24/6/16

Carlos Barral. Usuras y figuraciones


Carlos Barral.
Usuras y figuraciones. 
Poesía completa. 
Edición, prólogo y notas de Andreu Jaume.
Epílogo de Malcolm Otero Barral.
Lumen. Barcelona, 2016.

En una declaración repetida que dice menos de la seguridad del personaje en su poesía que de la importancia central que le daba a su obra poética, Carlos Barral se reconoció a sí mismo como el mejor poeta de su generación. 

Se podría discutir, aunque no iba muy desencaminado el autor de esta poesía imprescindible y de una calidad más que notable, eclipsada en parte por su labor como editor y en parte por unas memorias que le han dado más reconocimiento que la poesía que estaban destinadas a explicar como textos auxiliares y subsidiarios, aunque “insoslayables para la cabal comprensión de su poesía", como explica Andreu Jaume en el prólogo a su espléndida edición -seguramente la definitiva- de Usuras y figuraciones, el volumen que publica Lumen con la poesía completa de Carlos Barral que cierra un epílogo –“Yo te  saludo, de vuelta”- de Malcolm Otero Barral.

Desde Metropolitano y Diecinueve figuras de mi historia civil, dos libros cerrados, hasta la obra abierta y en marcha que recogen las diferentes secciones de Usuras, un libro que el autor veía en proceso de crecimiento, la poesía de Carlos Barral desarrolla una trayectoria coherente desde el punto de vista estético y moral, al margen de las modas y en busca de su propia médula estilística y ética, de su identidad expresiva y argumental.

Una identidad poética que le importó más que nada y que Barral definió como poesía de la experiencia –“toda mi poesía lírica es autobiográfica”, explicó. Eso sí, sobre ese fondo autobiográfico puso en su escritura un filtro intelectual que marca distancias con lo meramente emocional y lo directamente confesional. 

Por sus textos, enfriados metálicamente con una exigente elaboración verbal y con distancia a veces irónica, atraviesan el recuerdo del padre y Calafell, Yvonne y el amor, el Mediterráneo y la ciudad, el paso del tiempo y el miedo a la muerte y a la decadencia intelectual o a la decrepitud, su apellido industrial o la figura de su nieto.

Desde la abstracción de Metropolitano, un libro de trabajada composición y brillo metálico, al hilo autobiográfico de Diecinueve figuras de mi historia civil, contrapunto poético de sus memorias, hay en la poesía de Barral una constante exploración en la carga etimológica de las palabras y un estilo muy elaborado y alejado del lenguaje funcional. 

A una de las cimas de esa poesía, Hombre en la mar, el poema que culmina el segundo de esos libros, dedica Andreu Jaume un análisis iluminador de los temas, las actitudes y el tono de una poesía que desde Usuras tiene como centro el tema del deterioro y su correlato temático en el último tomo de sus memorias, Cuando las horas veloces, y que da lugar a un texto tan memorable como este Vaciado del miedo:

Tan de repente no. No de improviso.

Despierta en lo remoto
como un perro enroscado a un lejano rumor
o sube por los miembros como una fiebre dulce,
un quebranto apenado con burbujas de grito;
un cóncavo reflejo
que excava las entrañas mansas del animal.

Viene luego hacia fuera
y el paso se hace frágil
y el gesto como vidrios
y la sílaba torpe y el pecho de ansiedad.
Y un abismo sin techo donde pesaba el cuerpo,
en los hilos del aire o en la memoria o sombra
del henchido de nada que pugna por seguir.

Algo anida en los huecos, algo oscuro,
un fardo ya de muerte
o su muda quietud, la no invocada
cuenta:
             el miedo tan extraño,
decrépito, infantil,
                                 peor que lo temido. 

Un tono muy oscuro que se suaviza en Lecciones de cosas, que tiene como destinatario a su nieto Malcolm Otero, que, antes de las notas que el propio Barral redactó para la edición de Usuras y figuraciones en 1979, remata así su epílogo: “Ya no queda nada, apenas la memoria que alimenta la nostalgia. Pero están al menos estos versos en los que el poeta entró en combate con la lengua, duelos a veces a florete, en ocasiones a sable, para dejar constancia poética de un mundo que no ha de volver.”

Santos Domínguez