16/2/12

Simón Viola sobre Plaza de la palabra

Santos Domínguez Ramos.
Plaza de la palabra.
Prólogo de Félix Grande.
Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2011.


Plaza de la palabra es una Antología poética que recoge textos de los libros publicados hasta ahora por Santos Domínguez Ramos (Cáceres, 1955), un conjunto de títulos que jalonan una de las trayectorias líricas más sólidas de la poesía actual, reconocida con más de diez premios literarios de prestigio.

Los títulos antologados son Pórtico de la memoria (1994), La orilla del invierno (1996), Cuaderno de Abul Qasim (2001), Las provincias del frío (2005), En un bosque extranjero (2006), Las sílabas del tiempo (2007), La flor de las cenizas (2008), Para explicar la nieve (2009), Nueve de lunas (2010) y Luna y ciencia nocturna (2010).

Desde Jóvenes poetas en el Aula, una antología de 1983 al cuidado de Ángel Sánchez Pascual, su nombre ha estado presente en las revisiones y antologías posteriores: Abierto al aire (1984, de Ángel Campos y Álvaro Valverde), Diez años de poesía en Extremadura (1995) o Literatura en Extremadura. Poesía (2010, Miguel Ángel Lama).

De estos proyectos regionales (Pórtico de la memoria apareció en la Diputación Provincial de Badajoz, La orilla del invierno en la de Cáceres), su nombre saltó a antologías y ediciones de ámbito nacional y su obra se hizo merecedora de premios como el Gerardo Diego, Jaime Gil de Biedma, Eladio Cabañero, Tardor, Alcaraván o Manuel Alcántara entre otros, un buen ejemplo de cómo las editoras públicas, bien gestionadas, pueden tener una notable repercusión positiva en su entorno y aciertan tanto cuando, con criterio, impulsan al poeta novel en sus inicios como cuando recopilan en selecciones antológicas o en ediciones de obras completas una producción dispersa en ediciones de pequeñas tiradas.

A lo largo de estos años, Santos Domínguez ha desarrollado asimismo una labor de crítica literaria en revistas especializadas y, de modo regular, en dos blogs (En un bosque extranjero y Encuentros de lecturas) y si recordamos ahora esa aportación es por la notable simbiosis que en su caso se produce entre lectura y creación.

El primer poema de Las provincias del frío (un lugar marcado en cualquier obra) presenta al poeta diciendo: “El lector se levanta para ver la fatiga vegetal del paisaje, / triste como los lunes en los parques zoológicos”.

Su propensión a incorporar en casi cada poema una cita ajena traza, de un lado, el contorno de sus amplias preferencias lectoras y expresan, de otro, una personalidad poética singular ajena a la “angustia de las influencias”, pues en la configuración de un talante lírico operan con igual rendimiento las experiencias personales que la formación lectora. Recuerda Luis Antonio de Villena que la tradición es “la vida misma de la literatura o del arte” (el escritor recuerda una formulación de Pedro Salinas: “La tradición es la habitación natural del poeta”). La poesía de Domínguez Ramos nace estimulada por una tradición, cultural y literaria, que el poeta revitaliza al asumirla de un modo selectivo y se presenta al lector arropada por ella (las referencias cómplices a otros poetas, las apoyaturas culturales, las citas... son numerosísimas en el libro).

Son muchos y variados los entornos culturales a los que el poeta dirige su atención: la tradición grecolatina, la cultura árabe con todas sus formas de mestizaje cultural, la tradición europea y estadounidense y por supuesto la española e hispanoamericana en evocaciones de autores o personajes de ficción contemplados con frecuencia en el declive o en el cierre de sus trayectorias: Luis Cernuda contemplando un ocaso en su exilio mexicano, el rey Lear bajo una tormenta, San Juan de la Cruz mirando sus manos vacías, Macbeth viendo cómo el bosque de Birnam se acerca, Luis de Góngora de regreso a su ciudad natal (en 1626, un año antes de su muerte), Jorge Guillén reposando en el “último jardín”, Hölderlin en la torre de Tubinga…

Pero los poemas no dan visiones objetivas y despersonalizadas, sino que afloran desde la intimidad del hombre que, al comunicarlos, lo hace con una voz y unos sentimientos propios. En toda su obra está latiendo esta fusión de vida y cultura, de lectura y experiencias vitales que dejan su huella dolorosa, y por ello Félix Grande puede considerar en el prólogo: “Por aquí ha pasado el dolor. Este libro es una joyería de cicatrices y todas ellas reúnen la moral de las llagas, la cortesía de la atención a la calamidad, la cordura del llanto pudoroso, la lealtad que transportan en el pico las cigüeñas del desconsuelo”.

Afirma el autor en un epílogo con que cierra la antología que la poesía se asienta en “lo nocturno y lo extranjero. Estos son el tiempo y el terreno del poema” (y En un bosque extranjero titula uno de sus libros).

En varias ocasiones, el escritor recuerda a Lorca cuando confesaba: “el poeta que va a escribir un poema tiene la sensación de que va a una cacería nocturna a un bosque lejanísimo [...] Se vuelve de la inspiración como se vuelve de un país extranjero”. Todas estas imágenes tienen que ver con el “extrañamiento”, un concepto, analizado por los formalistas rusos, que remite a un actitud poética basada en el asombro de quien contempla algo por vez primera, como un visitante extranjero que descubre atónito un paisaje desconocido, un espacio que en el caso de Santos es con frecuencia el de la intemperie (el invierno, la lluvia, la niebla, la tormenta, el desierto o el bosque en cuya espesura entona su canto un ave solitaria) para concluir afirmando: “Un hombre es extranjero / en cualquier cementerio en que repose”.

Nos encontramos, en fin, ante una obra diversa y plural en la medida en que el autor se ha aproximado a tradiciones culturales diferentes, pero a la vez homogénea, hilvanada por una misma mirada (la única cita repetida, en un poema y en el epílogo, es “La lengua es un ojo”, de Wallace Stevens) desde la que se contempla el mundo con asombro y perplejidad, por la presencia dominante de determinados temas y motivos, por una expresión formal marcada por el extraordinario dominio léxico y técnico, por una dicción culta ajena a la lógica discursiva en que “se encuentran los límites oscuros de lo racional y lo irracional, lo visible y lo invisible, lo consciente y lo inconsciente”, por el sentido del ritmo (“el poema es también una propuesta rítmica, una estructura musical”) y el uso de los metros más musicales del castellano.

Simón Viola