27/6/09

La aldea de sal



Lêdo Ivo.
La aldea de sal.
Traducción de Guadalupe Grande
y Juan Carlos Mestre.
Calambur. Madrid, 2009.


Con selección y traducción de otros dos poetas, Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, Calambur publica La aldea de sal, una amplia antología bilingüe del brasileño Lêdo Ivo (1924), uno de los poetas más importantes en lengua portuguesa.

Ivo es autor de una amplia obra que no se limita a la poesía y se desarrolla en otros géneros como la novela y el ensayo. Y sin embargo ha sido muy poco editado en España. Aparte de los textos aparecidos en revistas y antologías, la agencia española del ISBN sólo registra un título de Lêdo Ivo, La moneda perdida, que apareció hace veinte años en Olifante y circuló de forma muy restringida.

La poesía de Lêdo Ivo plantea un constante duelo entre la inspiración y el diccionario, equilibra conciencia ética y ambición expresiva, compasión y potencia visionaria. Entre dos títulos significativos, Las imaginaciones (1944) y Requiem (2008), transcurre una poesía construida sobre la capacidad verbal de las imágenes y la dimensión telúrica de la mirada, una poesía planteada como actitud solidaria y como exploración de lo inefable, como conocimiento de lo que vive sólo en el poema y como diálogo imaginativo con la realidad. En forma de elegía o de oda, de lamento o celebración de la vida y la ruina del tiempo, sus textos oscilan entre la iluminación y la búsqueda del sentido, con referencias constantes a la memoria, el mar, la infancia, la fugacidad o la soledad.

A su primer libro, Las imaginaciones, pertenece este poema memorable en el que aparecen ya muchas de las claves de toda su obra:

Vals fúnebre de Hermengarda

Aquí estoy, junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu pobre y pura carne que ninguno de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados,
pero yo vengo bebido, Hermengarda, yo vengo borracho.
Y si mañana encontráramos la cruz de tu fosa tirada en el suelo,
no fue la noche, Hermengarda, ni tampoco fue el viento.
Fui yo.

Quise amparar mi embriaguez bajo tu cruz
y rodé hacia la tierra donde reposas
triste, aunque cubierta de flores.

Aquí estoy, junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, no es el viento.
Soy yo.


Los poemas de Lêdo Ivo están llenos de ventanas abiertas al mundo, de descubrimientos y de revelaciones a través de una mirada que se hace palabra y conciencia del lenguaje, de su capacidad creativa y sus limitaciones. Lo explica en uno de sus textos más justamente famosos:


Mi patria

Mi patria no es la lengua portuguesa.
Ninguna lengua es una patria.
Mi patria es la tierra tierna y untuosa donde nací
y el viento que sopla en Maceió.
Son los cangrejos que corren en el lodo de los manglares
y el océano cuyas olas continúan mojando mis pies cuando sueño.
Mi patria son los murciélagos colgados de la techumbre de las iglesias carcomidas,
los locos que danzan al atardecer en el hospicio junto al mar
y el cielo encorvado por las constelaciones.
Mi patria son las bocinas de los navíos
y el faro en lo alto de la colina.
Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante.
Son los astilleros podridos
y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y palúdicos no
paran de toser y temblar en las noches frías
y la fragancia del azúcar en los almacenes portuarios
y las tencas que se debaten en las redes de los pescadores
y las ristras de cebolla enroscadas en la tiniebla
y la lluvia que cae sobre los corrales de peces.
La lengua de que me valgo no es ni nunca ha sido mi patria.
Ninguna lengua engañosa es una patria.
Tan sólo sirve para que celebre mi gran y pobre patria muda,
mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario,
mi patria sin lengua y sin palabras.

Lêdo Ivo, con su voz cercana y su mirada creadora y piadosa, es uno de esos pocos poetas con los que el lector tiene la impresión de que la poesía es una actividad indispensable, que está ahí, descendiendo sobre los hombres.


Santos Domínguez