13/4/11

La larga espera del ángel


Melania G. Mazzucco.
La larga espera del ángel.
Traducción Xavier González Rovira.
Anagrama. Barcelona, 2011.

Georges de La Tour, Tiepolo, Artemisia Gentileschi… Los pintores han atraído la atención de la literatura y han establecido históricamente un diálogo que ha enriquecido las propuestas artísticas de la pintura y la literatura. Un diálogo no sólo con los poetas y con los ensayistas: en los últimos años tres novelistas -Pascal Quignard, Roberto Calasso y Anna Banti -han publicado sendas novelas centradas en la figura de esos tres pintores.

Ahora acaba de sumarse a esa lista de obras notables La larga espera del ángel, de Melania G. Mazzucco (Roma, 1966), una novela centrada en la memoria personal y artística de Tintoretto, que evoca su vida en el marco de aquella Venecia violenta, creativa y rica que el pintor inmortalizó en sus deslumbrantes atardeceres incendiados. La lunga atessa dell'angelo, una excepcional combinación de fuerza y levedad, de ironía y emoción, se publicó en 2008 y ahora aparece en Anagrama con traducción de Xavier González Rovira.

Una espléndida novela que transcurre en los quince días de fiebres terminales de Tintoretto, en la segunda quincena de mayo de 1594. Dos semanas de insomnio y agonía en las que el pintor rememora en primera persona su vida y evoca su pintura entre la vigilia lúcida y el duermevela febril:

porque todo está confuso, y no hay orden en este tumulto. Las cosas fundamentales parecen ahora irrelevantes; las irrelevantes, decisivas. Mis recuerdos están desordenados, porque la memoria obra, como he obrado yo. La memoria cocea, crepita e incesantemente rectifica, e inventa, y mejora, y ahora ya no sé qué es lo que he hecho de verdad y qué es lo que debería haber hecho, qué es lo que me dijeron y qué se callaron, qué fue lo que ocurrió y qué lo que nunca ocurre; porque al final el tiempo todo lo ha limado y todo lo ha recompuesto. La llave de los recuerdos verdaderos se ha perdido en algún lado, y yo no sé encontrarla de nuevo.

Evocación de ambientes, hechos y personajes, por las páginas de La larga espera del ángel desfilan el pasado, la familia, el arte, la vida diaria, los círculos artísticos venecianos, la ciudad de Venecia y sobre todo el recuerdo de Marietta, la hija ilegítima que tuvo con Cornelia, su amante alemana. Venecia y Marietta son los ejes de referencia de los recuerdos desordenados que asaltan a aquel pintor volcánico y ambicioso, rebelde y orgulloso de finales del Cinquecento.

Tintoretto, pintor de santos de iglesia y de vírgenes carnosas, de ángeles espectrales y episodios mitológicos o evangélicos, es en esos momentos finales de su vida un padre que piensa en su hija, a la que educó en la música y la pintura y en la que proyectó su pasión por el arte y por la vida. Un hombre solo, un retratista despiadado que hizo excepcionalmente un retrato enamorado de su hija Marietta en la iglesia de la Madonna dell'Orto.

En esa iglesia, donde está enterrado el artista, está el cuadro que originó esta novela. Es la Presentación de la Virgen en el Templo, en la que la Virgen es Marietta, la niña que sube las escaleras del templo. Su figura la subraya una luz prodigiosa mientras las miradas de los personajes, sus gestos y las líneas de fuerza del cuadro convergen en ella:

He levantado de nuevo la mirada hacia la pintura. En la penumbra, la pequeña María ascendía -titubeante- la empinada escalera del templo, al final de la cual se halla esperándola un sacerdote barbudo. La niña parece consciente de su destino especial. Y eso la hace, al mismo tiempo, vulnerable y feliz. Esa niña tiene su nombre. Ese cuadro lo pinté para Marietta. Cuánto la quise, Señor, y cuánto la quiero todavía.

Es el centro del cuadro, como es el centro de la novela, de los recuerdos y los remordimientos de Tintoretto desde la penumbra de su agonía sin sueño, semejante a la penumbra de recogimiento en la que pintaba sus cuadros, que tenían tanto de mirada interior como de escenografía teatral que preludiaba el Barroco:

No duermo. Han pasado quince días desde la última vez que el sueño vino a por mí y me llevó al país donde todas las cosas perdidas están presentes, y todas las cosas futuras ya han acaecido. Primero dejé de soñar, caía en mis noches como un guijarro en un pozo sin fondo; luego también dejé de dormir. Todo lo que he vivido vibra en la oscuridad. Y, no obstante, mis ojos observan el terrible vacío en el que han sido succionadas todas las cosas. Todo está apagado, pero yo sigo todavía varado aquí, solo con lo que únicamente yo conozco, y recuerdo, y estoy llevándome conmigo.”

En esa penumbra surgen atropellada y fragmentariamente los recuerdos de aquel artista colérico y temperamental, la relación ambigua y problemática con su hija, la evocación de sus cuadros y la narratividad de su pintura en una novela construida desde el interior del personaje-narrador-pintor.

Las calles y los canales, los fondamenta y los puentes, las iglesias, los talleres y los palacios son los espacios por los que transita un gran número de personajes reales o inventados que completan un fresco memorable, una reconstrucción plástica de aquella Venecia misteriosa y complicada en la que Tintoretto desarrolló su arte, su orgullo y su independencia.

Y también su lucha por abrirse camino en una profesión controlada por Tiziano, un hombre que lo combatió con una tenacidad que lo deshonra, un Tiziano que lo tenía todo, era el faro del siglo, y sin embargo no soportaba ni la sombra de una hoja.

Pero por encima de todo, en su agonía insomne le atormenta y le reconforta el recuerdo de Marietta, la materialización de su ambición artística y de su conciencia y sus dudas.

Cinco años de escritura documentada y sensible, volcánica y potente como la pintura de Tintoretto, se reflejan en La larga espera del ángel. Como la pintura de Tintoretto, es una ambiciosa novela poblada de personajes y de historias, sobre el fondo teatral de Venecia, que ya entonces tenía tanto de ciudad real y artística como de decorado.

Una Venecia suntuosa y frágil, refinada y peligrosa, amenazada por los turcos y por la peste, reinventada en su misteriosa complejidad y en la galería de personajes e historias que circulan por sus calles y por una novela que además de recrear la vida del artista y los ambientes venecianos es una constante meditación sobre la vida y el arte:

Y entonces le enseñé a pintar con los ojos cerrados. Hasta entonces había aprendido a pintar con los ojos, ahora tenía que aprender a pintar con la memoria. Y las formas, los gestos, los colores, tenía que reconstruirlos en la mente. Todos los escolares pueden aprender a pintar de la realidad, y tienen que hacerlo, pero luego la verdad y la belleza tienen que hallarla dentro de sí mismos. Porque el arte no imita a la naturaleza, sino que la crea. La verdad y la belleza no son cosas, no están en el mundo, sino en lo más profundo de nosotros, en esa parte escondida que nunca será conocida pero que debe ser liberada. Pintar, pintar de verdad, y no para complacer a un cliente ni para ganarse la paga, es como soñar. Todo es parecido al mundo de allá afuera, casi idéntico, pero no lo es. Sólo en ese deslizamiento se encuentran la verdad y la belleza y el sentido de toda búsqueda y representación. Tienes que llegar a soñar lo que recuerdas. Esto es lo que significa crear.

Santos Domínguez