25/3/15

Kafka. El castillo ilustrado por Luis Scafati


Franz Kafka.
El castillo.
Ilustraciones de Luis Scafati.
Traducción de José Rafael Hernández Arias.
Sexto Piso. Madrid, 2015.

Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.

Así comienza El castillo, una novela inconclusa y póstuma que Kafka encargó destruir a su amigo y albacea Max Brod, que la publicó en 1926.

Es seguramente la novela más visual de las que escribió Kafka, lo que explica que se hayan hecho cerca de una decena de adaptaciones cinematográficas o que se haya reelaborado con formato de novela gráfica.

Su plasticidad está presente desde ese primer párrafo, que Kafka quizá no hubiera escrito así si no hubiese ido con frecuencia al cine. Porque la mirada del narrador es una mirada cinematográfica y El castillo es una novela que se ve.

Y a subrayar esa potencia plástica contribuyen las inquietantes ilustraciones expresionistas con las que Luis Scafati ilumina esta novela en la nueva edición de Sexto Piso Ilustrado, que recupera la traducción que José Rafael Hernández Arias publicó en Valdemar hace quince años.

Desde la primera página, con la capacidad persuasiva de su prosa, Kafka incorpora al lector a su mundo narrativo, lo envuelve en un ambiente de pesadilla: un castillo que no existe, una narración que se sitúa fuera del tiempo y del espacio, una parábola de la vida como laberinto sobre un fondo invernal. La ventisca, la nieve y la niebla como correlatos del frío que rodea la narración y la actitud distante del narrador característico de los relatos kafkianos.

Es la incursión en lo oscuro, en un mundo impenetrable de un protagonista que asume la angustia del vacío como rutina y que al final solo sabe que es un extranjero y acepta ese trauma del destino como su único lugar en la existencia. Un protagonista –K-, tan indefinido como su nombre, que pierde su identidad y el sentido de su misión  como agrimensor, que se pregunta ¿Quién soy yo?  y que cuando quiere saber en qué momento puede ir al castillo oye una respuesta terminante: Nunca. Porque Klamm, el objeto de su búsqueda, la máxima autoridad del castillo, tampoco existe.

Junto con El proceso, esta es una de las novelas fundamentales de Kafka, quizá también la más compleja en su entramado simbólico. La peripecia del agrimensor que llega a la aldea que está al pie del inaccesible castillo plantea una alegoría de la frustración y la autoridad, de la absurda e implacable máquina burocrática que aniquila al individuo.

Como siempre en Kafka al fondo está el padre, la búsqueda y el problema de la identidad, el desconcierto y el desamparo, la construcción frustrada de un objetivo vital. Desorientado y perplejo, como los protagonistas kafkianos, esperanzado a veces, K. acaba asumiendo el fracaso de sus proyectos. Si es evidente el parentesco entre El castillo y El proceso, también es palmario el contraste entre las actitudes de sus protagonista: Josef K. se planteaba la huida imposible de un enredo burocrático y judicial, en El castillo, por el contrario, K. el agrimensor intenta integrarse en esa maquinaria inaccesible del poder. Eso sí, el resultado es igual de frustrante en las dos novelas, que comparten también la misma atmósfera opresiva y absurda.

Esa atmósfera asfixiante de pesadilla sin salida es la que flota también en las espléndidas ilustraciones de Luis Scafati para esta cuidada edición de uno de los clásicos imprescindibles de la literatura del siglo XX.

Santos Domínguez