20/3/09

Ventanilla de cuentos corrientes


Enrique Jardiel Poncela.
Ventanilla de cuentos corrientes.
Rey Lear. Madrid, 2008.


Ahora que la ventanilla de cuentas corrientes está menos concurrida, Rey Lear recupera la Ventanilla de cuentos corrientes de Jardiel Poncela, una colección de dieciséis relatos breves que habían ido apareciendo en la prensa de la época y recopiló en 1930 en este volumen.

Humor y absurdo, ingenio y dominio de la lengua se dan cita en textos que prescinden de la E o de la A, en cuentos que están entre los más celebrados de Jardiel, como Un marido sin vocación, ¡Mátese usted y vivirá feliz! o El amor que no podía ocultarse, un cuento tan moderno –escribe Jesús Egido, el editor- que bien podría ser escrito mañana.

Heredero de la vanguardia y de su visión del mundo, Jardiel buscaba renovar la risa. Arrumbar y desterrar de los escenarios de España la vieja risa tonta de ayer, sustituyéndola por una risa de hoy en que la vejez fuera adolescencia y la tontería sagacidad. Y a esa risa joven y sagaz, cuyo esqueleto estaba hecho de inverosimilitud y de imaginación, inyectarle en las venas lo fantástico y llenarle el corazón de ansia poética.

Estos textos, que son antecedentes directos del microrrelato, formaron parte del Libro del convaleciente. Inyecciones de alegria para hospitales y sanatorios, que cumple ahora setenta años.

En el prólogo de la segunda edición definía Jardiel su sentido con estas palabras:

En plena guerra civil española y durante una corta estancia en Buenos Aires —otoño de 1937— se me ocurrió componer un tomo dedicado a los convalecientes de la lucha, que poblaban Hospitales y Sanatorios, con la recopilación de un centenar de antiguos trabajos cortos, publicados, al comienzo de mis actividades literarias, en diversas revistas semanales, hoy desaparecidas, tales como "Nuevo Mundo", "Buen Humor", "Gutiérrez", "Ondas" y "Blanco y Negro" y en las secciones de cuentos —también desaparecidas hoy— de diarios como "La Voz", "El Sol" e "Informaciones".

Mi propósito era, nada más y nada menos, que el de procurar a los convalecientes de las trincheras una lectura divertida, ligera y un poco pueril, como debe ser la lectura de todo convaleciente, de ilación sencillísima para no precisar de ellos excesiva atención, y a un tiempo extensa y breve para que les durase el mayor tiempo posible y pudieran abandonarla a la primer fatiga: lectura que les hiciera olvidar por momentos, ya que no aquellos padecimientos que no se olvidan nunca, sí las tediosas horas de encierro en el Hospital o en el Sanatorio, que son secuela inevitable e insoportable de la herida recibida o de la enfermedad contraída en el campo.


No es comparable aquella convalecencia con la situación actual pero, como Rey Lear sabe, el humor es el mejor antídoto contra la crisis y por eso la recuperación no puede ser más oportuna.

Santos Domínguez