8/2/14

Pedro Larrea. La orilla libre



Pedro Larrea.
La orilla libre.
Ilustraciones de Cristina Rodríguez García.
Ártese quien pueda. Madrid, 2013.

Cada vez que te desnudas 
la calle padece el crujir de los escaparates.

La ropa de las tiendas 
querría pasarse de moda durante tu cuerpo.

Pero déjame que no te vistas.

Escribe Pedro Larrea en uno de los textos de carácter amoroso que aparecen en La orilla libre, que publica la editorial Ártese quien pueda. 

Es el primer libro de un poeta que había dado ya algunos anticipos de textos sueltos en revistas convencionales –todo lo convencional que puede ser la poesía- y en algunos lugares del ciberespacio. 

Casi inaccesibles o con escasa difusión en uno u otro formato, es ahora cuando Pedro Larrea da una muestra amplia y heterogénea –tal vez demasiado heterogénea- de su mundo poético en seis secciones en las que conviven diversas propuestas rítmicas y estilísticas, desde el fragmento al verso libre, pasando por el soneto y sus endecasílabos disciplinados o por el arte menor asonantado.

Pero eso no es más que la piel superficial de un libro lleno de sacudidas verbales y de ímpetu visionario, de rupturas creativas con la norma, de ambición imaginativa y hallazgos expresivos.

Los textos de La orilla libre habitan un territorio poético que está muy lejos del vuelo bajo y de la prosaica trivialidad expresiva o de la ocurrencia burbujeante y sin sentido.

Porque muchos de estos poemas son el resultado de la convergencia de una mirada y una palabra que se cruzan para dar como resultado otra manera de observar y entender el mundo. 

Una propuesta que sólo puede desarrollarse en el cauce expresivo de una poesía tan frecuente en destellos como estos:

(sobre un poema de Carl Sandburg)

Puede que no haya mejor
imagen del tiempo que esta:
en un puerto, un gato y niebla.
Pero a Carl se le olvidó
aclarar que el gato era
otra cosa que la niebla
misma, y que aquella ciudad
era más vieja que el mar.
Así está bien. Un maullido
flota, un vapor ronronea.
El gato explica la niebla
como el tiempo el infinito.

Santos Domínguez