que está. A veces se trata del eco de un mito, otras de una leyenda, en ocasiones se alude a personajes históricos, a clásicos de la literatura, incluso a comics o a lugares comunes de nuestra cultura.


Desde el inicial Desayuno (Cuando regresó, el funcionario seguía ausente), homenaje y tributo doble a Monterroso y a Larra, el tono predominante del libro es la ironía. Detrás de esa ironía del narrador, detrás de su humor negro (El epitafio) o de su sarcasmo (Nada), parece resonar la carcajada inteligente, lúdica y diabólica de alguien que juega al diábolo.

Y así, entre el chispazo de la greguería (Rivalidad) o el brillo de la imagen (El aire que respiramos), entre los personajes que cobran vida propia y acobardan a su autor (Apocamiento sincero) y los objetos que se personifican (Misil inteligente), entre el microrrelato de aire oriental (El ciego que contaba historias) y el humor del Viajero enamorado, van creciendo los textos con medida pericia, como en un efecto mariposa de carácter narrativo antes de llegar a este Final:

-DOCTOR, ¿SE ACUERDA DE MÍ? Soy el escritor que preparaba un libro con trescientos treinta y tres relatos cuánticos y que se atascó dos veces. Pues bien, he acabado el libro, pero me extraña que ahora no se me ocurra ninguno más.
-Lo recuerdo. Usted soñaba con que al llegar a muy pocos metros de la orilla se ahogaba. Vimos que el agua representaba la lluvia diluvial de aquellos días que, al impedirle el paseo diario con su perra, no le permitía tener ideas, pues se había acostumbrado a tenerlas estimulado por ese paseo. Ahora ha acabado el libro. Se había propuesto una meta y la ha logrado. No sea usted impaciente. No se puede nadar en tierra firme, que eso es lo que parece pretender usted ahora. En tierra firme hay que caminar. Quiero decir: prepare usted otra cosa, otro libro, otra novela. Ya verá como de nuevo se le llena la imaginación.
-Así lo haré doctor.

Santos Domínguez

18/11/08

Ronda Marsé


Ronda Marsé.
Edición de Ana Rodríguez Fischer.
Candaya Ensayo. Barcelona, 2008.

En un amplio tomo coordinado por Ana Rodríguez Fischer, que ha escrito el texto introductorio (Impulso y nostalgia) sobre la historia de este libro, Candaya edita en su colección Ensayo Ronda Marsé, un recorrido riguroso por la obra del narrador barcelonés a través de setenta y ocho textos críticos.

Casi medio siglo de asedios y lecturas que van desde el estudio académico a la reseña volandera de sus novelas o relatos en una pluralidad de enfoques que viene exigida por el carácter poliédrico del universo narrativo de Marsé.

La editora, Ana Rodríguez Fischer, explica en el prólogo que ha puesto especial empeño en rescatar aquellos textos valiosos que habían visto por primera vez la luz en las revistas culturales (las académicas o universitarias son, naturalmente, una cuestión aparte), en la creencia de que la crítica literaria de este país no se hace únicamente desde los suplementos literarios de los periódicos (según deben de creer los responsables de los departamentos de prensa y promoción de las editoriales, a juzgar por lo que he visto y comprobado en “las carpetas” de Juan Marsé), ni son los de tirada nacional garantía de excelencia (algo que sostengo precisamente por haber colaborado en unos y en otros). De ahí la voluntad de incluir algunos trabajos tal vez menos conocidos por haberse publicado en diarios de circulación restringida.

Y así se van sucediendo textos críticos de círculos académicos y universitarios (Antoni Vilanova, Joaquín Marco, José-Carlos Mainer), de suplementos literarios de prensa (Rafael Conte, Miguel García-Posada, Ignacio Echevarría, José María Pozuelo Yvancos) o de novelistas tan distintos como Lobo Antunes, Caballero Bonald, Eduardo Mendoza, Muñoz Molina, Vargas Llosa, Vázquez Montalbán, Pérez Reverte, Martín Garzo o Vila-Matas.

El libro incluye un DVD con el documental de Xavier Robles Sàrries Un jardín de verdad con ranas de cartón. Rodado en Barcelona y Calafell, es un documento de media hora en que un Marsé sarcástico y auténtico habla y mira, recuerda y reflexiona sobre su escritura y sobre la vida, sobre la escenografía barcelonesa (un jardín de verdad) en la que se desenvuelven los personajes de sus novelas (las ranas de cartón). O cuenta un episodio con Robles Piquer, censor patético, y habla de su anticlericalismo y antinacionalismo (catalán, español, andorrano o chino), de su relación con el catalán y el castellano, del mundillo literario. En los dos extras del DVD Marsé lee un capítulo de la novela que está escribiendo y cuenta la historia de la marquesa amante de un ministro de Franco y protectora de escritores como Ángel González, García Hortelano o él mismo.

Es Juan Marsé visto por Juan Marsé, como en los dos autorretratos, uno de 1975 y otro de 1988, que abren un libro que traza la semblanza humana y literaria de un gran tipo, chamarilero de la memoria o pirata del Caribe, de su rabia discreta y su melancolía distante, de su relación con Barcelona y con el barrio mental de la memoria, de la función de lo real y lo imaginario en su literatura, de su mirada cinematográfica, de su trabajo artesanal de la frase, de las imágenes de su infancia y adolescencia, marcadas por la guerra y la derrota.

Es, también, en gran medida, un recorrido completo por sus libros. Por la figura del charnego Pijoaparte y la izquierda señorita desmitificada en Últimas tardes con Teresa, una novela desdoblada en la siguiente, La oscura historia de la prima Montse.

Por Si te dicen que caí, por las aventis y los laberintos de la guerra civil; por La muchacha de las bragas de oro y el cambio de camisa y el maquillaje del pasado de un conocido intelectual falangista.

Por la historia de vencedores y vencidos de Un día volveré; por la Ronda del Guinardó y el paisaje urbano y moral de los cuentos; por la ironía polifónica de El amante bilingüe; por la metáfora de la decepción y la imagen nostálgica de los perdedores en El embrujo de Shanghai; por la vuelta a las aventis y el juego de pasado y presente que es Rabos de lagartija; por el homenaje al cine y a los derrotados de Canciones de amor en el Lolita’s Club.
En definitiva, una guía de lectura para internarse en la obra imprescindible de un autor cuya actividad real es -las palabras son del propio Marsé- matar el tiempo y el espacio con espejismos que reflejen el rojo sol de la verdad.

Santos Domínguez

17/11/08

Los hermanos


Brigitte Reimann.
Los hermanos.
Traducción y prólogo de Ibon Zubiaur.
Narrativa Bartleby. Madrid, 2008.

Será una de las revelaciones de la temporada. Se titula Los hermanos, la escribió Brigitte Reimann (1933-1974), una autora de la República Democrática Alemana, y se publicó en 1963. Con esa novela, que ahora publica Bartleby, obtuvo Brigitte Reimann el premio Heinrich Mann.

Era la respuesta de la autora a la reciente construcción del muro de Berlín y a la huida de su hermano, como recuerda en el prólogo Ibon Zubiaur, que se ha encargado también de la traducción de esta novela en la que se mezclan la peripecia individual y la colectiva para hablar del mismo mundo sombrío, de la misma atmósfera inquietante que ha reflejado el cine en La vida de los otros.

En mayo del 45 se acabó la eternidad, y por las escaleras antes silenciosas retumbaron las botas de los sudorosos miembros del Ejército Rojo.

Habían pasado quince años desde el comienzo de esa posguerra y las cosas habían ido cambiando a peor. Se habían desmoronado los ideales, devorados por la burocracia, y el aparato de poder y espionaje había suplantado al socialismo. Ese fracaso se visualiza en el muro de Berlín, que acababa de construirse para separar dos mundos.

Narrada desde la perspectiva femenina y autobiográfica de Elisabeth, una pintora joven en la que Brigitte Reimann proyecta sus puntos de vista, es el resultado de un mundo que ya no existe, el del telón de acero, pero va más allá de esa peripecia circunstancial. Más allá de su voluntad crítica, del interés de su denuncia y de su valentía testimonial, es un análisis de las relaciones humanas, de los laberintos de la conciencia, de las contradicciones ideológicas y existenciales.

La mirada retrospectiva de la narradora reconstruye los recuerdos infantiles, ligados a la guerra, el conflicto generacional con el padre y se detiene en la figura central de Uli, el hermano idealista, radical y decepcionado al que admira y con el que mantiene unas relaciones ambiguas, posesivas y de celos más propios de dos amantes que de dos hermanos. Uli ha decidido pasar el muro:

Me voy el miércoles por la mañana. /.../Me voy al Oeste, me voy a Hamburgo. Pasado mañana.

Otros personajes como Konrad, su otro hermano, o su novio Joachim, completan un complejo entramado de relaciones personales y discusiones ideológicas que hacen de esta novela, de final abierto y ambiguo (¿Pero qué clase de gente sois?), un denso y contradictorio reflejo de un mundo problemático y unos seres forzados a elegir entre sus contradicciones y sus convicciones ideológicas:

"Quizá termines en chirona por eso."
"Mejor que cuando son los tuyos los que te meten en chirona", dijo Uli.
Dije con sarcasmo: "Claro, el socialismo está muy bien siempre que no lo tenga uno en su propio país."
"Siempre que se pueda luchar por él, siempre que no lo hayan desacreditado unos idiotas", exclamó Uli.

"Tú sí que eres idiota", exclamé yo.


Santos Domínguez

15/11/08

Intermedio de Luis Cernuda


Luis Cernuda.
Intermedio.
Fragmentos para una poética.
Edición de Gabriel Insausti.
Pre-Textos. Poéticas. Valencia, 2004.


La reflexión crítica y teórica de Luis Cernuda sobre la poesía fue, seguramente, la más profunda y rigurosa del 27. Aunque no escribió nunca una poética canónica, meditó sobre su propia actividad poética en su abundante obra ensayística.

No le movía una voluntad programática ni prescriptiva, sino el propósito de entender la raíz de su propia escritura, muchas veces a través de la lectura de otros poetas. Esa voluntad reflexiva se intensifica en el exilio, a medida que su obra creciente va cambiando de sentido e integrando tradiciones ajenas a la poesía española.

Con el propósito de aclarar y resumir el pensamiento poético de Luis Cernuda, Gabriel Insausti ha reunido en un volumen que publica Pre-Textos una selección significativa de textos y fragmentos en los que Cernuda aborda los distintos aspectos de la creación poética, desde la postura moral del poeta o su función social a una filosofía de la composición que se plantea cuestiones técnicas, como la rima, la imagen o el lenguaje de la poesía.

Organizados en cinco apartados, se suceden cronológicamente las reflexiones del poeta sobre la naturaleza de la poesía, el poema, el poeta como lector o su canon de lecturas, lo que permite hacerse una idea cabal no sólo de las ideas de Cernuda, sino también de cómo se van matizando o evolucionando con el tiempo una poética de la creación y de la recepción, el sentido de la tradición en su formación poética o el papel del poeta en la sociedad.

Y ese es el mérito fundamental de esta recopilación, fruto de un rastreo preciso y de una meticulosa labor de filtro que permite integrar en un pequeño volumen el pensamiento poético de Cernuda. Una poética que Cernuda nunca sistematizó, pero que fue dejando cada vez más perfilada en muchas páginas de ensayos, artículos y conferencias. Esos textos, reunidos orgánicamente, ayudan a comprender la coherencia interna de su teoría poética y permiten una lectura guiada de gran parte de la obra de su autor o de algunas de sus constantes técnicas que gran parte de la crítica sigue pasando por alto. Por ejemplo, la iluminadora distinción entre imagen y metáfora que está en la base de muchos de sus poemas.


Santos Domínguez

14/11/08

Ensayos literarios de Juan Villoro


Juan Villoro.
De eso se trata. Ensayos literarios.
Anagrama. Barcelona, 2008.


De eso se trata, la nueva recopilación de ensayos y artículos literarios que Juan Villoro publica en Anagrama, toma su título de un hallazgo de Tomás Segovia en su traducción de Hamlet. En vez del clásico Esa es la cuestión, el poeta hispanomejicano encontró en la sencillez de esa frase una nueva propuesta, creíble por su naturalidad, para acercar el monólogo del príncipe danés al lector.

Narración y diarios son los ejes de estos textos. Dos ejes con una estrecha vinculación entre ellos, como recordaba Gide, que hablaba del diario como género narrativo cuando reivindicaba "una suerte de sinceridad inversa en el artista. No debe narrar su vida como la vivió sino vivirla como va a narrarla."

Los ensayos de Villoro se mueven en ese tono intermedio característico de la crítica angloamericana de Auden, Wilson o Connolly y son, más que análisis académicos o interpretaciones eruditas, "cambiantes corazonadas de quien lee por gusto."

El lector encontrará aquí unidos el talento narrativo y la lectura creativa en las propuestas interpretativas de Villoro acerca de muchos de sus referentes: La crónica del camino hacia el Hamlet de Tomás Segovia que pasa por su asistencia a un seminario de Bloom sobre Shakespeare y la originalidad. Bloom estaba ultimando por entonces (enero del 94) su libro Shakespeare, la invención de lo humano, que tradujo también Tomás Segovia.

Una lectura fronteriza, profunda y contemporánea, del Quijote; una semblanza de Casanova, en la que el conquistador comparte espacio con Ovidio y Bruce Springteen; Lichtenberg ante la Cruz del Sur y Goethe en sus afinidades electivas completan las dos primeras secciones del libro, que se centra luego en el equilibrio inestable entre escrituras secretas e identidades públicas.

Esa tercera parte se ocupa del diario como forma narrativa en Josep Pla, Thomas Mann o Kafka; de la imagen de Borges en los diarios de Bioy o de los itinerarios extraterritoriales en busca de la identidad mejicana.

Completan el libro una mirada a la habitación iluminada de Chéjov, el lugar del que salen sus relatos; tres prólogos para la Biblioteca Hemingway que proyectó Constantino Bértolo; el acercamiento a exaltados eminentes del tamaño de Lowry, D.H. Lawrence, Yeats o Klaus Mann.

Cierra el volumen el ensayo La fisonomía del desorden, que Villoro escribió como prólogo al primer tomo de las Obras completas de Onetti en Galaxia Gutenberg.

Como los otros, ese ensayo presupone la compañía, una forma de complicidad a la que se suma el lector de estos textos reunidos.

Porque también de eso se trata.

Santos Domínguez

12/11/08

El libro de los filósofos muertos


Simon Critchley.
El libro de los filósofos muertos.
Traducción de Alejandro Pradera.
Taurus. Madrid, 2008.


He de admitir que escribir un libro sobre cómo mueren los filósofos –advierte Simon Critchley en los capítulos iniciales de El libro de los filósofos muertos que publica Taurus- es una forma realmente extraña de pasar el tiempo. Puede que leer un libro así lo sea aún más.

Pero el lector no se arrepentirá de entrar en un libro como este, inteligente y –por paradójico que parezca- divertido.

Organizado en capítulos rápidos y precisos, Critchley ha elaborado un recorrido que es el lapidario de 190 filósofos muertos, un cementerio como el de la Antología de Spoon River, pero en esta ocasión llevado a la filosofía con personajes reales.

Aprender a morir ha sido la preocupación esencial de la filosofía de todas las épocas y civilizaciones. De hecho, Cicerón señalaba que “filosofar es aprender a morir.” La filosofía sería, por tanto, una educación para la muerte y ese sería su principal objetivo: preparar al hombre para la muerte.

Unos siglos antes Sócrates, en el Fedón, señalaba que el filósofo debía mostrarse alegre ante la muerte, porque “los verdaderos filósofos hacen del hecho de morir su profesión.”

Y Montaigne señalaba en los Ensayos inaugurales de la mentalida moderna: “Quien ha aprendido a morir ha desaprendido a ser un esclavo.”

Sobre esa misma idea insiste al final de la cadena temporal Simon Critchley, en una de las frases más concluyentes de su libro: “Filosofar es, pues, aprender a tener la muerte en la boca, en lo que uno dice, en lo que come y en la bebida que degusta.”

Pero una cosa es la teoría y otra la práctica, y de lo que trata este libro es de las muertes reales de los filósofos a lo largo de la historia. Y lejos de cualquier propósito lúgubre, su autor indaga en lo que nos puede enseñar la filosofía acerca de cuál sea la actitud idónea ante la muerte.

En ese sentido, es muy esclarecedora la cita inicial del libro, en la que se recurre a Montaigne: “Si yo fuera un hacedor de libros, haría un registro comentado de las distintas muertes; quien enseñara a los hombres a morir les enseñaría a vivir.”

Además de la muerte filosófica que toma su modelo en Sócrates –el primer filósofo que aprendió a morir- y se radicaliza siglos después en Séneca, el lector se encontrará aquí con excentricidades y muertes dolorosas, con suicidios y asesinatos, como el de Pitágoras, que se negó a cruzar un campo de habas; con un Heráclito que se ahogó en excrementos de vaca o un Platón que murió por una infección de piojos; con la sandalia de bronce de Empédocles en el Etna o con aquel Diógenes que murió conteniendo la respiración.

Y con la locura de Lucrecio, que se suicidó tras enloquecer con un filtro de amor; con un Avicena muerto de sobredosis opiácea tras dedicarse compulsivamente a la actividad sexual; con un Tomás de Aquino que falleció por un golpe en la cabeza contra la rama de un árbol; con un Bacon que murió en las calles de Londres por rellenar un pollo con nieve y así comprobar los efectos de la refrigeración; con un Descartes que contrajo una neumonía mortal por dar clases a la reina Cristina de Suecia a primera hora de la mañana, en el crudo invierno de Estocolmo; con un Montesquieu que murió en brazos de su amante y dejó sin terminar un tratado sobre el gusto o un Diderot que se atragantó con un albaricoque.

Hay también un muestrario de últimas palabras: el «Sufficit» (es suficiente) de Kant, la frase de Hegel:«Sólo un hombre me ha comprendido... Y aun él creo que no me comprendió» o la de Wittgenstein, que murió al día siguiente de su cumpleaños: «No habrá más», había predicho.

En el marco de una reflexión optimista sobre el sentido de la felicidad, aprender a morir, pues, debería enseñarnos a vivir. Para eso, siguiendo el consejo de Montaigne, Critchley ha elaborado, no un libro de los muertos, sino una colección de recordatorios, el plano de un cementerio con lápidas organizadas cronológicamente. Como en un cementerio real, el visitante puede ir siguiendo un orden o bien desplazarse al azar, mirando aquí y allá o buscando los nombres que le resulten familiares.

Presocráticos, fisiólogos, sabios y sofistas; platonistas, cirenaicos, aristotélicos y cínicos; escépticos, estoicos y epicúreos; filósofos chinos clásicos; romanos (serios y ridículos) y neoplatonistas; santos cristianos y filósofos medievales: cristianos, musulmanes y judíos; humanistas del Renacimiento; racionalistas (materialistas e inmateriales), empiristas y disidentes religiosos; philosophes, materialistas y sentimentales; alemanes del siglo de las luces; los maestros de la sospecha y algunos estadounidenses no sospechosos...

Y así hasta el largo siglo XX, con la filosofía en tiempo de guerra; analíticos, continentales, algunos moribundos y una experiencia cercana a la muerte, la del propio autor, que escribe en su lápida:

Simon Critchley
1960-¿?
Sale, perguido por un oso.

Santos Domínguez

10/11/08

Stendhal. Recuerdos de egotismo

Stendhal.
Recuerdos de egotismo.
Traducción, introducción y notas
de Juan Bravo Castillo.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2008.

Los años que pasaron entre 1821 y 1830 -lo recordaba Consuelo Berges en su indispensable Stendhal y su mundo- fueron los más intensos de su biografía y los más densos de su vida de escritor. En esos años que vivió en el París de la Restauración publica seis libros, algunos tan centrales en su obra como Del amor, Paseos por Roma o Rojo y Negro.

A evocar esos años parisinos dedica Stendhal estos Recuerdos de egotismo que acaba de publicar la editorial Cabaret Voltaire con traducción, introducción y notas de Juan Bravo Castillo. Stendhal escribió estos textos en Civitavecchia de forma compulsiva, entre el 20 de junio y el 4 de julio de 1832. Combatía así el hastío de una ciudad aburrida y sin tono social. Y como la Vida de Henry Brulard, otra obra autobiográfica que comenzaría poco después, no llegó a terminarla.

Stendhal tenía entonces 49 años y estaba aburrido, cansado y confuso, lleno de dudas y de interrogaciones:

¿He extraído todo el partido posible para mi felicidad de las situaciones que el azar me ha puesto durante los nueve años que acabo de pasar en París? ¿Soy un tipo sensato? ¿Poseo un auténtico sentido común?
¿Tengo una inteligencia notable? La verdad es que no lo sé. (...)
No me conozco a mí mismo, y esto, cuando algunas noches pienso en ello, me deja desolado. ¿Soy bueno, malo, inteligente, tonto?

El 13 de junio de 1821 Stendhal emprendía el viaje desde Milán a París. Eran tiempos apasionados de intensa vida social con amigos y amantes, con desengaños propios del mal du siècle romántico:

En 1821 me costaba mucho resistir a la tentación de pegarme un tiro. (...) Creo que fue la curiosidad política lo que me impidió poner fin a mis días de una vez; puede que acaso, sin darme cuenta, fuera también el miedo de hacerme daño.

El proyecto literario que arrancaba ese día de junio debía llegar hasta el día de noviembre de 1830 en que Stendhal abandonó París camino de Trieste, pero se interrumpe en el capítulo XII, cuando el recuerdo está en 1822, en los salones aristocráticos poblados por hombres y mujeres refinados, bondadosos o depravados.

Sin embargo, a esas alturas del relato inconcluso, cuenta mucho menos el tiempo que el espacio, que se ha convertido ya en el eje de la obra, y la escritura ha terminado por imponerse a los impulsos suicidas del personaje.

Como la Vida de Henry Brulard, los Recuerdos de egotismo están escritos no para exhibirse, sino para comprenderse a sí mismo en una indagación psicológica retrospectiva. De ahí su intensidad emocional y su fuerza literaria, que hacen de este libro inconcluso una referencia inevitable en la que está el mejor Stendhal y su mundo inconfundible.

Sobre su importancia escribe Juan Bravo Castillo al final de su introducción:

Los Recuerdos de egotismo constituyen, dentro de la obra de Stendhal, una pieza básica que nos da la clave del paso de la vida a la consagración del arte; una vida que proseguirá con altibajos y en la que aún continuará desempeñando, desde luego, su papel fundamental el amor, por más que, perdidas ya parte de sus ilusiones relativas a la esperanza de cimentar cierto grado de felicidad en la tierra, el grenoblés tienda a refugiarse definitivamente en una escritura que poco a poco ira trenzando su hilo de Ariadna en torno a una serie de personajes alimentados con la vasta gama de posibilidades vividas o soñadas. Se trataba, en resumen, de recluirse en la ficción liberadora; hacer de la escritura catarsis –como su héroe por antonomasia, Fabrizio del Dongo– en cualquier cartuja lejana, rememorando las horas de amor recreadas por el ensueño.

Santos Domínguez

9/11/08

Empédocles y la tradición pitagórica


Peter Kingsley.
Filosofía antigua, misterios y magia.
Empédocles y la tradición pitagórica.
Traducción de Alejandro Coroleu.
Atalanta. Gerona, 2008.


Peter Kingsley, doctor en Filosofía, ha centrado su labor investigadora en estudios clásicos, antropología, filosofía y antiguas civilizaciones. Una de sus obras, En los oscuros lugares del saber, la dio a conocer en español Atalanta en 2006.

Empédocles y su relación con el pitagorismo es el objeto de este nuevo libro de Kingsley que acaba de incorporar Atalanta a su catálogo con traducción de Alejandro Coroleu. Un libro que apareció originalmente en 1995 y que su autor organiza en tres partes, Filosofía, Misterios y Magia.

En la introducción Kingsley fija el punto de partida de su interés por la figura de Empédocles, el filósofo griego errante que nació en Sicilia en el siglo V a.C., uno de los pensadores más influyentes en la génesis de la cultura occidental:

Aunque abarque un ámbito espacial y temporal muy amplio, este libro toma como punto de partida a un hombre que vivió hace más de dos mil años. Un hombre llamado Empédocles.

Empédocles nació probablemente a principios del siglo V antes de Cristo. Aunque procedía de la colonia griega de Acragante -la moderna Agrigento-, en la costa sudoccidental de Sicilia, buena parte de su vida parece haber transcurrido de modo errante, tal como correspondía en el mundo del Mediterráneo y del Próximo Oriente antiguos a «videntes» como él. La fecha, el lugar y las circunstancias de la muerte de Empédocles nos son, en cambio, desconocidas. Pese a ello, ese mismo hombre, cuya vida constituye todavía un misterio para nosotros, estaba destinado a desempeñar un papel sin par a la hora de sembrar la semilla de la evolución posterior de la cultura occidental. Formulada de acuerdo con patrones intelectuales posteriores dados a definir y clasificar diferentes campos de interés y ramas de conocimiento, la influencia de Empédocles se dejó sentir en la filosofía, la retórica, la medicina, la química, la biología, la astronomía, la cosmología, la psicología, el misticismo y la religión. La teoría de los cuatro elementos, enormemente influyente y que Empédocles fue el primero en exponer en la literatura occidental, no es sino un ejemplo muy claro de dicha impronta.

Tomando como punto de partida los cuatro elementos raíces que aparecen en los textos de Empédocles y la sorprendente identificación de Hades con el fuego, Kingsley aborda la relación del filósofo presocrático con el pitagorismo y su influencia en los mitos platónicos. Es la primera parte (Filosofía) de un estudio que intenta superar los malentendidos e interpreta los fragmentos empedocleos a la luz de la filosofía de su época:

El libro que el lector tiene en sus manos quiere demostrar cómo el mayor obstáculo para una correcta comprensión de Empédocles no ha sido (como frecuentementese afirma) el carácter fragmentario de sus escritos, sino un acercamiento erróneo a dicho corpus textual.

El de Empédocles es un pensamiento que tiene poco que ver con la tradición canónica de la filosofía griega. Su mundo es el de la poesía, la leyenda y el esoterismo. Por eso, la triple relación filosofía-mito-magia es la clave desde la que Kingsley propone una reinterpretación de Empédocles, cuya obra ha sido tergiversada por el pensamiento racionalista aristotélico:

Aristóteles y la escuela aristotélica no sólo incurrieron en la malinterpretación de los postulados básicos del pensamiento presocrático, sino que también abusaron, de manera sistemática, del malentendido y la tergiversación para silenciar así las aportaciones de sus predecesores. En otras palabras, Aristóteles y Teofrasto no resultan ser en absoluto guías infalibles para nuestra interpretación de los presocráticos. De hecho, cuanto más nos remontamos a las corrientes de la «tradición antigua», con mayor nitidez advertimos su parcialidad, prejuicios y su más absoluta mala voluntad.

La segunda parte del libro, Misterios, que arranca de una introducción a Sicilia, tierra de volcanes, analiza la geografía, fuentes y estructura del Fedón platónico, la topografía de los infiernos y su relación con lo órfico, destaca que Empédocles y los pitagóricos hablaron del fuego en el centro de la tierra mucho antes que Aristóteles.

Magias, la tercera sección, aborda las relaciones entre magia, ciencia y religión en la antigüedad y fija la línea de pensamiento que arranca de Empédocles y la tradición pitagórica para llegar hasta el sur de Egipto y el Islam y rastrea la continuidad de la filosofía griega, las teorías alquímicas, el sufismo y la mística medieval.

Kingsley realiza en esta parte una espléndida aproximación a las tradiciones que hablan de Empédocles como un mago con poderes sobre el viento y la lluvia, de su capacidad nigromántica para conseguir que alguien regrese del mundo de los muertos en el ámbito de los cultos mistéricos y los rituales órficos.

Quizá las mejores páginas del libro sean las de esta tercera parte, en la que se hace un análisis de las tradiciones y leyendas sobre la muerte de Empédocles y su salto al fondo del Etna. La simbología mágica y ocultista de la sandalia de bronce - el metal de los muertos y los infiernos- vincula entre otros datos el episodio de la muerte de Empédocles con las tradiciones esotéricas de la Italia meridional y particularmente de Sicilia.

No es la única aportación de este documentado ensayo, que plantea la necesidad de revisar las interpretaciones del pensamiento de Empédocles, de hacer una relectura de los fragmentos a la luz de su contexto histórico, lo que permitiría una nueva interpretación de los presocráticos que a su vez servirá para mostrarnos cuánto podemos todavía aprender acerca no sólo de Empédocles, sino también de la tradición pitagórica y el trasfondo de los mitos platónicos.

Luis E. Aldave

8/11/08

Obra Completa en verso de Muñoz Rojas



José Antonio Muñoz Rojas
La alacena olvidada.
Obra Completa en verso.
Estudio y edición de Clara Martínez Mesa

Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.
Pre-Textos. Valencia, 2008.



Como un puente tendido sobre el abismo definió Luis Rosales la poesía de José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 1909).

Para celebrar los 99 años de este magnífico poeta, un clásico contemporáneo y discreto, Pre-Textos y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales publican La alacena olvidada, un volumen que reúne su Obra Completa en verso, autorizada y revisada minuciosamente por el autor.

La edición y el estudio inicial son de Clara Martínez Mesa, que se ha ocupado por extenso de la organización y el estudio de la poesía de Muñoz Rojas en su reciente tesis doctoral, leída en la Universidad de Granada.

Como resultado de años de trabajo y revisión de los archivos de Muñoz Rojas, además de sus libros de poesía, entre Versos de retorno (1929) y La voz que me llama (2005), se incorporan en esta edición varios textos inéditos y otros poemas sueltos, aislados y olvidados que aparecieron en revistas o en publicaciones de difícil acceso.

A lo largo de ochenta años de actividad literaria, Muñoz Rojas ha ido construyendo una obra caracterizada por la variedad de temas y de registros estilísticos: la poesía religiosa, los sonetos de amor, la melancolía y la contemplación de la naturaleza, la reflexión metafísica y metapoética en una constante interrelación de vida y escritura, lo que le da a su obra un característico tono confesional.

Como Miguel Hernández, y más claramente que otros miembros del grupo del 36, Muñoz Rojas ocupa un lugar de transición entre el 27 y la poesía arraigada de la posguerra. Hay en sus primeros libros algo de epigonal: en el toque lorquiano de los Versos de retorno, en el juego de neopopularismo y ultraísmo de Ardiente jinete y Canciones, en la influencia de Aleixandre y Góngora.

Ya en la posguerra vino la colaboración con la revista Escorial, la poesía arraigada de Al dulce son de Dios y la sonetería inevitable y apócrifa de los Sonetos de amor por un autor indiferente.

A partir de Abril del alma y de Consolaciones, Muñoz Rojas, traductor -es decir, lector privilegiado- de los metafísicos ingleses, de Wordsworth, Eliot o Dylan Thomas, empieza a levantar una obra de voz personal, en la que se funden lo coloquial con lo metafísico, el lirismo y la meditación, lo tradicional y lo moderno, lo humorístico con lo religioso para expresarse desde una palabra sobria en su levedad estilística, en su aparente naturalidad.

El campo, el mes de abril, Rosa, la Alhajuela son algunos de los cimientos de su mundo poético y el objeto de una contemplación de la realidad exterior y del complejo mundo interior de los sentimientos o los recuerdos.

Con los Cantos a Rosa, una de sus obras más conocidas, culmina lo que Muñoz Rojas ha denominado su etapa optimista, que quizá tenga una continuidad en el excelente Lugares del corazón.

Luego, la perplejidad, el desengaño de Oscuridad adentro, Objetos perdidos o La voz que me llama, en los que el mundo es misterio y fascinación, una mezcla de luz y sombra y la poesía es salvación del presente que cristaliza en la revelación de la belleza, en unos textos que tras su aparente sencillez admiten varios niveles de lectura, en la búsqueda de la palabra verdadera y de la autenticidad poética:

Jugando con palabras siempre estoy
sin saber dónde terminan por llevarme,
sabiendo que son nada y en nada quedan
salvo que la verdad, que es suya, las pronuncie.

Como si Soto de Rojas hubiera leído a Keats, hay en Muñoz Rojas un sentimiento del paisaje que enlaza con la poesía barroca granadina y antequerana, como en esta Elegía de La Alhajuela, de La voz que me llama:

y el ruiseñor en la breña, y el culantro
que huele todavía en el agua corriendo.


Con la poesía de Muñoz Rojas se inició la espléndida colección de poesía Ciudad del Paraíso, que publica el Ayuntamiento de Málaga. Era la primera recopilación seria, editada y prologada por Cristóbal Cuevas, de la obra de un clásico contemporáneo entre 1929 y 1980, es decir, hasta Oscuridad adentro. Con ese libro empezó a rescatarse su obra, a sacar del olvido el abundante material inédito que Muñoz Rojas no había publicado.

Y ahora, con La alacena olvidada, el primer volumen de la nueva colección Clásicos contemporáneos, culmina el proceso de edición y recuperación de la obra de Muñoz Rojas por parte de Pre-Textos de la mano de Manuel Borrás y Manuel Ramírez. Es la primera parte de la edición de su obra completa, a la que seguirá un segundo tomo con libros de prosa tan destilada como la de Las cosas del campo, Las musarañas o Las sombras.

Santos Domínguez


7/11/08

Abadía Pesadilla


Thomas Love Peacock.
Abadía Pesadilla.
Prólogo de Carlos Pardo.
Traducción de María Cuenca Ramón.
El olivo azul. Córdoba, 2008.


Una noche en la sátira titula Carlos Pardo el prólogo que ha escrito para Abadía Pesadilla, el antimanual satírico del Romanticismo que publica El olivo azul con traducción de María Cuenca.

Abadía Pesadilla es una parodia en clave de los temas y los autores de aquel movimiento que inauguró la sensibilidad contemporánea. Se pasean por su páginas, no siempre bien tratados, Percy y Mary Shelley, Byron y Coleridge, Wordsworth y el mismo Peacock, apenas encubiertos bajo nombres grotescos, como Lugubrino o Ceñudo, Marionetta Languídez, Hilarántez o Terríblez.

Se reúnen en una mansión en ruinas para recitarse poemas, para practicar ensoñaciones evasivas y viajes imaginarios a Grecia, para protagonizar un enredo amoroso en torno a las jóvenes Celinda y Marionetta.

Lo pintoresco, las ruinas, las desgracias amorosas y la desilusión sentimental, el culto a los muertos, las abadías medievales, los fantasmas y las calaveras, los pájaros nocturnos, la exaltación libertaria, la nostalgia de los oscuros tiempos feudales idealizados, lo exótico y los impulsos suicidas que constituyeron el universo temático del imaginario romántico son el objeto de la ironía de Peacock, uno de esos raros escritores capaces de reírse de sí mismos.

Con la literatura epistolar y Las penas del joven Werther al fondo, entre la mística y la nigromancia, con citas integradas en el texto y diálogos teatrales de tono exaltado y retórica hueca, Abadía Pesadilla es una autocrítica ingeniosa, una incursión en el tópico y una ridiculización del exceso gesticulador, la fantasmagoría y las grandes palabras en las que acabó embarrándose aquel movimiento radical y renovador:

- ¿Qué son los pantanos comparados con el amor?, ¿qué son los diques y los molinos comparados con Marionetta?, dice Lugubrino/Shelley.
- ¿Y qué es el amor, hijo, comparado con un molino?, le contesta su padre, Don Cristóbal Ceñudo.

Santos Domínguez

5/11/08

Autobiografía de un novelista


Philip Roth.
Los hechos.
Autobiografía de un novelista.

Traducción de Ramón Buenaventura.
Seix Barral. Barcelona, 2008.


Los hechos nunca se limitan a sucederle a uno, sino que los va incorporando la imaginación, fruto de las experiencias previas. Los recuerdos del pasado no son recuerdos de los hechos, sino recuerdos de tu imaginación de los hechos.

En 1988, cuando salía de una depresión que le puso al borde de la disolución física y mental, Philip Roth publicaba The Facts: A Novelist’s Autobiography, que acaba de editar Seix Barral en su Biblioteca Philip Roth con traducción de Ramón Buenaventura.

Enmarcada entre el preámbulo de una carta dirigida a Zuckerman, su alter ego novelístico, y otra carta de Zuckerman que es una respuesta demoledora a la versión de los hechos, la autobiografía de Roth es menos una reflexión que la purga rigurosa de su corazón y un ajuste de cuentas con su pasado:

La persona a quien he pretendido hacerme visible aquí es, sobre todo, yo mismo.


Y esa revisión pasa por una serie de relaciones y hechos decisivos: la infancia en los años cuarenta, marcada por la figura del padre, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, la adolescencia en el instituto y el barrio de Newark; los años cincuenta y su paso por la universidad de Bucknell, su formación lectora y su admiración por Salinger, Capote o Saul Bellow, sus clandestinidades sexuales, su relación tormentosa con aquella Josie divorciada e irascible, delirante por dentro y rubia por fuera, la realidad conflictiva de un judío estadounidense acosado por otros judíos que lo consideraban un traidor...

No hace falta seguir. Más que del relato de esos hechos de lo que se trata en esta autobiografía es de fijar las claves vitales de la literatura de Roth, de explicar la génesis de muchos episodios novelados en El mal de Portnoy, La contravida o en Mi vida como hombre.

Los adictos a Philip Roth y a su literatura, que son muchos, celebrarán este juego de espejos en el que el autor se confunde con Zuckerman en la autocrítica feroz de la carta final del personaje a su autor:

No lo publiques; te sale mucho mejor escribir sobre mí que informar “escrupulosamente” sobre tu propia vida.


Santos Domínguez

3/11/08

Vacío perfecto


Stanislaw Lem.
Vacío perfecto.
Biblioteca del siglo XXI.
Traducción de Jadwiga Maurizio.
Introducción de Andrés Ibáñez.
Impedimenta. Madrid, 2008.

Es casi un tópico decir que se escriben aquellos libros que a uno le gustaría leer. Creo que era Juan Rulfo quien declaraba que escribió Pedro Páramo porque la tarde que lo quiso leer no lo encontró en las estanterías de su biblioteca.

Lo que hace Stanislaw Lem en Vacío perfecto es algo parecido, aunque de alcance más limitado: escribir una colección de quince reseñas de libros imaginarios que adquieren consistencia en este volumen que publica Impedimenta con traducción de Jadwiga Maurizio e introducción de Andrés Ibáñez.

Se trata de un espléndido experimento literario en el que el autor polaco, gemelo aquí de Borges, pasa revista a quince obras que no se han escrito, pero que toman carta de naturaleza cuando se reseñan y se analizan hasta en los más intrincados detalles.

Como un espejo dentro del espejo, la colección se abre con una reseña de Vacío perfecto en la que Lem se mira a sí mismo con distancia crítica:

"La crítica de libros inexistentes no es una invención de Lem. Encontramos intentos parecidos no sólo en un escritor contemporáneo como J. L. Borges (por ejemplo, Examen de la obra de Herbert Quain, en el tomo Ficciones), sino en otros mucho más antiguos, y ni siquiera Rabelais fue el primero en poner en práctica esa idea. Sin embargo, Vacío perfecto constituye una especie de curiosum, por cuanto la intención del autor es presentarnos toda una antología de esta clase de críticas. ¿Cuál fue su propósito? ¿El de sistematizar la pedantería o la broma?"

En esa reseña inicial que funciona como prólogo y como declaración de intenciones, el imaginario crítico que la escribe, con un criterio que lo pone en desacuerdo con el propio Lem, divide los textos en tres grupos:

-Parodias, pastiches y burlas, como Les Robinsenades, sobre la vida social de Robinson en una isla atestada de gente; Gigamesh, una parodia de Joyce y de la epopeya de Gilgamesh, o Sexplosion,
sobre los efectos del Nosex.

-Apuntes y borradores de novelas embrionarias, como Gruppenführer Louis XVI o Idiota.

-Los libros imaginarios cercanos a la ciencia ficción o a la argumentación científica, como La Nueva Cosmogonía o La cultura como error.

Vacío perfecto
es un libro que contiene muchos libros y muchos puntos de vista. Es una parodia, pero también una celebración de la imaginación creadora. Tiene mucho de burla metaliteraria, pero también es una proyección -irónica y distante en ocasiones, melancólica y seria en otras- de las preocupaciones ideológicas y vitales de Lem. Y con ese peso de la nostalgia, es también un libro sobre los sueños inalcanzables y sobre la imposibilidad del deseo.

Un libro en el que hay explosiones de humor como esta:

"Joachim Fersengeld es un alemán que ha escrito su Perycalypsis en holandés (lengua que conoce muy poco, como él mismo confiesa en el prólogo) y la ha publicado en Francia, país conocido por lo descuidado de las correcciones. El que escribe estas líneas tampoco está muy ducho en holandés; pero, orientado por el título del libro, la introducción inglesa y lo poco que pudo deducir del texto, se considera apto para llevar a cabo su crítica."

Es la primera entrega de la Biblioteca del Siglo XXI de Lem. A Vacío perfecto le seguirán Magnitud imaginaria, otra colección de reseñas sobre libros imaginarios, y Golem XIV, un trasgresor tratado sobre la inteligencia artificial que se editará por primera vez en castellano.

Santos Domínguez

1/11/08

La roca


Wallace Stevens.
La roca.
Traducción de Daniel Aguirre.
Lumen. Barcelona, 2008.



En edición bilingüe y con traducción de Daniel Aguirre, Lumen publica La roca, la última entrega poética de Wallace Stevens (1879-1955), en la misma colección en que aparecieron hace seis años sus Aforismos completos.

Poeta de estirpe lucreciana, como Shelley y Whitman, Wallace Stevens se ha ido consolidando entre la crítica y los lectores como el más importante de los poetas norteamericanos del siglo XX, por encima incluso de Pound o Eliot.

Maestro del matiz, irracionalista y visionario, su vida transcurrió en Hartford, en el nordeste industrial, donde ejerció de agente de seguros para el ganado. Entroncado con el Romanticismo inglés, con el Simbolismo francés y con la pintura impresionista y cubista, fue un poeta que fundió lo universal y lo local, la palabra y la mirada, lo concreto y lo abstracto, lo sensorial y lo intelectual para hacer visible lo oculto y ocultar lo visible, para descubrir que el mundo es más amplio en verano o que sin duda vivimos más allá de nosotros mismos en el aire.

Su poesía abstracta (lo que él llamaba el poema de la mente), influida por sus lecturas filosóficas y por sus intereses plásticos, es la expresión de las relaciones entre el hombre y el mundo, de un acuerdo con la realidad del que surge la visión del paisaje, la verdad poética. Lo explicó Wallace Stevens en los ensayos que dedicó a reflexionar sobre la poesía.

Insiste en ello en uno de los poemas más intensos del libro, Largos y tardos versos:

Qué poco importa, pasados con mucho
los setenta, dónde uno mire, uno ya ha estado allá.

(...)

Vagabundo, esta es la prehistoria de febrero.
La vida del poema en la mente aún no ha comenzado.

Aún no habías nacido cuando los árboles eran cristal
ni has nacido ahora, en esta vigilia dentro de un sueño.

En La roca, que se publica por primera vez íntegro en castellano, reunió sus últimos poemas, intensos y otoñales, unos poemas casi póstumos, escritos con una mirada que se sitúa más en la otra orilla (vigilia dentro de un sueño) que en esta para transmitir una imagen del mundo como meditación y como realidad imaginada, como descubrimiento de la realidad revelada en el poema:

cuando los establecimientos
de viento y luz y nube
esperan que alguien llegue,

algún lector del texto,
algún lector sin cuerpo
que lea silenciosamente

Santos Domínguez