12/12/14

Una mala vida la tiene cualquiera

Javier Salvago.
Una mala vida la tiene cualquiera.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2014.


Al frente de su libro anterior, Nada importa nada  (La Isla de Siltolá2011), Javier Salvago colocó este texto: 

 Ahora que el final de tu existencia 
se acerca y que se va acabando todo, 
sin ilusiones vanas, sin sentido 
-pues ella era el sentido-, ya sin sueños,
¿gané con ella el tiempo 
o fue tiempo perdido?

La Poesía se titulaba ese poema que inevitablemente recuerda el lector cuando abre Una mala vida la tiene cualquiera, que publica también La Isla de Siltolá en su colección Tierra, y se encuentra otro texto inicial con el mismo título y con estos versos:

Ver que a nadie le importa, 
después de tantos años, 
lo que a ti te importaba, 
hasta ayer mismo, tanto.

No se trata de un mero paralelismo. Es mucho más que eso. La pregunta que cerraba el primer texto la contestan los versos del segundo. Y lo hacen con mayor desaliento y con mayor distancia aún, porque la primera persona le ha cedido el sitio a la segunda.

Y es justamente esa mirada, cada vez más distante, de Salvago la que caracteriza este libro en el que el poeta sigue ajustando cuentas consigo mismo -en el tramo final ya de tu vida /.../ tienes lo que tú mismo te has buscado- y con su pasado en la inclemente hora de los remordimientos.

Pesimista a su pesar (Qué más quisiera / que ver la proverbial botella, / que a todas luces está medio vacía, / alguna noche, medio llena), Javier Salvago no sólo mira ya el mundo desde fuera: su mirada, como la de don Estrafalario en Los cuernos de don Friolera, es una mirada póstuma, que aparece en varios textos en los que el poeta se aleja de sí mismo y del mundo para escribir dos epitafios –de los versos del segundo toma título el volumen- o media docena de Haikus de la frontera.

Compuestos a la manera de los poetas tradicionales de haikus que cantaban su propia muerte, dice en uno de ellos: 

Qué lejos todo:
La vida, el mundo, ellos...
Qué lejos yo.

En la parte central del libro –y no sólo por su posición geométrica, sino por su carácter nuclear- brilla el Salvago neopopularista y sentencioso, heredero de los Machado, a los que rinde algún homenaje explícito, o el epigramático irónico y distante. 

Soleares, coplas de cuatro versos, haikus por soleares o epigramas, en los que se insiste en esa actitud central de desengaño que conecta al poeta con la antigua tradición ascética de los barrocos sevillanos:

A cada paso, me siento 
de esta vida, de este mundo
y de mí mismo más lejos.

Como en este apunte que enlaza también con los que aparecían en el libro anterior:

Hablar de ciertas cosas 
ya es hablar en pasado.

Santos Domínguez