30/11/11

Borges. Miscelánea


Jorge Luis Borges.
Miscelánea.
Debolsillo. Barcelona, 2011.

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.

Este inolvidable elogio del libro, de un ciclo de conferencias en Belgrano, forma parte de Borges oral, que junto con varias recopilaciones más reúne Debolsillo en la espléndida Miscelánea, un amplio volumen de mil doscientas páginas que recoge una parte fundamental de la obra del Borges crítico y lector, un catálogo de su curiosidad lectora, como señalan los editores, y una muestra constante de su lucidez crítica.

Prólogos con un prólogo de prólogos, Borges oral, Biblioteca personal, Borges en Sur, Textos cautivos y Borges en El Hogar ofrecen, con la prosa impecable del maestro, un conjunto de invitaciones a la lectura en forma de prólogos –“una forma lateral de la crítica” y no “una forma subalterna del brindis”-, de conferencias o de reseñas en revistas tan distintas como Sur o en El Hogar.

Es un Borges imprescindible en los prólogos dispersos que publicó entre 1923 y 1974, algunos de ellos tan memorables como el que escribió en 1970 para una edición de Macbeth en Sudamericana; o en las cinco conferencias que dictó en la Universidad de Belgrano -El libro, La inmortalidad, Swedenborg, El cuento policial, El tiempo-; en los prólogos escuetos y certeros, pródigos en iluminaciones, de Biblioteca personal; en los casi doscientos textos que escribió a lo largo de cincuenta años de colaboraciones en Sur, la revista fundada por Victoria Ocampo, donde Borges publicó artículos, traducciones, notas de lectura y reseñas, o en los Textos cautivos que aparecieron en El Hogar entre 1936 y 1940.

Aparte del índice general que cierra el volumen, varias tablas de carácter temático, cronológico y onomástico proponen una imprescindible y utilísima guía de acceso rápido al universo lector de Borges, que en uno de sus prólogos hizo este análisis comparado de Hamlet y Macbeth:

Hamlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca, que, lento en las antesalas de su venganza, prodiga concurridos monólogos o juega tristemente con la calavera mortal, ha interesado más a la crítica, ya que estaban en él, de modo profético, tantos insignes caracteres del siglo XIX: Byron y Edgar Allan Poe y Baudelaire y aquellos personajes de Dostoievski, que exacerbadamente se complacen en el moroso análisis de sus actos. (Esas y muchas otras cosas, naturalmente: por ejemplo, la duda -que es uno de los nombres de la inteligencia-, y que en el caso del danés no se limita a la veracidad del espectro sino a su realidad y a lo que nos espera después de la disolución de la carne.) El rey Macbeth siempre me ha parecido más verdadero, más entregado a su despiadado destino que a las exigencias escénicas. Creo en Hamlet, pero no en las circunstancias de Hamlet; creo en Macbeth y creo también en su historia.
(...)
Lo vivido siempre corre el albur de incurrir en lo pintoresco; Macbeth está muy lejos de ese peligro. La obra es la más intensa que la literatura puede ofrecernos y esa intensidad no decae.Desde las palabras enigmáticas de las brujas (Fair is foul and foul is fair) que, de manera bestial o demoníaca, trascienden la razón de los hombres, hasta la escena en que Macbeth muere acorralado y peleando, el drama nos arrebata como una pasión o una música.

Santos Domínguez

29/11/11

Apuntes de medicina interna


José Manuel de la Huerga.

Apuntes de medicina interna.

Menoscuarto. Palencia, 2011.


Apuntes de medicina interna, la nueva novela del escritor leonés José Manuel de la Huerga que publica Menoscuarto, es un viaje de regreso en el tiempo y el espacio.


Primavera del 93. Tras licenciarse en Medicina, Abel vuelve al pueblo de sus abuelos con la excusa de preparar unas oposiciones; sin embargo, su verdadero propósito es reencontrarse con su amor de juventud. Acomodado en la vieja casona familiar, comienza a deshilvanar la historia de su abuelo, el doctor Rojas, durante la dictadura franquista hasta darse cuenta de que la memoria acaba distorsionada con el transcurrir del tiempo y las personas.


Aunque el argumento de la novela no se caracteriza por su originalidad, las sutiles descripciones del entorno, el punto de vista subjetivo en forma de diario y las narraciones de las aventuras infantiles hacen que su lectura resulte amena y ligera.

Alba Pavón

28/11/11

Un poco de azul en el paisaje


Pierre Bergounioux.
Un poco de azul en el paisaje.
Traducción de David Stacey.
Minúscula. Paisajes narrados. Barcelona, 2011.

Algo se estaba acabando cuando empezamos. La vida se retiraba, sin ruido, de la misma manera que había llenado el intermedio in móvil que había precedido. Nuestras infancias pertenecían al pasado pero no teníamos ni idea. Nuestro destino –pero lo ignorábamos- eran el exilio, la gran ciudad, las dos existencias sucesivas y opuestas que nos fueron asignadas. Gestos, palabras, actitudes que consideré como la evidencia misma han desaparecido. Combinaban con el decorado inmutable de las depresiones y las crestas. Cuando estas retornaron al terreno baldío, al desierto, los otros las siguieron al olvido.

Ese párrafo resume el tono y la raíz de Un poco de azul en el paisaje, una novedad de Pierre Bergounioux (Brive-la-Gaillarde, 1949) que acaba de editar Minúscula. De este mismo autor apareció recientemente en esta misma colección Una habitación en Holanda.

La infancia y la memoria del paisaje, la palabra delicada y la mirada sutil son algunas de las claves que recorren los textos de Un poco de azul en el paisaje, que habían aparecido previamente en revistas y que se recogieron en forma de libro hace diez años y ahora aparecen en español traducidos por David Stacey.

Ocho textos de Bergounioux construidos con una misma mirada elegiaca hacia lo perdido, infancia y paisaje:

Pasó el tiempo, el mismo, aparentemente, el fluido impalpable, inalterable que más que avanzar giraba sobre sí mismo, trayendo de regreso las horas, los personajes, la cañada y las alturas, las estaciones. Luego hubo que rendirse a la evidencia.

De ese tiempo, de esa infancia y esos paisajes visibles e invisibles forma parte esencial un bosque animado que invade el ámbito habitado hasta entonces por los hombres que han emigrado:

En su ausencia, el bosque se acerca, envía a sus batidores, junta a sus pioneros. El fresno, el saúco, el aliso vienen a tantear los cimientos, a rozar los postigos cerrados, a inclinarse sobre los tejados. En eso estamos. Mañana, todo habrá terminado.

Pero no todo es lamento de la pérdida irreparable. En estas páginas hay una reivindicación del valor de la palabra y de la literatura:

Un libro de verdad afecta en mayor o menor grado a lo que pensamos y, por lo tanto, a lo que somos. Cambia, en cierta medida, el mundo que consiste, en parte, en la idea que tenemos de él, ya lo adorne y agrande, ya consuma su ruina. Pero ese desastre, esa perdición, si los superamos, pueden ser provechosos, convertirse en riqueza y alegría.

Santos Domínguez

25/11/11

Brines. Ensayo de una despedida


Francisco Brines.
Ensayo de una despedida.
Poesía completa (1960-1997).

Fábula Tusquets. Barcelona, 2011.

Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,
sepultada.
Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,
en el viaje aquel de todos a la niebla.

Con ese poema cerraba en 1995 La última costa Francisco Brines (Oliva, 1932), una de las voces poéticas imprescindibles que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegiaco matizado a veces con algún acento hímnico.

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen ese centro espiritual, en el que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético, lo que le ha hecho afirmar: El conjunto de mi obra es una extensa elegía.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida. Lo explicaba el poeta con estas palabras:

Cuando tuve que reunir mis libros en un volumen, el conjunto lo titulé Ensayo de una despedida, buscando en él su significación esencial. Se trata, por un lado, de la despedida de la vida, concepto que se nos hace presente cuando, ya muy pronto, tomamos conciencia de nuestro destino mortal. Por otro, esta despedida es también la conciencia de las sucesivas pérdidas en que consiste el vivir. Asistimos a un empobrecimiento sin pausa desde la adolescencia a la vejez. Empezamos por perder la inmortalidad y, después, la inocencia.

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada en el distanciamiento que supone la elaboración verbal de la materia existencial, en la sentimentalidad objetivada y en las sensaciones tamizadas por la inteligencia:

La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía, secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.

Un retrato opaco que dibuja el contorno moral y biográfico de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de la luz y la sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra:

Estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.

Esta edición en formato de bolsillo en Fábula Tusquets reproduce la versión definitiva de 2006 de Ensayo de una despedida, en la que se añadió la sección Poemas excluidos (1985-2006).

Santos Domínguez

María Zambrano. Claros del bosque


María Zambrano.
Claros del bosque.
Edición de Mercedes Gómez Blesa.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2011.

"El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido. Y la analogía del claro con el templo puede desviar la atención", escribía María Zambrano en el comienzo de 
 Claros del bosque, una de las novedades más reseñables de este comienzo de temporada editorial que publica Cátedra Letras Hispánicas.

Es uno de los ensayos fundamentales de María Zambrano. Lo escribió aún en el exilio, apareció en 1977 y junto con La tumba de Antígona es su obra de más calidad literaria.

Poemas en prosa, revelaciones en las que cuaja la razón poética de María Zambrano frente al logos del Manzanares de su maestro Ortega. La conjunción de palabra y pensamiento inspirado, de conocimiento y poesía, de razón y metáfora que ilumina el mundo más allá del concepto, la inspiración y la imagen, el tiempo y el dios oscuro, la musicalidad y el vacío, el signo y la semilla, el centro y el abismo, la belleza y la llama, el mito y la palabra originaria del bosque, la fuente y el laberinto, el amanecer y el fuego, el despertar y la mirada remota desde los ojos de la noche.

Unos textos fundamentales en el pensamiento filosófico y en la estética del siglo XX que se acercan a la penumbra desde los claros de la conciencia y las visiones de lo oculto, desde el centro inaccesible donde se funden la mística, la poesía y la filosofía en un doble impulso que convoca lo órfico y lo prometeico a través de una palabra poética mediadora entre el hombre y lo sagrado.

Y al fondo, el exilio como el no-lugar, como el vacío desde el que escribe María Zambrano, fuera también del tiempo, expulsada de la historia, como todo exiliado, privada de su identidad social y cultural, relegada, como sabía también Jabès, al desierto, desde el que se funda el lugar de la palabra: "La palabra escondida, a solas celada en el silencio, puede surgir sosteniendo sin darlo a entender un largo discurso, un poema y aun un filosófico texto, anónimamente, orientando el sentido, transformando el encadenamiento lógico en cadencia; abriendo espacios de silencios incalmables, reveladores. Ya que lo que de revelador hay en un hablar proviene de esa palabra intacta que no se anuncia, ni se enuncia a sí misma, invisible al modo de cristal a fuerza de nitidez, de inexistencia. Engendradora de musicalidad y de abismos de silencio, la palabra que no es concepto porque es ella la que hace concebir, la fuente del concebir que está más allá propiamente de lo que se llama pensar."

Todo eso está en el fondo y en la superficie de Claros del bosque, que es -como dijo de Segovia María Zambrano- el lugar de la palabra. Un libro fundamental que no debería pasar desapercibido. Esta edición, prologada y anotada por Mercedes Gómez Blesa, que traza en su introducción una excelente panorámica del pensamiento de la autora, es una inmejorable oportunidad para entrar en una de las obras imprescindibles de la estética contemporánea.

Santos Domínguez

23/11/11

Socotra, la isla de los genios

Jordi Esteva.
Socotra, la isla de los genios.
Atalanta. Gerona, 2011.

Como los antiguos leyeron la Historia Natural de Plinio, como los árabes oían las aventuras de Simbad, con el mismo asombro que debía de producir en los humanistas el Libro de las maravillas de Marco Polo, con la misma fascinación con que leíamos a Verne de niños.

Así entra el lector en Socotra, la isla de los genios, de Jordi Esteva, que acaba de publicar Atalanta.

Socotra, la isla de la felicidad en sánscrito, aparece en los mapas anclada en el Índico, al sudeste de la Península Arábiga, a la salida del Golfo de Adén.

Es la isla del sueño, un lugar mágico poblado por una fauna de otra época, de un tiempo mitológico en el que los griegos tenían esta isla como patria del Ave Fénix. Un lugar en el que crece una vegetación no menos mitológica de la que forman parte la mirra, en cuyas brasas ardía aquel pájaro inmortal, o el incienso de los ritos y las momias faraónicas, o el árbol de la sangre del dragón cuya savia roja usaban los gladiadores para embadurnarse los músculos.

O el áloe que buscaba Alejandro porque cicatrizaba las heridas del combate:

- Nosotros no necesitamos medicinas modernas -interrumpió orgulloso un socotrí de grandes ojos-. Si nos herimos en la montaña, sólo tenemos que cortar una ramita de un arbusto y aplicarla en la herida para que deje de sangrar de inmediato; si nos duele la cabeza mascamos hojas de otra planta. Socotra entera es nuestra farmacia.

Los egipcios y los árabes del sur, que viajaban allí para extraer el incienso y la mirra, más valiosos que el oro, propagaron leyendas terroríficas y disuasorias y sembraron confusiones desorientadoras de su ubicación exacta para evitar la competencia:

Los marineros de Omán afirmaban que Socotra surgía en la galerna cuando ya era demasiado tarde para maniobrar y que los veleros se estrellaban contra los acantilados mientras la isla se ocultaba tras la espesa niebla al acecho del siguiente navío. Seguramente este fenómeno dio pie a una leyenda muy extendida entre los marineros del Índico: la existencia de una isla que emergía abruptamente desde las profundidades del océano y atraía a los veleros construidos con clavos de hierro con la fuerza de un imán gigantesco. Tan poderosa era la atracción que arrancaba los clavos uno a uno y los navíos saltaban en pedazos.

Como la isla canaria de San Borondón, Socotra era una isla que aparecía y desaparecía, que atraía irremisiblemente a los veleros hacia la fatalidad. Y un lugar como ese, con bosques de incienso sobre los que vuela el ave Roc de Las mil y una noches, solo puede describirse dosificando adecuadamente, como hace Jordi Esteva, la fantasía y la realidad, la historia y la ficción.

Esa mezcla difusa está también en las abundantes y magníficas fotos -Esteva es fotógrafo además de escritor- que reflejan con una luz casi irreal, con la luz tenue del sueño, su mirada a una isla sagrada para los griegos, porque en ella había erigido Zeus su propio templo y en sus cumbres había tenido su trono Urano, el dios primordial, abuelo de Zeus y padre de Cronos.

Entre el sueño y la realidad, entre África y Asia, entre la historia y la leyenda, entre la geografía y la literatura, entre la biología y la magia, Jordi Esteva relata en Socotra un viaje a la infancia del mundo y al paisaje de las llanuras de Caín, un viaje que transforma la mirada y la sensibilidad del viajero, que vuelve siendo otro.

Porque el viaje verdadero consiste en no volver. O en volver como una persona distinta de la que inició el viaje.

Santos Domínguez

21/11/11

Calasso. La Folie Baudelaire



Roberto Calasso.
La Folie Baudelaire.
Traducción de Edgardo Dobry.
Anagrama. Barcelona, 2011.

M. Baudelaire ha encontrado la manera de construirse, en el extremo de una lengua de tierra considerada inhabitable y más allá de los confines del romanticismo conocido, un quiosco raro, muy decorado, muy atormentado, pero coqueto y misterioso, donde se lee a Edgar Poe, donde se recitan sonetos exquisitos, donde nos embriagamos con hachís para después reflexionar sobre ello, donde se toma opio y mil drogas abominables en tazas de porcelana muy fina. Este quiosco peculiar, hecho de marquetería, de una originalidad ajustada y compleja, que desde hace un tiempo atrae las miradas hacia la punta extrema de la Kamchatka romántica, yo lo denomino la folie Baudelaire.

De ese texto de Sainte-Beuve, el crítico literario más influyente del XIX y uno de los más reticentes con Baudelaire, al que quiso ocultar tras su silencio aquel segregador de veneno, toma Roberto Calasso el título y la trama de La Folie Baudelaire, que acaba de publicar Anagrama con traducción de Edgardo Dobry.

Para quien está rodeado y como atormentado por la desolación y el agotamiento -afirma Calasso- es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, poemillas en prosa, cartas, fragmentos: todo sirve. Pero, si es posible, prosa. Y, dentro de la prosa, aquella sobre los pintores.

Y de pintura y literatura hablan las densas páginas de este nuevo libro de Calasso, tan lúcido y tan meticuloso como de costumbre. Un Calasso que deambula mirando aquí y allá como un flâneur por los salones y las calles, por los ambientes culturales o canallas del París de Las flores del mal y del Impresionismo. Porque este es un libro tan ligado a la mirada plástica que uno de sus aspectos más llamativos son las cincuenta y dos ilustraciones con cuadros y daguerrotipos que iluminan el texto.

La Folie Baudelaire traza un mapa cultural, artístico y vital del París de la segunda mitad del XIX, pero es también un descenso al subsuelo de aquel mundo, una bajada a los infiernos en la que Calasso se convierte en nuestro Virgilio particular, en un guía que orienta al lector y le lleva de la mano en aquel complejo laberinto en el que se cruzaron pintores y escritores geniales que engendraron la modernidad estética.

Uno de esos padres reconocidos de lo moderno es Baudelaire, quizá el que captó con más lucidez el carácter radicalmente subversivo de la irracionalidad y de lo onírico.

Una ola invasiva, un tsunami cultural, como explica Calasso:

Existe una ola Baudelaire que lo atraviesa todo. Tiene su origen antes de él y se propaga más allá de todo obstáculo. Entre los picos y las caídas de esa ola se reconocen Chateubriand, Stendhal, Ingres, Delacroix, Sainte-Beuve, Nietzsche, Flaubert, Manet, Degas, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Laforgue, Proust y otros, como si fueran investidos por esa ola y, por momentos, sumergidos. O como si fuesen ellos quienes chocaran con la ola. Arranques que se cruzan, divergen, se bifurcan. Remolinos, vórtices repentinos. Después sigue la corriente. La ola continúa su viaje, dirigida siempre hacia el «fondo de lo desconocido», de donde provenía.

Sobre el telón de fondo del clima psicológico y el ambiente social de aquel París, se perfila la imagen de Baudelaire como crítico de arte, de la pintura explicada desde la literatura, en una sincronía que conecta las dos artes: Simbolismo e Impresionismo, poetas, novelistas y pintores vinculados en un completo y complejo panorama en que se conjugan la mirada, la palabra y el pensamiento en unas páginas que se aproximan mucho a lo que pudo ser aquel tráfago creativo, aquel París que Calasso define brillantemente como un caos dentro de un marco.

El centro de este libro, su eje decisivo, es un sueño de Baudelaire, el sueño del burdel-museo, un cuento sorprendente, el más audaz del siglo XIX, más moderno que los de Poe, más áspero y abrupto, según Calasso, que reproduce la transcripción febril que hizo el poeta recién despierto.

Pero además de ese centro de gravedad, La Folie Baudelaire es una incursión en la labor de Baudelaire, más que como teórico de la modernidad, como analista de la esencia de lo moderno en el arte. Y en ese sentido, algunas de las páginas fundamentales de este libro son las que se centran en Constantin Guys, un artista al que dedicó El pintor de la vida moderna, el ensayo más bello e iluminador –explica Calasso-sobre un artista de todo el siglo XIX.

Santos Domínguez


18/11/11

Javier Salvago. La vida nos conoce




Javier Salvago.
La vida nos conoce.
Antología poética.
Prólogo de Juan Bonilla.
Renacimiento. Sevilla, 2011.

El médico me manda no escribir más. Al menos,
me pide que no ponga sobre la llaga el dedo,
que deje de arañarme por dentro como un gato
y, de escribir, que escriba con menos entusiasmo,
que me ande por las ramas –mejor, que fantasee
lo mismo que hacen otros–, que llene las paredes
de tapices, el suelo de mullidas alfombras
y dedique a Venecia y a Pisa algunas odas.
En suma, que no saque mis trapos a la calle
–si por trapos se entienden ciertas intimidades–
y que aprenda a ser pulcro, discreto y decadente
como algunos colegas bastante transigentes.
Total, para que el sueño me otorgue sus blanduras,
imitaré a la grey que aspira a ser oscura.
En un curso intensivo, me aprenderé los nombres
de cuantas telas haya y de todas las flores.
Celebraré los fastos, la gloria, la grandeza
de alguna corte antigua –mejor de ser siniestra–
y afinaré las cuerdas de mi rudo instrumento
para que en adelante suene a Renacimiento.
Si por alguna causa se me agotara el tema
siempre habrá alguna moda, liviana y pasajera,
algo que nos devuelva el sabor del pasado
o su olor, cuando menos, discretamente rancio.
Así que por la paz de un reposo perfecto
–con tal de que no deje testimonio del tiempo
que me tocó vivir–, todo vale. De acuerdo.

En Variaciones sobre un tema de Manuel Machado, que así se titula este poema, está gran parte del mundo poético de Javier Salvago (Paradas, 1950). Sus temas (los sueños fracasados, el tiempo, la vida pasada), la línea clara de su lenguaje, su tono frecuentemente irónico o la influencia de Manuel Machado en la actitud ante el mundo, en la elección de los modelos métricos y en una música que se mueve siempre entre el aire popular del arte menor y el aliento narrativo del alejandrino pareado.

Ese texto pertenece a En la perfecta edad, uno de los libros que forman parte de la antología La vida nos conoce que publica Renacimiento con prólogo de Juan Bonilla.

Desde La destrucción o el humor hasta el inédito Nada importa nada, pasando por Volverlo a intentar, Los mejores años o Ulises, que es posiblemente su mejor libro, se reúne en este tomo un conjunto representativo de la poesía de Salvago.

Una poesía unitaria en sus temas y coherente en sus actitudes, diversa en tonos, directa y coloquial, recorrida por un personaje que evoca el mundo de su infancia y su familia, el tiempo y los espacios en los que discurrió su pasado y transcurre su presente.

Un personaje que asume con dignidad y con hartazgo la derrota de los sueños y los agravios de la vida: Que la vida dolía / yo lo aprendí muy pronto, escribe en uno de sus arranques paródicos.

En ese y en muchos de los textos de Javier Salvago, el spleen, el tedio, el cinismo a la defensiva, el sostenido tono elegiaco marcan la actitud y la tonalidad de una poesía que mira al pasado más que al futuro y se reconoce más en quien fue que en el náufrago superviviente que es.

Poesía de la experiencia, línea clara y con una constante actitud confesional que destaca Juan Bonilla en su prólogo y que tiene como centro la vida que aparece en el título de la antología y al frente de un poema, de su libro Ulises, que se cierra con esta estrofa:

La vida se conoce y nos conoce y sabe
que no somos de piedra para aguantarle tanto,
que nos sobran motivos para coger la puerta
–la vida nos conoce-, y nos ata con lazos.

Santos Domínguez

16/11/11

El santo del monte Koya y otros relatos


Izumi Kyoka.
El santo del monte Koya
y otros relatos.

Traducción de Susana Hayashi.
Introducción de Carlos Rubio.
Satori Ediciones. Gijón, 2011.

Satori Ediciones, una editorial gijonesa “dedicada a dar a conocer la fascinante cultura japonesa al mundo hispano-hablante a través de obras publicadas por autores de reconocido prestigio, tanto occidentales como japoneses”, acaba de publicar un brillante conjunto de relatos de Izumi Kyoka (1873-1939), autor inédito hasta ahora en español.

Los cuentos de El santo del monte Koya y otros relatos cumplen uno de los objetivos centrales de esta editorial, “cubrir el vacío bibliográfico que existe en lengua española con respecto a la cultura nipona (...) porque creemos que éste es el mejor modo de penetrar en una cultura tan lejana pero, al mismo tiempo, tan cercana. Con este sueño nació Satori, «Iluminación», para aportar un poco de luz sobre un mundo, el nipón, que, en cierto sentido, aún sigue en penumbra.”

Una de las líneas fundamentales de este proyecto es la colección Maestros de la Literatura Japonesa, en la que han aparecido El Caminante, de Natsume Sōseki, o Namiko, de Tokutomi Roka.

Y en esa misma colección acaban de aparecer, por primera vez en lengua española y con traducción de Susana Hayashi, cuatro relatos de Izumi Kyoka, un genio, en palabras de Mishima, que vio en él la materialización más pura del espíritu romántico.

¿El más romántico de los novelistas japoneses? –se pregunta Carlos Rubio en su introducción- ¿El eslabón entre la literatura premoderna y la moderna de Japón? ¿El Edgar Allan Poe de Japón? ¿El creador de la «novela gótica» japonesa? ¿El más difícil de los literatos de la época Meiji (1868-1912)? ¿El mejor representante del simbolismo japonés? ¿El más feminista de los escritores japoneses?

Kyoka, como Koseki, vivió una época en la que Japón se moderniza y entra en conflicto con la tradición. De las dimensiones transcendentales de ese conflicto trata la literatura japonesa del periodo Meiji, que se caracterizó por la asimilación de los modelos culturales y literarios del mundo occidental.

Y en ese contexto conflictivo Kyoka fue un excéntrico que asumió el irracionalismo romántico y exploró el mundo de los sentimientos y la otra realidad de las apariciones fantasmales.

Minoritario, autor de culto, ensimismado y anacrónico, dueño de una mirada ensimismada e independiente, el pesimismo, la rebeldía, la defensa del individualismo frente a la sociedad, las protagonistas femeninas, la evasión y la fantasía son algunas de las claves de su universo narrativo.

Este volumen reúne cuatro de sus relatos fundamentales: El quirófano, con el que obtuvo su primer reconocimiento entre los lectores; El santo del monte Koya, su obra más emblemática, un relato sobre el viaje prodigioso de un monje a través de un desierto montañoso propicio al misterio. Es mucho más que un mero relato de fantasmas, mucho más que una simple secuela de Poe. En palabras de Carlos Rubio, ese texto fijó los mitos centrales de su universo, del que forman parte también los otros dos relatos de este libro: Un día de primavera, la ensoñación de dos hombres seducidos por la misma mujer, y La mujer carmesí, otro relato esencial y sorprendente de su obra de madurez.

Santos Domínguez

14/11/11

La invención de la Generación del 27


Manuel Bernal Romero.
La invención de la Generación del 27.
Berenice. Córdoba, 2011.

Pocos conceptos habrá más desprestigiados y pocos métodos habrá más inservibles y perturbadores en los estudios literarios que el de las generaciones. Hace ya tiempo que Ricardo Gullón lo explicó lúcidamente en un memorable ensayo, La invención del 98, quizá no suficientemente leído por algunos sectores de la crítica y la didáctica de la literatura española.

Acaba de aparecer en Berenice un libro de Manuel Bernal Romero sobre otra invención, la del 27, un rótulo tras el que se esconde una nómina desigual de poetas valiosos cuya obra ha ido creciendo en lectores y en influencia con el tiempo y de acompañantes y palmeros a los que ese mismo tiempo ha pulverizado sin misericordia.

Basándose en declaraciones, cartas y notas de prensa, Manuel Bernal Romero ha escrito un libro desmitificador que da una nueva interpretación sobre las circunstancias que rodearon la invención del 27 y su presentación en público; sobre la fotografía del intranscendente homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla a mediados de diciembre de 1927, en la que no aparecen ni Salinas, ni Aleixandre, ni Cernuda; sobre los pormenores de aquella excursión en tren a la gloria que sufragó Sánchez Mejías; sobre las gamberradas, las polémicas y los rechazos que provocó la celebración gongorina y sobre los intereses promocionales de aquella sociedad anónima en palabras de Bergamín, aunque en realidad fuera una sociedad limitada.

Es bien sintomático que los muñidores y propagandistas del grupo y su advocación gongorina fueran Gerardo Diego y Dámaso Alonso, los poetas por los que ha pasado peor el tiempo, o un charlista ágrafo como Pepín Bello.

Y aún más sintomático que Cernuda, que no está en la foto, haya ido creciendo en prestigio. Y entre unos y otros, la reticencia de Lorca, la sensación de Alberti de que aquel homenaje había sido un desastre, “un gran fracaso”, o la renuncia de Salinas a participar en él.

La invención de la generación del 27 narra desde dentro y desde fuera la intrahistoria y la apariencia de aquellos fastos, menos presentables, menos unánimes y en el fondo más divertidos de lo que suele contarse.


Santos Domínguez

11/11/11

El niño que bebió agua de brújula



Julio Mas Alcaraz.
El niño que bebió agua de brújula.
Calambur. Madrid, 2011.


Los textos de El niño que bebió agua de brújula, el último libro de Julio Mas Alcaraz que publica Calambur, crean su propia lógica, construyen un contenido semántico autónomo y se vinculan entre sí con una sintaxis secreta y coherente.

La vinculación estética de Julio Mas Alcaraz con John Ashbery -de quien hizo una celebrada traducción de El juramento de la pista de frontón- y con Antonio Gamoneda, que firma el texto introductorio, Frontispicio para Julio enloquecido por los límites, lo convierte en un poeta ambicioso y consciente que encarna el modelo de la escritura inconformista y se rebela contra las limitaciones de la realidad, de la existencia y de las palabras, porque vive la “sed de desvarío” que destaca Gamoneda en su presentación y sabe que, como dice el maestro, “la verdad es necesariamente incomprensible.”

El niño que bebió agua de brújula -Nuestras madres, de pequeños, cada mañana, nos daban una cucharada de agua de brújula- es una incursión en el subsuelo del dolor y en la noche, en la pregunta y en el grito, un libro sustentado en la intensidad emocional más que en la articulación racional de la realidad o de las secuencias temporales.

Porque estos poemas organizan su tiempo en “el orden de la memoria” que entiende el dolor y el vacío de las pérdidas. Porque este es un libro dictado por el dolor, escrito con tinta amarga y con la lluvia detenida en el frío de la noche del desamparo y del grito:

En la ira de tu muerte corto mi cara y lleno la ciudad de aullidos.

Este es un libro visionario, duro y punzante en el que los abismos existenciales y los vacíos vertiginosos se salvan a través de la palabra y la memoria, porque “el dolor más agudo y lento busca el recuerdo” para recomponer el orden de un mundo que ya es un espejo roto en mil fragmentos.

Y desde lo mineral, desde la degradación de lo vegetal y los bosques incendiados, desde los pájaros enfermos, el poeta se remonta a las montañas, baja a los infiernos, a los desiertos dunares y a los mares contaminados para remontarse al árbol y exprimir la pulpa de la granada y para oír la circulación de la savia blanca de la higuera.

Porque al final, como en el Canto de San Juan que cierra este libro, aquí se celebra un nacimiento, no una muerte.


Santos Domínguez

8/11/11

Francisca Aguirre. Los maestros cantores


Francisca Aguirre.
Los maestros cantores.
Prólogo de Olvido García Valdés.
Calambur 20 años. Madrid, 2011.

Tres preguntas en octava para Franz Kafka -¿Cómo pudo vivir un dinosaurio sabiéndose pretérito imposible y escribiendo su historia en alemán?-; un Manrique fluvial y cotidiano, argonauta del tiempo; la prosa endecasilábica para preguntar serenamente ¿qué hacías tú en la guerra, Garcilaso? y para lamentar el error cronológico de Teresa de Ávila, que nació –pero a quién se le ocurre haber nacido entonces- en tiempos infames, cuando lo suyo era el futuro; la lección imposible de Juan de Yepes al caer la tarde...

Los maestros cantores, de Francisca Aguirre, es un libro de preguntas y de afirmaciones, de admiraciones y de dudas. Entre unas y otras, entre la perplejidad y el dolor, entre la gratitud y la piedad, sus poemas en prosa arrancan, como toda su obra, de esa “pena irreversible” de la que habla Olvido García Valdés en su prólogo.

Desde ese lugar de la palabra y del corazón pregunta a Quevedo –¿fue tuya alguna vez la oscura dicha?-, a Lope –¿quién iba a imaginarte solo y triste?-, agradece a Cervantes –mientras sigas velando por nosotros, nada podrán hacernos los verdugos-, comprende a Hölderlin –¿cómo no ibas a naufragar en las tinieblas?-, consuela a Bécquer –algunos muertos jamás se quedan solos- o evoca a Emily Dickinson detrás de la ventana: ¿qué ríos navegables en tus sueños?

Con la cadencia musical del universo por la que se pregunta a Rubén –¿cantan los astros para ti, Darío?-, con el ritmo sereno del endecasílabo o con la solemnidad del alejandrino, los poemas en prosa de Los maestros cantores responden a una vocación musical de la palabra que está presente ya en el título de este libro que se publicó por primera vez en Ensayo general, el volumen en que Calambur editó la poesía completa de Francisca Aguirre hasta el año 2000.

Un Antonio Machado sereno y desolado -¿quedan violetas?- junto a su hermano decadente y sevillano –¿has conseguido ser un buen banderillero?-; una Rosalía experta en aguaceros –¿llueve también por dentro, Rosalía?- y en saudades; Rilke entre las torres tristes de Duino –¿cómo te fue en aquellos corredores?-; un Kavafis de luz y de sombra –¿qué soñabas despierto, Constantino Kavafis?-; Alfonsina Storni en un mar de hierba –¿nadie escuchó tus gritos subterráneos?-; Delmira Agustini, que amó el fuego porque era el fuego-; una tarde con Juan Ramón –todo en ti fue milagro-; la evocación desde la Baixa de Lisboa de un Pessoa triste y distante; César Vallejo, muerto inmortal; Cernuda en su larga espera del alba –qué extraña realidad te regaló la Historia-; Federico entre arrayanes y cipreses –no creo que hayas muerto, y menos para siempre-; Neruda y la gran caracola torrencial de sus poemas –¿se ve bien Machu Picchu desde arriba?-, un Miguel Hernández dulce y viril, erguido sobre el milagro irrepetible de sus versos; Santos Discépolo apoyado en un velador en un cielo con bandoneones y ginebra –¿hay ginebra en el cielo, Discepolín?-; Borges el desdichado –¿cómo es que siempre que te busco encuentro al otro?; Luis Rosales, dueño de la piedad y el albedrío, qué difícil vivir sin escucharte.”

Y al final, tras todos esos nombres memorables, los maestros anónimos de la poesía popular –En Ávila mis ojos, dentro en Ávila...-, los secretos autores de las letras del flamenco, los dueños del habla, los amos de la lengua.

Con todos ellos, estos poemas intensos de Los maestros cantores -a la gente le gustan los entierros y no sabe qué hacer con los endecasílabos –fundan un espacio poético de libertad y verdad y construyen el homenaje de gratitud a esos referentes no solo literarios, sino éticos y vitales.

Es la poesía como espacio de salvación, la poesía como cosa cordial de la que habló uno de los maestros más inagotables y queridos por la autora, Antonio Machado, padre y maestro oscuro entre los álamos del Duero.

Los edita, también memorablemente y exentos por primera vez en un volumen, Calambur en la espléndida colección conmemorativa de sus 20 años.

Santos Domínguez

7/11/11

Historia de las ideas literarias en España


Historia de la literatura española.
8. Las ideas literarias. 1214-2010.
José María Pozuelo Yvancos (dir.)
Crítica. Barcelona, 2011.


Las ideas literarias. 1214-2010, el octavo volumen de la renovadora Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer que publica la Editorial Crítica, es una de las entregas más esperadas de esta obra monumental.

Aparte de sus nuevos enfoques y de la nueva disposición de materiales en los tomos dedicados a la historia de la literatura en las distintas épocas, las novedades más llamativas del proyecto son dos volúmenes transversales: el que acaba de publicarse -Las ideas literarias- y El lugar de la literatura española, que analizará las relaciones de la literatura española con las de otras lenguas peninsulares (catalana, gallega, vasca) y europeas o con la literatura hispanoamericana.

El primero de esos dos volúmenes transversales, dirigido por José María Pozuelo Yvancos, aborda en un espléndido panorama de conjunto la formación de las teorías literarias y la práctica de la crítica como exponente del canon literario en España a lo largo de ocho siglos, desde 1214 hasta 2010.

Desde la muy desfasada –lo estaba ya en origen, no digamos hoy- y tendenciosa Historia de las ideas estéticas de Menéndez y Pelayo, no se había vuelto a acometer un estudio de conjunto tan ambicioso como este octavo tomo -Las ideas literarias- de la Historia de la literatura española.

Coherentemente con la estructura del conjunto de que forma parte, la organización interna de este tomo en capítulos –cada uno firmado por un especialista- responde en términos generales a la misma secuencia temporal por la que se ha regido el resto de los volúmenes.

El cambiante concepto de lo literario, la evolución histórica de las ideas literarias -lo que los clásicos llamaban la Poética- y las variaciones del gusto lector constituyen el objeto de esta nueva propuesta que hace efectiva la colaboración entre teoría e historia de la literatura y que ofrece enormes posibilidades de desarrollo.

Y así, desde los orígenes del pensamiento literario (1214-1513) hasta los contextos más recientes en que se desarrollan la pragmática, la hermenéutica o los estudios de literatura comparada, se realiza un recorrido que pasa por las artes de trovar y la gaya ciencia, por las propuestas del humanismo y el canon poético italianista, por las polémicas barrocas entre neoaristotélicos y neoplatónicos, por la ética como estética en el pensamiento ilustrado, por la modernidad antinormativa de los románticos y la voluntad documental y objetivista del realismo, por el historicismo positivista a la conjunción contemporánea de filología, crítica y teoría, que encontró uno de sus mejores momentos en la escuela española de Estilística.

A ese mismo criterio de organización responden los 53 textos de apoyo que, como en el resto de las entregas, constituyen una parte fundamental de este volumen. Textos canónicos como la Carta Prohemio del Marqués del Santillana, los comentarios de Herrera y El Brocense a la poesía de Garcilaso, las reflexiones literarias de Cervantes, la Agudeza y arte de ingenio de Gracián, la Poética neoclásica de Luzán y los ensayos literarios de Feijoo, los escritos de Jovellanos y Blanco White, los artículos de Larra, la crítica naturalista de Clarín, los ensayos azorinianos, los enfoques filosóficos de Ortega y María Zambrano o las reflexiones contemporáneas de Juan Benet o de Claudio Guillén.

Tanto el estudio teórico como los textos de apoyo permiten descubrir un hilo conductor que da continuidad y coherencia a ochos siglos de escritura, permiten la lectura unitaria de una tradición no demasiado alejada en ese lapso temporal del resto del canon literario europeo.

En el prólogo general de esta Historia de la literatura española, José-Carlos Mainer adelantaba el planteamiento de Las ideas literarias que aparecen ahora.

Escribía allí Mainer estas palabras que sintetizan el sentido de esta obra: ofrecemos una historia de las ideas literarias en España que considerará de un modo más sistemático que en los volúmenes precedentes la transmisión de los saberes literarios, las peculiaridades de la difusión de lo escrito, (del manuscrito al códice y al libro), los cambios en la consideración de la figura del autor, el alcance de los tratados de estética y los de poética y retórica, la huella del ejercicio de la crítica pero también de las antologías, y –por supuesto- la construcción de la historiografía literaria, así como el nacimiento y desarrollo del concepto mismo de literatura española, un tema que hoy goza de notable lozanía bibliográfica.

Para comprobar esa lozanía, nada mejor que la completa bibliografía que se recoge al final del volumen. Un volumen que, como el resto de los que integran esta Historia de la literatura española, marcará un punto de inflexión en los estudios literarios hispánicos.


Santos Domínguez

4/11/11

Lee Master. Acta del juicio


Edgar Lee Masters.
Acta del juicio.
Edición de Teresa Barba y Andrés Barba.
Pre-Textos. Valencia, 2011.

Elegid una vida al azar y estudiadla:
alegra, complica, y afecta a otras vidas,
se extingue. ¿Qué es lo que queda?
El destino arroja una piedra y el círculo de su vibración
alcanza las orillas más remotas.

Un libro así sería interminable;
si hubieran de seguirse todas las ondas, las huellas
de una vida cualquiera –pongamos por caso la de Elenor Murray
cuya vida fue humilde y cuya muerte fue trágica.

Así comienza Acta del juicio (Pre-Textos), un libro de Edgar Lee Masters (Kansas, 1868 –Pennsylvania, 1950), el excelente escritor que abrió el camino de la literatura norteamericana contemporánea con una actitud crítica frente al naciente imperalismo de su país.

Su Antología de Spoon River fue un libro más determinante para el rumbo de la poesía en inglés que las Hojas de hierba de Whitman. Un libro imprescindible para quien quiera conocer algunas claves de la literatura actual.

De ese conjunto de epitafios de Spoon River procede gran parte de la literatura norteamericana contemporánea. No sólo la poesía, sino también la narrativa de los últimos cincuenta años.

Y, como los mejores libros de poesía, también esta Acta del Juicio se lee como una novela:

He escrito un libro
llamado Acta del Juicio, un censo espiritual
de nuestra América
(...)
este libro sobre la muerte de Elenor Murray
no es un libro sobre tragedias, aunque muestre también
cómo el destino fue urdiéndose a su alrededor, y cómo otras almas
tocaron su alma, sino un libro también de la casa,
de la riqueza y pobreza, de la debilidad y la fuerza
de esta nuestra nación.

Como ocurre con la Antología de Spoon River, los versos de Acta del juicio desarrollan una novela que tiene como protagonista a Elenor Murray: un relato que comienza con su nacimiento y que pasa inmediatamente, en un salto temporal que significa un giro inesperado de la acción, a la aparición de su cadáver un 7 de agosto junto al río Illinois y sin signos de violencia.

Desde ese momento se inicia un proceso retrospectivo en el que el solitario juez Merival, otro personaje fundamental como hilo conductor, recopila pruebas y pistas que darán a conocer la vida humilde de Elenor Murray, que nació y vivió en Starved Rock, cuyo nombre antiguo era Precipicio solitario, un topónimo que simboliza su vida y prefigura su destino.

Ese lúcido solitario entre libros que es el juez Merival va reuniendo testimonios para esclarecer el camino que había abocado a la protagonista a ese final trágico. Y así va creciendo un complejo árbol de historias en el que se superponen y ramifican las distintas perspectivas de quienes convivieron con ella o fueron testigos de sus distintas peripecias: sus padres; Alma Bell, su amante homosexual; su tío suicida Gregory Wenner, sospechoso de su muerte; el doctor Trace, que hace la autopsia y explica sus deducciones del análisis de las vísceras; el reverendo Percy Fergusson, un predicador puritano atormentado por sus propias críticas; Gotlieb Gerald, ruinoso y erudito vendedor de pianos; Mary Black, enfermera voluntaria como ella en la Francia de la Gran Guerra; el detective Loveridge Chase y el destinatario de sus cartas de amor, Barret Bays, el único testigo de su muerte.

Tras la transcripción parcial de las cartas de Elenor Murray, que constituyen el último testimonio, se produce la deliberación del jurado y el veredicto del juez.

Pero eso no es lo decisivo. El verdadero veredicto sobre la vida y la muerte de Elenor Murray lo había aportado Barret Bays, el personaje crucial en su vida, que, convertido en portavoz del propio Lee Masters, hace una metáfora crítica de América cuando habla de su amante:

¿Quién fue esta mujer?
Esta Elenor Murray fue América:
corrupta, traicionada y traidora, se mintió a sí misma,
medio disciplinada y medio letrada, grosera e inteligente,
esclavizada pero ansiosa de libertad, valiente y tosca,
cobarde, andrajosa e hipócrita,
generosa, amable, noble, creyente,
despreció los mismos rituales que adoptó, temerosa
de Cristo al que tanto amaba, aventurera,
curiosa, mediocre, fácil de sobornar, hambrienta
de dinero, de viajes y experiencias, inquieta y sin reposo,
reservada. Antes de que nadie en el mundo decidiera
actuar y hablar de sus ideales, ella había salido ya afuera
a llevar a todos su libertad, se hubiera atragantado
de libertad en su propia casa. Y así fue porque
así se la había educado, porque eso fue lo que respiró
en este lugar en el que había nacido y crecido.

Santos Domínguez

2/11/11

Vidas de Pitágoras


David Hernández de la Fuente.
Vidas de Pitágoras.
Atalanta. Gerona, 2011.

A medio camino entre la historia y la leyenda, entre lo apócrifo y lo mágico, entre la filosofía y la ciencia, entre la música y la religión, la figura de Pitágoras atraviesa la historia del pensamiento occidental de los últimos veinticinco siglos.

Filósofo y chamán, astrónomo y orador, Pitágoras formuló una imagen del mundo en clave numérica, creyó en la inmortalidad del alma y en la reencarnación, oyó la música de las esferas astrales y percibió el movimiento armónico del universo. Su pensamiento originó una secta y sus seguidores fundaron un movimiento político que tuvo consecuencias trágicas.

Desde el siglo VI a.C., en que aún se confundían el mito con la historia y la poesía con la filosofía, el adjetivo pitagórico califica a una decisiva tradición literaria y filosófica que arranca de la figura legendaria y carismática de Pitágoras de Samos y de sus innumerables seguidores.

Hijo de Apolo, o avatar hiperbóreo del dios, según algunas tradiciones, sobre su vida se desarrolló entre el siglo I a. C. y el X d. C. una literatura abundante y tardía, distante de los hechos y emparentada con el neoplatonismo, que tuvo sus secuelas en la tradición medieval y en el idealismo renacentista en que confluyó su herencia con la de Platón y con el cristianismo.

A separar la realidad de la leyenda y a fijar la dimensión histórica y el legado cultural de Pitágoras se dedica David Hernández de la Fuente en las Vidas de Pitágoras que acaba de publicar Atalanta en su colección Memoria mundi.

Organizado en dos partes, la primera sección del volumen, un amplio estudio titulado Mediador con lo divino, es un lúcido ensayo que aborda la transcendencia cultural del inventor de la Filosofía. La segunda parte agrupa por primera vez en español, con una nueva traducción anotada, las biografías de Pitágoras que escribieron los antiguos Diodoro de Sicilia, Diógenes Laercio, Porfirio de Tiro, Jámblico de Calcis y Focio de Constantinopla, además del breve epítome que la enciclopedia bizantina Suda dedicaba al filósofo.

Son las biografías que construyeron, muchos siglos después, una imagen legendaria de Pitágoras, al que se le atribuía por ejemplo la formulación de un teorema que conocían en Babilonia dos mil años antes.

El esclarecimiento de la compleja biografía de Pitágoras frente a las falsificaciones, el estudio de la enorme variedad de temas que afrontó, la transcendencia de su pensamiento en la historia de las ideas, y sobre todo la original propuesta de ver en su figura una encarnación del chamanismo griego son las aportaciones fundamentales de este volumen que, como señala el autor, puede ayudar a superar la escisión entre las dos facetas de la secta, entre su escuela antigua y la nueva: la idea de Pitágoras como mediador a la par mántico y político. Esta visión presenta una combinación característica del pensamiento religioso de la Grecia arcaica, la que aúna adivinación y vida cívica.

Santos Domínguez