5/12/11

Papini. El Diablo


Giovanni Papini.
El Diablo.
Prólogo de Pere Gimferrer.
Traducción de Vicente Fatone.
BackList. Barcelona, 2011.

Como un libro actual define Pere Gimferrer El Diablo, de Giovanni Papini, que publica BackList con traducción de Vicente Fatone.

“Hay estilos –escribía Borges- que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático.”

Pero este no es exactamente un libro polémico. Porque a aquellas alturas, cuando lo terminó en noviembre de 1953, tres años antes de morir, Papini era un hombre en conflicto consigo mismo más que con el mundo, pero capaz de escribir un libro audaz y heterodoxo, paradójico y esperanzado, pese a algunas intemperancias de la letra de las que se disculpa en la presentación de la obra.

El Diablo es un libro destinado a lectores dotados de inteligencia y de buena fe a los que expone las causas de la rebelión de Lucifer o sus relaciones con Dios a través de una exploración en la esencia del mal alejada tanto del satanismo de los románticos como de la ortodoxia dogmática.

Ese es el objetivo último y personal de un Papini atormentado: la búsqueda de la naturaleza de lo diabólico, las causas de la rebelión del ángel y del mal entre los hombres, con formulaciones tan abisales como esta:

Quien niega o ignora el pecado original está obligado a hacer de Dios un sinónimo de Satanás.

Es el esbozo de un tratado de Diabología que aborda el origen y la naturaleza proteica y compleja del Diablo interior, del posible hijo del hombre o de la trinidad diabólica, las causas de la rebelión del celoso de los hombres, del envidioso aspirante a Cristo, del impaciente, del soberbio movido por el odio y la envidia, los celos y la maldad en estado puro.

Las dudas de aquel hombre conflictivo y esperanzado se proyectan en estas páginas en las relaciones del Diablo con Dios y con el ateísmo, con Cristo y sus tentaciones, con Moisés y con Miguel Ángel, con los santos y los papas, con Don Juan, con amigos como los magos y las brujas o con apologistas como Ehrard.

Pero quizá los momentos más intensos e inolvidables del libro son los capítulos que analizan la presencia de lo demoniaco en la literatura a través de poetas satánicos como Baudelaire, Schiller, Byron o Leopardi, o detectan la autoría clandestina del Diablo en una serie de libros inpirados por el príncipe de la tinieblas en una tétrica insuflación del Adversario.

Es el soplo del dictado luciferino en Nietzsche y en Kafka, el hálito que inspira la literatura del mal en Sade, Baudelaire o Rimbaud, se extiende a las artes figurativas y a la música y cuya omnipresencia atraviesa fronteras para dar lugar a variedades extranjeras del maligno -egipcio, persa, indio, griego o musulmán.

Y así hasta llegar al final al que se dirige el libro desde su principio: la esperanza de que el Diablo vuelva a ser ángel, porque ese –la confianza en el triunfo del bien sobre el mal- es el sentido último en el que se resuelve Papini la escritura de El Diablo:

El Eterno Amor –cuando todo esté cumplido y expiado- no podrá renegar de sí mismo ni siquiera ante el negro rostro del primer insurgente y del más antiguo Condenado.

Santos Domínguez