31/10/16

La colmena. Edición conmemorativa


Camilo José Cela.
La colmena. 
Edición conmemorativa
I centenario del autor.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Para celebrar el centenario del nacimiento de Camilo José Cela, la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y la editorial Alfaguara publican simultáneamente en España y América un volumen conmemorativo de La colmena que está destinado a convertirse en la edición canónica de referencia de esta novela de crucial importancia en el desarrollo de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX, porque desde su primera edición en Buenos Aires en 1951 abrió el camino a la novela social con la creación de un protagonista colectivo, con su objetivismo conductista, su estructura caleidoscópica, su reducción temporal o la ampliación de los espacios urbanos.

Abren el volumen cinco estudios preliminares sobre la novela, cuyo texto fijó el autor como definitivo en el Prólogo general -'Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar'- de su Obra Completa en 1962: Darío Villanueva firma en “La colmena: Principios y final” un agudo análisis de la novela y una contextualizacion de su importancia en el conjunto de la obra de Cela; su hijo, Cela Conde, escribe de ella como de su melliza, de gestación paralela; Álvarez de Miranda estudia la contribución de Cela a la lexicografía española; el académico chileno Eduardo Godoy dedica unas páginas al reflejo de la infancia en la novela española de posguerra y a su presencia en La colmena y Jorge Urrutia aborda sus juegos espaciales como una construcción simbólica que dibuja el panorama de una época.

En el corazón del libro se incluye como prólogo la 'Historia incompleta de unas páginas zarandeadas' que Cela firmó en Palma de Mallorca el día de difuntos de 1965, además de las notas preliminares a distintas ediciones de la novela y el prólogo a la edición rumana. 

En apéndice, además del conocido censo de personajes que elaboró José Manuel Caballero Bonald, se incorpora la lectura sociológica de la obra que hace Amalia Barroza y la vinculación del discurso novelístico y el lenguaje cinematográfico en la adaptación de Mario Camus que estudia Dru Dogherty.

Y la que es, sin duda, la novedad más destacable de esta edición conmemorativa: 'La colmena inédita. Transcripción fragmentaria del manuscrito de La colmena. Caminos inciertos (BNE, RES/287)', un estudio en el que Adolfo Sotelo Vázquez y Noemí Montetes analizan el manuscrito desconocido, fragmentario e incompleto, que Cela había prestado al hispanista Noël Salomon y que su hija legó, a comienzos de 2014, a la Biblioteca Nacional de España.

Un manuscrito que contiene los fragmentos inéditos censurados y autocensurados del manuscrito de 1946 que mutilaron los censores. Cinco años después, La colmena apareció en Buenos Aires sin lo prohibido, con lo autocensurado por el autor y con nuevos cortes provocados por la censura peronista.

Santos Domínguez

28/10/16

Larkin. Antología poética


Philip Larkin.
Antología poética.
Edición de Damià Alou.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2016.

Con un amplio y profundo estudio introductorio abre Damià Alou la espléndida antología de Philip Larkin (1922-1985) que ha preparado para Cátedra Letras Universales y de la que explica: “Esta antología pretende ser, por una parte, un volumen donde se compendie lo más esencial de Larkin, y, por otra, una ventana a su producción inédita, que por motivos diversos no acabó formando parte de los volúmenes que publicara en vida un poeta tan exigente. Para ayudar al lector a acercarse a las distintas caras del personaje larkiano he englobado sus poemas en once apartados temáticos, y dentro de cada uno aparecen por orden cronológico.”

Una introducción a la poesía de Larkin que delimita su estilo en un tono de voz marcado por la oralidad y que además de proponer un recorrido temático por su trayectoria poética y por la creación del personaje que habla en sus poemas, completa un análisis pormenorizado y riguroso de sus poemas más relevantes como Viento de bodas, Ventanales, Las bodas de Pentecostés o Albada, un texto de 1977 que termina con estos versos:

Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma.
Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos, 
lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar, 
pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar
en oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
intrincado y de alquiler comienza a despertar. 
El cielo es blanco como arcilla, sin sol. 
Hay trabajo que hacer.
Los carteros, como si fueran médicos, van de casa en casa.

Albada no formó parte de ninguno de los libros de Larkin, se publicó en el suplemento literario de The Times el 23 de Diciembre de 1977 y fue incluido póstumamente en los Collected Poems que se editaron en 1988.

Tal vez pensaba en textos como ese Georges Steiner cuando hablaba de la refinada indiferencia de Larkin, un notario de lo cotidiano y de la prosa del mundo, de lo cercano, el dolor, el fracaso y la angustia del hombre corriente.

Philip Larkin es quizá el poeta inglés moderno más popular y desde la aparición de Las bodas de Pentecostés se reveló como una de las voces más personales y renovadoras de la poesía inglesa. Heredero de una línea poética que viene de Thomas Hardy y Edward Thomas, su tono conversacional y cáustico y una emoción contenida que nunca se desboca en patetismo, encontró su propia voz en Engaños, un libro de 1955 con el que superó el simbolismo y las secuelas vanguardistas, y con Las bodas de Pentecostés y Ventanales –dos asombrosos éxitos comerciales de los que se vendieron miles de ejemplares- acabó de perfilar esa voz propia hecha con palabras sencillas como alas de pájaro.

Áspero y directo, insolente e incisivo, Larkin ejerció una influencia determinante también en la poesía norteamericana con ese libro que se publicaba en febrero de 1964 en Inglaterra y en octubre en Estados Unidos y se convertía en un éxito de ventas inmediato: en dos meses vendió 4.000 ejemplares y las reediciones se sucedieron con cadencia más propia de la narrativa que de la poesía.

Tras unos inicios juveniles con poemas marcados por la lectura de Yeats o con meros pastiches impostados de Auden, Larkin encuentra en la lectura de Thomas Hardy su modelo poético: una modesta atención a la realidad, una incursión en lo cotidiano es lo que le enseña esa poesía.

No se trata sólo de una cuestión de temas. El tono coloquial y la actitud de retraimiento ante el mundo sitúan esta poesía en las antípodas de Pound, Eliot o Auden.

En un artículo sobre Hardy, Philip Larkin habla de ese autor en términos que definen su propia poesía, su propia literatura: "No es un escritor trascendente, no es un Yeats, no es un Eliot; sus temas son los hombres, las vidas de los hombres, el tiempo y el paso del tiempo, el amor y el apagarse del amor."

Es justamente esa modestia de los temas la que define esta poesía y orienta su tono. Lo anota el propio Larkin: "Mis poemas se explican tan bien solos que cualquier comentario sería superfluo. Todos derivan de cosas que he visto, pensado o hecho, y dudo que entre sus temas haya nada extraordinario."

El dolor, el fracaso y la angustia, las humillaciones o el complejo por su tartamudez escolar y su voz aflautada, la dureza degenerativa de la vida cotidiana en la Inglaterra de posguerra son algunos de esos temas.

Larkin era bibliotecario en la Universidad de Hull, un lugar situado en el extremo oriental de Inglaterra. Lejos de todo, desde ese rincón periférico, un Larkin solitario y aislado escribe Las bodas de Pentecostés en un tono elegiaco que convive con la ironía para construir una poesía autobiográfica que tiene menos de confesión que de venganza y de ajuste de cuentas con los agravios de la vida:

La vida primero es tedio, luego miedo.
La utilicemos o no, pasa,
y deja lo que algo ajeno a nosotros eligió, 
y la vejez, y luego el único fin de la vejez, 

escribe al final de Dockery e hijo, uno de los mejores textos de un libro alejado a veces de un mundo de sombras industriales y del sonido gutural de los apeaderos bajo la niebla, de suburbios con solares de maleza y desperdicios. Otras veces, Larkin escribe una partitura compasiva como Sidney Bechet, el clarinetista más famoso de Nueva Orleans, al que está dedicado uno de los poemas más emocionados del libro.

La tonalidad discursiva de su poesía, leída por quienes no suelen leer poesía, no le resta altura a su estilo ni hondura a una actitud meditativa que se remonta desde el objeto cotidiano a la reflexión profunda y a menudo desalentada, como en Ventanales, uno de sus poemas más conocidos, que dio además título a su libro más famoso:

Cuando veo a un chaval y a una chavala 
y pienso que él se la folla y ella 
toma la píldora o lleva un diafragma,
sé que esto es el paraíso

que todos los viejos han soñado siempre:
ataduras y gestos arrinconados
como una cosechadora obsoleta, 
y todos los jóvenes lanzándose por el tobogán 

infinito de la felicidad. Y me pregunto si
cuarenta años atrás alguien me miró
y pensó: 'Eso sí ha de ser vida:
ya está bien de Dios y de sudar en la oscuridad 

por culpa del infierno y lo demás, basta ya de callar 
lo que piensas del cura. Él
y los que son como él se lanzarán por el tobogán 
como putos pájaros libres.' Y de inmediato

más que palabras me viene el pensamiento de unos ventanales:
los vidrios bañados de sol, 
y más allá, el aire de un azul intenso, que muestra
nada, y  está en ninguna parte, y es infinito.

El tiempo y la soledad, la vejez y la muerte, la rebeldía y el sexo, el contraste entre el aquí y el allí, entre la realidad y el deseo, atraviesan toda la poesía de Larkin, recorrida por una voz reconocible y modulada en el tono incisivo, en la ironía turbia, en la amargura ante la dureza de la vida, en el pesimismo ante una realidad gris.

La poesía, señalaba Larkin en una reseña para la radio, debería comenzar con una emoción en el poeta, y acabar con esa misma emoción en el lector. El poema no es más que el instrumento de esa transferencia del poeta al lector.

De la traducción de Damià Alou, que ya había trasladado al español Las bodas de Pentecostés y parte de su Poesía reunida, el mejor elogio que se puede hacer es decir que cumple eficientemente la parte que le corresponde en esa transferencia de emociones que es la poesía para Larkin.

Santos Domínguez

27/10/16

Paul Celan. Obras completas


Paul Celan.
Obras completas.
Traducción de José Luis Reina Palazón. 
Prólogo de Carlos Ortega. 
Trotta. Madrid, 2013.

Fue de lo oscuro a lo oscuro, de la sombra a la ceniza, vio el atardecer de las palabras, los escombros de la civilización y las horas vacías. 

Y de todo eso se nutre la poesía de Paul Celan, que en la acreditada versión de José Luis Reina Palazón, que obtuvo con ella en Nacional de Traducción, alcanza ya la séptima edición en Trotta.

La precede un prólogo en el que Carlos Ortega realiza un recorrido minucioso por la vida y la poesía de Celan y señala que “en los ochocientos poemas que publicó, más los cuatrocientos setenta y seis que dejó sin publicar —de los cuales se ha editado recientemente una amplia antología—, están condensados su vida y su pensamiento, el cual integra un buen manojo de tradiciones literarias y de datos, no sólo personales, sino también teológicos, filosóficos, científicos e históricos.”

Se reúnen en este volumen imprescindible todos los libros de poesía de Celan, sus poemas dispersos, la prosa y los discursos de aquel extranjero en medio del desierto que construyó sobre las cenizas una obra de enorme potencia verbal, cimentada en imágenes creadoras de un mundo poético difícil y oscuro, en el límite de lo indecible y al borde del abismo.

“El poema está solo. Está solo y de camino”, escribió Celan, autor de una poesía oscura como su destino de superviviente y testigo. Una poesía que incinera el lenguaje con la tensión y la concentración verbal en medio del silencio y el vacío: la llama y las cenizas, el horror del holocausto y los campos de concentración recorren sus poemas esenciales, Fuga de la muerte, Una canción en el desierto o Los tallos de la noche, o libros como Cambio de aliento, donde se leen estos versos:

Hondo 
en la grieta de los tiempos, 
junto 
al hielo panal 
espera, un cristal de aliento, 
tu irrevocable 
testimonio.


Santos Domínguez

26/10/16

Plotino o la simplicidad de la mirada


Pierre Hadot.
Plotino o la simplicidad de la mirada.
Traducción de Maite Solana.
Alpha Decay. Barcelona, 2004.

“Los libros  sobre filósofos suelen adoptar dos formas: o son una exposición de las doctrinas del filósofo, una reconstrucción de su sistema conceptual, o una biografía tradicional que contiene los pormenores de su vida e intenta atrapar la individualidad psicológica. El libro de Pierre Hadot no es doctrinal ni psicológico; en realidad es un auténtico retrato filosófico, la biografía como filosofía, un género muy vivo en el mundo antiguo. Hadot describe la vida de Plotino como ejemplificación de su filosofía: su vida como expresión de su filosofía, su filosofía como modo de vida”, escribe Arnold I. Davidson en el prólogo de la edición española de Plotino o la simplicidad de la mirada, publicado en AlphaDecay con traducción de Maite Solana.

Es la biografía espiritual de quien hizo de la filosofía una forma de ser y de estar en el mundo, “un arte de vivir”, en palabras de Hadot, que añade:“trazar el retrato de Plotino, ¿qué otra cosa será sino hacer la descripción de esta búsqueda infinita de lo absolutamente simple?”

Ese es el centro de su filosofía: un constante ejercicio de depuración que anticipa la práctica de la vía purgativa de los místicos, un proceso de elevación espiritual y un camino de perfección en que se funden vida y filosofía.

En coherencia con la obra de Plotino, esta biografía espiritual integra también ejemplarmente esos dos planos, el de la existencia y el de la filosofía, para completar un retrato del hombre y del pensamiento de un filósofo que “sólo tiene una cosa que decir. Para decirla recurre a todas las posibilidades del lenguaje de su época, aunque él nunca la dirá.”

Un retrato lleno de incertidumbres, porque “nuestra ignorancia acerca de la vida del individuo Plotino y nuestras incertidumbres sobre la obra del individuo Plotino responden al deseo profundo del individuo Plotino, el único deseo en el que se habría reconocido, el único deseo que lo define, el de no seguir siendo Plotino, el de perderse en la contemplación y en el éxtasis.”

Heredero de un platonismo difuso, antagonista de los gnósticos, Plotino buscó la esencia espiritual de un yo profundo. Y en ese procesó propugnó el abandono de lo material, pero también de lo individual de la experiencia, el deseo o el sufrimiento en busca del verdadero yo, que no es de este mundo, la búsqueda de la luz, de un conocimiento superior a través del pensamiento puro que lo eleva en un proceso extático desde el exilio del cuerpo, cárcel o tumba.

Es la experiencia mística que toma conciencia de un yo interior y profundo en un lenguaje de raíz platónica. Un viaje espiritual que en la literatura española asumió y expresó en términos muy parecidos Fray Luis de León en algunos poemas que tienen como centro el proceso en el que el alma toma conciencia de sí misma en un característico movimiento de vaivén, de tensión constante  entre la presencia y la ausencia, entre la elevación y la caída.

Ese contraste sostenido entre lo material y lo espiritual, entre el mundo sensible y el mundo de las Formas opera también como rasgo constitutivo de la vida interior en Plotino, que formuló esta pregunta que podría haber escrito Fray Luis: “¿Por qué, entonces, no quedarse allí arriba?”

Esa intensa meditación ascética en la que la vida se concibe como contemplación y como aspiración a la visión de la Belleza le llevará a asumir la convivencia en el hombre de lo alto y lo bajo, porque “nunca será –dice Hadot- ni puro éxtasis ni pura razón ni pura animalidad”, sino una realidad dividida en múltiples niveles.

Y aun asumiendo esos límites, la de Plotino es una espiritualidad “esencialmente luminosa y serena” y por eso “la experiencia plotiniana se expresa constantemente en términos de luz, brillo, transparencia, claridad, iluminación. ¿Es preciso concluir que ignora las tinieblas y las noches del espíritu que caracterizan la mística cristiana?”, añade Hadot, que termina su ensayo con este párrafo en el que reinvindica la actualidad de la filosofía de Plotino:

“El hombre moderno todavía está más dividido en su interior que el hombre plotiniano. Sin embargo, puede escuchar la llamada de Plotino. No para repetir de manera servil, en pleno siglo XX, el itinerario espiritual que describen las Enéadas. Tal cosa sería imposible o ilusoria. Pero sí para aceptar, con el mismo coraje que Plotino, todas las dimensiones de la experiencia humana y todo lo que ésta comporta de misterioso, innegable y trascendente.”

Santos Domínguez



25/10/16

Cortázar. Prosa del observatorio


Julio Cortázar.
Prosa del observatorio.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Pese a ser su obra menos conocida, pese a su condición inclasificable, Prosa del observatorio es uno de los textos centrales e imprescindibles en la obra de Julio Cortázar.

En ese libro, que publica Alfaguara con las fotografías que hizo Cortázar en el observatorio de Jaipur (India) en 1968, la imagen y el ritmo se conjugan para resumir el universo cortazariano en una fusión que integra esas imágenes gráficas con los doce fragmentos de 1971 que componen su arquitectura textual.

Una arquitectura literaria construida en prosa poética de alto voltaje para dar lugar a un libro breve e intenso, alto y hondo a un tiempo, como las estrellas y los espacios oceánicos observados o evocados en la noche de Jai Singh, el sultán que diseñó esos observatorios a comienzos del siglo XVIII: la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo como lo es el mármol, como lo es la anguila.

En el diseño rítmico de esta Prosa del observatorio se convoca la música de las esferas en la alta noche de Jaipur y el mar de los sargazos en una iluminación que integra lo visual y lo verbal, lo plástico y lo cósmico, la arquitectura de la curva y del ángulo, del arco y la columna, de la escalinata y la rampa que exploran estas fotografías.

Una integración de imágenes y palabras que funde intuiciones y reflexiones, el cielo y el océano, el principio y el fin, la Vía Láctea y la migración de las anguilas, lo oriental y lo occidental, el tiempo y el espacio en doce fragmentos que envuelven unas fotografías que sugieren la tonalidad onírica de este espléndido texto de Cortázar, sin duda una de sus cimas creativas.

Y, además de eso, una obra de arte total -poema y ensayo, notas de viaje y relato- que resume desde la altura del observatorio la visión del mundo de Cortázar, su asombro ante la magia de la noche, hecha palabra e imagen.

Y una fascinación ante la alta noche y el misterio del mundo que se transmite al lector en una experiencia inolvidable de lectura, en este viaje por un texto luminoso, a caballo entre la meditación filosófica, la iluminación poética y la cosmogonía: acaso ya es de noche en Delhi y en Jaipur y las estrellas picotean las rampas del sueño de Jai Singh; los ciclos se fusionan, se responden vertiginosamente; basta entrar en la noche pelirroja aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida; habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Hölderlin ha leído a Marx y no lo olvida; pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.

Santos Domínguez

24/10/16

El guardavía y otros cuentos de miedo


Charles Dickens.
El guardavía y otros cuentos de miedo.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Madrid, 2016.

Con una nueva y muy cuidada traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez, Alianza Editorial publica en El libro de bolsillo El guardavía y otros cuentos de miedo, de Charles Dickens, un clásico del terror comedido y del misterio controlado.

En estos dieciocho relatos de miedo y de fantasmas, de apariciones y sueños premonitorios, el misterio, lo macabro o lo sobrenatural se convierten en el material en que Dickens proyectó su talento para el relato corto, su capacidad imaginativa, su tono cercano, la propensión al guiño cómplice o a la sonrisa burlona tan característicos de su mundo narrativo.

La mayoría de estos relatos de desapariciones y mensajes desde el más allá, de niños inquietantes y caserones aterradores, de fantasmas de muchachas muertas que regresan en busca de venganza o con talante admonitorio los escribió para su revista All the year around.

En algunos de ellos, como La casa encantada, El capitán Asesino y el pacto con el diablo o el que da título al volumen, está el mejor Dickens, el narrador eficaz que maneja con solvencia la fuerza persuasiva del relato en primera persona para hacer verosímil la irrupción de lo extraordinario en lo cotidiano, la indefinición de límites entre lo soñado y lo real.

Pero hay en casi todos estos cuentos, que tienen más de divertidos que de sobrecogedores, una dosis de ironía y de humor negro que raya en la parodia del género.

Alejado con la distancia de su mirada irónica de los excesos efectistas del horror gótico, Dickens crea un tipo de fantasma posromántico, victoriano y bien educado, que funciona como el eslabón imprescindible hacia el terror psicológico de las historias fantasmales de Henry James.

La estupenda traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez ha conseguido poner en español ese tono cómplice y cercano de un Dickens que aprovecha con soltura los rasgos de la narración oral. No conviene perder de vista que estos textos, como la mayor parte de su literatura, estaban pensados menos para una lectura solitaria que para la lectura en voz alta ante un auditorio más o menos doméstico.

Santos Domínguez
  


22/10/16

Joaquín Márquez. Trasmallo




Joaquín Márquez.
Trasmallo.
Selección de poemas 1974-2012.
Prólogo de Manuel Mantero.
Devenir Poesía. Madrid, 2016

Hablo de tres amigos y de una larga tarde.
La ciudad era entonces más alegre; los años
duraban mucho, y poco duraba la tristeza.
Hoy puedo ver partículas de esas horas vividas
en el calidoscopio de la memoria; gestos
como breves relámpagos, palabras
entrecortadas, pasos que se traga la niebla
como al día siguiente de una gran borrachera.
Y no bebimos tanto, al menos no bebimos
como si acompañáramos a un condenado a muerte.
Hablo de tres amigos y de una larga tarde
propicia a la locura, donde eran los caminos
herencia del azar (pasó junto a nosotros
una mujer con música, el mundo en la cintura,
sin que se deshojaran sus pestañas de seda).
Las copas de champán nos midieron las horas
con alas de clepsidra y no lo comprendíamos.
Hablo de tres amigos, y un poeta de mármol,
profanando el jardín donde el cortometraje
de un suspiro extendía su desmayo a la piedra.
Enfrente el árbol daba su sombra como un fruto,
descifrando en silencio la entraña de los pájaros.
Para saber la edad de un hombre también hay
que derribarlo.
                        Miro
por la rendija del recuerdo, acudo
a los mismos lugares, desentierro
una sonrisa de metal, un ánfora
que ya no se cimbrea, una moneda
con fecha. Son los únicos vestigios
de aquella raza alegre,
de aquellos pobladores.
                                        Hablo de dos amigos
y de una larga noche.

Ese poema, Hablo de tres amigos y un poeta de mármol, publicado originalmente en el volumen Plantaciones de lúpulo (1989) forma parte de la antología Trasmallo, publicada en Devenir, en la que se reúne una selección significativa de la obra poética de Joaquín Márquez entre 1974 y 2012.

Entre El tren desnudo y Pira de incienso, Trasmallo ofrece una muestra que refleja las claves temáticas y estilísticas de la poesía del autor sevillano, la confluencia de temas y tonos, de miradas y metros, de tiempos y lugares que conforman su universo vital y literario. 

Del soneto al poema en prosa, del verso libre al arte menor asonantado de aire tradicional, de la silva a la soleá, conviven en estos versos lo culto y lo conversacional, lo cotidiano y lo universal, la anécdota festiva y la dolorosa evocación elegíaca, el instante detenido en la memoria, la experiencia recreada en el ritmo comedido y en la imagen iluminadora. 

Entre el relámpago de la metáfora y la reflexión severa y honda, entre la Torre Eiffel y la Giralda, entre lo lírico y lo narrativo, entre el amor y la muerte que están tan presentes en sus libros, por debajo de la variedad recorre estos poemas una corriente continua de verdad cordial y de cuidado de la palabra, de emoción ante la belleza y conciencia del tiempo. 

Y al fondo, muy al fondo, detrás de la ironía y la distancia, una mirada dolorida que emparenta a Joaquín Márquez con el Barroco andaluz a través del tema del sueño, una constante vertebral de su poesía, o de la simbología del agua o el espejo que destaca Manuel Mantero en su prólogo, 'Tras el tiempo pasado'.

Como en este Puente de Triana:

Frustrado Ulises, vengo
al puente de Triana
a mirar cómo el agua
zarpa hacia ayer, sin otra embarcación
para la travesía
que la de mi memoria.
Y el cactus del recuerdo con sus púas
dolorosas, me apresa;
consuelo al que me presto
como quien martiriza
su corazón con un puñal de oro.

Santos Domínguez

21/10/16

Rimbaud. Obra completa bilingüe


Arthur Rimbaud.
Obra completa bilingüe.
Atalanta Memoria mundi. Gerona, 2016.

Fue no sólo el poeta más experimental de su época, alguien que en los cuatro breves años de su carrera cambió el sentido de la poesía occidental. Nadie como él encarna la modernidad y el espíritu de la creación poética no ya presente, sino futura.

Arthur Rimbaud dejó de escribir a la edad en la que muchos empiezan a tantear sus primeros escarceos literarios. Con poco más de veinte años renunció a la literatura, pero antes, convertido ya en un poeta decisivo cuya vida osciló entre el arrebato ascético y el exceso alcohólico, entre la actitud del gamberro indeseable y la inspiración del genio, había sentado las bases de la poesía contemporánea.

Baudelaire había puesto la primera piedra, pero fueron Lautréamont, Mallarmé y sobre todo Rimbaud quienes establecieron una nueva tonalidad para la poesía, una relación nueva entre la palabra y su referente, entre la forma y la sustancia del poema, porque también era nueva la relación entre el sujeto y el objeto, entre el yo lírico y el mundo. 

A partir de esos poetas, que convirtieron a Poe y a Blake en profetas de lo contemporáneo, la poesía deja de ser literatura y se convierte en forma de conocimiento, en iluminación de una realidad irreproducible por opaca.

‘El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de “meteoro”; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville que llega a París en septiembre de 1871 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, Una temporada en el infierno (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa.’

Con esas líneas comienza el Prólogo que Mauro Armiño ha puesto al frente de su edición de la Obra completa bilingüe de Rimbaud que acaba de publicar Atalanta.

Ese prólogo aborda una semblanza del poeta a través del minucioso seguimiento de su biografía y de los cambiantes escenarios de su huida –Charleville, París, Londres, Bruselas, Yemen, Sumatra, Abisinia, Somalia. 

Propenso a las máscaras, Rimbaud escribió en una ocasión Yo es otro, para aludir a su propio desdoblamiento en ángel de luz y de tinieblas, a la convivencia en él de la inocencia y la depravación. Y es que la vida y la obra de Rimbaud están instaladas en una zona de sombra, en una opacidad misteriosa y llena de contradicciones. 

La semblanza de Mauro Armiño es una incursión en el enigma de aquel muchacho, más salvaje que tímido, que provocaba por igual espanto y fascinación, admiración y escándalo, y ‘detalla sobre todo los hechos clave de la adolescencia, la bohemia parisina y la aventura verlainiana’ de aquel joven que en constante insumisión vital y poética pasó de asombrar a los círculos parnasianos, a los dieciséis años, con la lectura de El barco ebrio, a escandalizarlos y despreciarlos por su aburguesamiento. Aquel adolescente estaba en otra dimensión: Hugo le parecía retórico; a Baudelaire, que le influyó en su época de formación, acabó por criticarlo por  blando y efusivo.

Había aprendido de él la importancia de la intuición visionaria en busca de correspondencias imprevisibles, pero Rimbaud dio un paso más hacia el desarreglo de los sentidos en busca de una nueva forma de conocimiento. En una carta fundamental, el 15 de mayo de 1871 -en la misma carta donde decía 'Yo es otro' y donde afirmaba que 'el poeta es verdaderamente ladrón de fuego'- proponía como objetivo de la poesía llegar a una iluminación de lo desconocido: 'El Poeta se hace vidente -escribía- mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. '

Rompía así con todo lo anterior para convertirse en un visionario en busca de la poesia objetiva: 'Me habitué a la alucinación simple -escribirá en "Alquimia del verbo" (Una temporada en el infierno)-: veía con toda nitidez una mezquita en el sitio de una fábrica, una escuela de tambores formada por ángeles, calesas por las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil alzaba espantos ante mí.' 

El estudio introductorio reconstruye el proceso de escritura de los poemas en prosa de Una temporada en el infierno y de las Iluminaciones, hasta el “silencio final de un poeta – escribe Mauro Armiño- que había destrozado, para la evolución de la poesía, la escritura de la vanguardia del momento, los parnasianos, y había pretendido llevar la lírica más allá de sus formas, más allá del libro, más allá del arte y de las propuestas políticas, incluso «cambiar la vida» con ella.”

Buscó el escándalo desde sus primeros poemas en francés, como Las despiojadoras, que escribió a la vez que se declaraba en rebeldía con el mundo, se escapaba de casa y comenzaba una interminable peripecia de vagabundeos que expresaban su aversión al sedentarismo. 

Escribió poemas heterosexuales antes de irse a los dieciséis  años con Verlaine, que le siguió en sus idas y venidas tortuosas y violentas, en las que Rimbaud dominaba al poeta de más edad. Rimbaud era el principal, el "esposo infernal", y Verlaine, diez años mayor y casado, era la pasiva, “virgen fatua.” 

Con Verlaine practicó el exceso del libertinaje, de la absenta y el hachís, y mostró la parte más brillante de su poesía, su incapacidad para las relaciones sociales y su tendencia provocativa y egotista. 

Empezó a escribir Una temporada en el infierno, en un paréntesis de su tormentosa relación londinense con Verlaine en 1873, y la terminó después de la despedida a mano armada en Bruselas. Ese mismo año, Verlaine recibió en la cárcel un ejemplar de aquel libro en el que pudo reconocerse en la virgen necia que se dirige al esposo infernal en el más memorable de los poemas de un libro atravesado por la potencia visionaria de sus sinestesias y de sus imágenes.

Ese mundo poético, destructivo y renovador, llegaba a la plenitud literaria en las Iluminaciones, su libro más radical y hermético, pero también el que abría nuevas vías expresivas y miraba de una manera inédita la realidad para inaugurar una tonalidad lírica desconocida hasta entonces, como en este fragmento de "Infancia": 

En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y hace sonrojaros.
Hay un reloj que no suena.
Hay un hoyo con un nido de animales blancos.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un pequeño coche abandonado en el bosquecillo  soto, o que baja el sendero corriendo, engalanado de cintas.
Hay una compañía de pequeños  comediantes con trajes de escena, divisados en el camino a través de la linde del bosque.
Hay en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que os echa.

A esas alturas, trazada ya su autobiografía moral, Rimbaud había disuelto las fronteras de la prosa y el verso, del bien y del mal, había expresado el desorden de los sentidos y había borrado los límites de la propia identidad: Yo es otro. 

Rimbaud vagabundeó a partir de entonces por las calles y los tugurios de Europa, llegó a Alejandría, El Cairo y Java, y acabó traficando con esclavos y armas en Somalia y Etiopía. Una década en el Norte de África y Arabia, el actual Yemen. Allí empezó a sufrir el cáncer de huesos que acabaría con su vida en Marsella en 1891. 

Además del análisis de la obra de quien ‘labra su propio destino de mito al hilo de su biografía’, y de su transcendencia en la poesía contemporánea, de una completa cronología, un Diccionario Rimbaud de personajes y una amplia bibliografía actualizada, esta obra completa bilingüe recoge la edición anotada, con espléndidas observaciones y comentarios, de su obra poética entre 1870 y 1873 y de su abundante epistolario, desde las primeras cartas de 1870 que muestran al adolescente descarado a punto de emprender su viaje a París hasta las que en 1891 reflejan a un hombre derrotado por la soledad, el dolor y la enfermedad, el Rimbaud final que escribía el 23 de junio a su hermana Isabelle desde el hospital de Marsella donde le acababan de amputar la pierna derecha: ‘No hago más que llorar día y noche., soy un hombre muerto, estoy tullido para toda mi vida. Dentro de quince días, creo que estaré curado; pero sólo podré caminar con muletas. En cuanto a una pierna artificial, el médico dice que habrá que esperar mucho tiempo, ¡seis meses por lo menos! Mientras, ¿qué haré, dónde me quedaré?’

Y en apéndice, sus composiciones escolares en latín, la correspondencia con Verlaine y las cartas y documentos relacionados con el affaire de Bruselas.

Más de mil qunientas páginas en torno a la obra de aquel ser irrepetible que murió “a los 37 años de edad, dejando la incógnita de su silencio, que podría ser un hecho menor y anecdótico, y el misterio creado por la poesía del meteoro llamado Rimbaud, cuyo sentido en buena medida todavía se sigue buscando”, como explica Mauro Armiño en el cierre del prólogo de esta edición que está llamada a ser la versión definitiva en español de la obra de aquel poeta que sigue brillando, indescifrable y burlón.

Nadie baja impunemente a los abismos de la poesía de Rimbaud. El lector que traspasa esa frontera y va más allá de la superficie de sus libros sabe que no hay posibilidad de marcha atrás en la poesía posterior a Una estación en el infierno o a Iluminaciones. 

Siempre en huida –de su madre opresiva y abandonada, de su infancia ejemplar de niño “alarmantemente bueno”, de la influencia de Baudelaire, de la sumisión de Verlaine, de sí mismo-, aquel ángel infernal del exceso que cambió la poesía europea en cuatro años de escritura todavía corre inalcanzable, con las suelas al aire, a años luz de nosotros. 

Un poeta no de ayer, ni de hoy: de pasado mañana. 

Santos Domínguez

20/10/16

Cristina Peri Rossi. Las replicantes


Cristina Peri Rossi.
Las replicantes.
Cálamo Poesía. Palencia, 2016.

una cadena de replicantes 

los eslabones de una biografía de amor 

llena de espectros 
que conducen de una mujer a otra 
como los afluentes de un río 
que va a dar al mar 
que, por supuesto, es el morir.

Salvo que aquella mujer que amé 
intensamente en mi juventud 
fuera alguna otra 
que no puedo recordar.

Así termina el texto Las replicantes, del que toma su título el último volumen de poemas de Cristina Peri Rossi que publica Cálamo en su colección de poesía.

Un libro autobiográfico, carnal y existencial, una “biografía de amor” que resume -entre lo explícitamente sexual y lo delicadamente sentimental- las estaciones de paso de un viaje vital que convoca el presente y el pasado desde el corazón de la autora al centro de la amada y sus rostros sucesivos.

Entre la habitación de un hotel familiar en Calella en el verano y el piso de la calle Numancia de Barcelona, entre las prostitutas de la AP7 y el box 7 del Hospital Clínico, entre el deseo y el miedo a la soledad, entre la reflexión y la memoria, un diálogo con la amada o un monólogo interior con palabras en las que conviven la potencia del amor y la del lenguaje.

Las anfetaminas y el diazepán, Chopin y la tristeza, las separaciones y las heridas, la anatomía de la pasión, la música y la literatura, la angustia y el vacío se dan cita en los poemas de este libro, escrito en un estilo coloquial y directo. 

Tan directo como la mirada con la que Cristina Peri Rossi evoca el cuerpo de la amada en versos como estos, a través de una serie de metáforas marinas: 

las playas húmedas de tus muslos
la arena de tus labios
la seda de tu vientre
el agua dulce del cántaro de tu boca
y el salitre de tu concha marina
entre las piernas. 

Santos Domínguez

19/10/16

Juan Ramón y Zenobia en Cuba


Antonio Ramírez Almanza.
Para una presencia de Juan Ramón Jiménez 
y Zenobia Camprubí en Cuba.
Facediciones. Huelva, 2016.

“Juan Ramón sigue estando en Cuba: deambulando por las calles intensas de color de La Habana, interrogando a los edificios que el tiempo ha vaciado, en La Habana Vieja, por las fortalezas; en la Moderna, paseando en la tarde por el Malecón con Menéndez Pidal con destino al Vedado para internarse en el moderno Hotel Victoria, que hoy, como se dijo, refleja en un azulejo blanco de la entrada la constancia del vivir de Juan Ramón y Zenobia en aquel lugar”, escribe Antonio Ramírez Almanza en uno de los capítulos de Para una presencia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en Cuba, un volumen que llega a su tercera edición y que recoge un conjunto de estudios sobre la presencia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia en la Isla de la Ida, donde permanecieron hasta enero de 1939.

Con el telón de fondo del exilio literario español en Cuba, a donde llegaron en noviembre de 1936, Ramírez Almanza propone, entre el relato y la investigación que se apoya en los textos juanramonianos, un recorrido por los paisajes y lugares que frecuentaron Juan Ramón y Zenobia, protagonistas de dos destierros que “sin ser contrapuestos, fueron absolutamente distintos”, porque frente a la conformidad pragmática de Zenobia y el compromiso humanitario que la convirtió en incansable viajera por la isla, Juan Ramón interiorizó con amargura su irreversible condición de exiliado.

Una situación desde la que el poeta ejerció una influencia decisiva en escritores jóvenes como Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Dulce María Loynaz o Serafina Núñez, a quien en su condición de último testigo de Españoles de tres mundos se le dedica el capítulo final, que recoge la entrevista que le hicieron Diego Ropero-Regidor y Antonio Ramírez Almanza en La Habana el 14 de febrero del 2000, donde resalta que “nadie podía negar la luz de Juan Ramón, nadie.”

Santos Domínguez

18/10/16

Mont Saint Michel y Chartres


Henry Adams.
Mont Saint Michel y Chartres.
Traducción de José Rafael Hernández Arias
José Enrique Ruiz Doménec.
Arpa Editores. Barcelona, 2016.

El origen y el significado del gótico, las raíces de la cultura europea. Ese es el subtítulo de Mont Saint Michel y Chartres, un clásico de la literatura de divulgación sobre la época medieval que el estadounidense Henry Adams publicó hace más de un siglo y que aparece por primera vez en español editado por Arpa Editores en una estupenda edición traducida por José Rafael Hernández Arias y prologada por José Enrique Ruiz Doménec. 

Bostoniano refinado, escritor cuidadoso y preciso, como señala el prologuista, Henry Adams  (1838-1918) completó sus estudios en Europa y elaboró en este volumen un intenso y profundo relato que aborda en sus dieciséis capítulos la esencia del gótico a través de su arquitectura y su literatura, de la religión y la filosofía, de la teología o la poesia trovadoresca.

Centrado en el siglo XII, su talante narrativo intenta captar y transmitir el tono espiritual de una época que encontró su identidad más significativa y duradera en el arte y en la literatura, en la abadía del Mont San Michel y en la Chanson de Roland, que “es una con el Mont-Saint-Michel”, porque “es en poesía lo que el Monte es en arquitectura.” 

En torno a la abadía de Mont San Michel y a la catedral de Chartres, Adams describe torres y pórticos, esculturas y vitrales, vincula el gótico al desarrollo del culto mariano porque "todo lo que los cantares no podían expresar, floreció en el gótico; lo que la mente masculina no podía idealizar en el guerrero, se idealizó en la mujer; ninguna arquitectura elevada en la tierra, a no ser el gótico, causó este efecto de lanzar su pasión hacia el cielo.” 

Y así elabora el autor un libro que puede leerse como guía de viaje, como una historia de la cultura, como un relato que reconstruye el clima espiritual de aquel periodo floreciente de la cultura, marcada por la importancia decisiva de la religión y el arte como elementos vertebradores de aquella sociedad. 

La imaginación y los trovadores, el amor cortés y Leonor de Aquitania, las rivalidades teológicas en las que se vio envuelto Tomás de Aquino, los ábsides y los rosetones,  María de Champagne y Chrétien de Troyes o la filosofía de Pedro Abelardo son algunos de los rasgos característicos de un movimiento en el que se fraguó un primer renacimiento que marcó decisivamente la identidad europea.

Santos Domínguez



17/10/16

La historia de la escritura


Ewan Clayton.
La historia de la escritura.
Traducción de María Condor. 
Siruela. El Ojo del Tiempo. Madrid, 2016 

Por lo que se refiere a la palabra escrita, nos encontramos en uno de esos momentos decisivos que se producen raras veces en la historia de la humanidad. Estamos presenciando la introducción de nuevos medios y herramientas de escritura. No ha sucedido más que dos veces en lo concerniente al alfabeto latino: una, en un proceso que duró varios siglos y en el que los rollos de papiro dejaron paso a los libros de vitela, en la Antigüedad tardía; y otra, cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles y el cambio se difundió por toda Europa en una sola generación, a finales del siglo XV. Y ahora, el cambio significa que durante un breve periodo muchas de las convenciones que rodean a la palabra escrita se presentan fluidas; somos libres para imaginar de nuevo cómo será la relación que tendremos con la escritura y para configurar nuevas tecnologías. ¿Cómo se verán determinadas nuestras elecciones? ¿Cuánto sabemos del pasado de este medio? ¿Para qué nos sirve la escritura? ¿Qué herramientas de escritura necesitamos? Tal vez el primer paso para responder a estas preguntas sea averiguar algo del modo en que la escritura llegó a ser como es.

Con ese párrafo abre Ewan Clayton su magnífico ensayo La historia de la escritura, que publica Siruela en su colección El Ojo del Tiempo con traducción de María Condor. 

Calígrafo, monje, profesor de diseño tipográfico, Ewan Clayton propone en los doce capítulos de este volumen un recorrido por la evolución del alfabeto latino y de la escritura, por sus distintos soportes e instrumentos: desde el pincel de punta cuadrada hasta los programas de diseño de tipografía digital pasando por la pluma de caña o de ave; desde los rollos de papiro al papel y a la imprenta, a las máquinas de escribir y alos procesadores de texto pasando por las tablillas de cera o los manuscritos medievales en códices de pergamino. 

Un proceso evolutivo en el que la caligrafía se convierte en eje de un estudio que presenta las diversas etapas de la historia de la escritura como herramienta del conocimiento del mundo y del ser humano. Desde el trazo al diseño, desde el pulso artesanal del copista a los tipos móviles de Gutenberg y al diseño por ordenador, se aborda en estas páginas la importancia decisiva de la imprenta en el Renacimiento y en la Revolución Francesa, la creatividad tipográfica en los carteles publicitarios o en los periódicos. 

Porque, más allá de una mera historia de la escritura, este es un espléndido recorrido por la historia de la cultura y la literatura, por la evolución de la tecnología de la escritura y el diseño gráfico. Pero también una historia de las emociones y del pensamiento como formas de expresión y construcción del yo en un relato construido en torno a tres ejes de referencia: el desarrollo de la caligrafía y la tipografía, la evolución de la tecnología de la escritura y el contexto histórico, social y cultural del que forma parte.

Tres perspectivas que se van entecruzando en una cuidada edición ilustrada con abundantes imágenes explicativas para tejer un estudio panorámico, minucioso y documentado, pero ameno a la vez de la evolución de la escritura, que –señala Ewan Clayton en el último capítulo, El artefacto material- es mucho más que una mera reproducción del habla. Algunos elementos de la letra –guión, colores, cambios de estilo, de la romana a la itálica o a la gótica- no guardan ninguna relación directa con el habla y, desde luego, hay muchas cosas que la escritura tiene que pasar por alto: entonación, velocidad, subidas y bajadas de volumen, la interacción del habla y la expresión facial, así como la alianza del habla con los gestos, en una interrelación de signos coreografiados que discurren entre el hablante y el oyente. La escritura no capta nada de esto. 

Pero la escritura hace algo que no hace el habla. Comunica por medio de diversos sentidos, color, forma, peso, textura. Tiene también una relación distinta con el tiempo. Puede dejar un sustrato que perdure un largo periodo, a menudo mucho más amplio que la vida del autor. Puede recorrer físicamente grandes distancias, puede configurarse colectivamente y “continuar” mucho más tiempo del que alguien es capaz de hablar sin pausa. Es posible volver a ella. Se le pueden integrar ilustraciones. Puede ordenar cosas visualmente, en formas tabulares, radiales o inclusivas, lo que es difícil de hacer en el lenguaje hablado; no existe ningún equivalente auditivo del sumario de un libro ni del índice analítico. La escritura participa en la manera en que entendemos nuestras relaciones y construimos y coordinamos nuestras instituciones, que inician su andadura precisamente en ese punto en el que las cosas devienen demasiado extensas (como en la fábrica del siglo XIX) o demasiado complejas (la enciclopedia) para que el habla funcione de manera eficaz.

Santos Domínguez

14/10/16

Antonio Hernández. Viento variable


Antonio Hernández.
Viento variable.
Calambur. Barcelona, 2016.

Entre la mirada interior y la exterior, entre el parque madrileño del Retiro y la bahía gaditana, entre el apasionamiento encendido y el escepticismo desengañado, entre la anécdota individual y su significado simbólico, Viento variable, el reciente libro de Antonio Hernández que publica Calambur, es una espléndida muestra de la capacidad que tiene la
poesía como método de integración de realidades contrapuestas, además de una nueva pieza en la construcción de la sólida obra poética a la que su autor ha dedicado hasta ahora más de medio siglo.

No se trata de una pieza más, aclarémoslo ya, ni de un simple apéndice de su poesía completa, sino de un libro que tiene la importancia crucial de una clave de bóveda en el edificio poético del autor.

Articulado en torno a distintos leitmotive que recorren sus secciones como ejes temáticos vertebrales, como variaciones que matizan su mirada, Viento variable es un libro que, como las sinfonías, combina la coherencia unitaria de la composición y la autonomía de sus movimientos con la pertenencia a un todo que le otorga su sentido más profundo.

Porque en Viento variable Antonio Hernández agrupa lo narrativo y lo lírico en un libro que contiene el ocaso y el amanecer y reúne lo vivido y lo imaginado, lo astral y lo minúsculo, la memoria y el sueño en la evocación del paisaje como estado del alma, según anuncia la cita de Amiel que abre el libro.

Y por eso y porque “las espinas forman parte del parque” o porque “la primavera / tiene su espejo perfecto en la rosa: / esplendor y traición; del polen nacen lágrimas / y el césped guarda fuegos embozados', esa integración de contrarios tiene sus referentes ideológicos y poéticos en el Barroco, un movimiento con una conciencia del tiempo tan aguda y punzante como la que recorre este libro. Y por tanto  no es casual la resonancia quevedesca de muchos de sus versos, la mirada irónica, distante y desengañada que recuerda los avisos gongorinos con un tono desgarrado que convive aquí también con la gracia vitalista y afirmativa de Lope.

Integración y reunión no sólo de temas, sino de tonos y enfoques, de metros diversos, entre la proximidad coloquial o la levedad casi aérea de la canción y el largo aliento meditativo del verso libre en un conjunto en el que coexisten distintas formas de mirar a un mundo opaco y complejo, ancho y ajeno como el que le inspiró a Ciro Alegría el título de su mejor libro.

Una armonía que prefiguraron ya esos dos Géminis sevillanos  (“uno me hizo su hermano / y el otro su sobrino”) que evoca y homenajea uno de los poemas de este libro que es antes que nada un memorial de emociones de amplio espectro que se mueven entre el ámbito doméstico y la dimensión social de la poesía.

Viento variable es, pues, la historia del corazón de un poeta que va de lo íntimo a lo testimonial y resume la infancia en los ojos de su nieto o en el recuerdo de su abuelo industrioso e infeliz, en el ángel trangresor que puso impremeditadamente la semilla de la poesía en unos libros abandonados en la fonda de su abuela o en la evocación de su primo Pepito el Rana.

Porque, como en la parte más sustancial de la obra toda de Antonio Hernández, el recuerdo –“lámpara de la vida”- mantiene encendida la luz de la memoria que nos construye frente al paso del tiempo que nos destruye, sostiene la llama de un paraíso perenne y perdido entre las sombras y la esperanza, entre un presagio funesto y un mal sueño, entre la revelación de un crepúsculo atlántico en la Bahía de Cádiz y la paciencia dorada del otoño en el contraluz de ese mar subalterno del estanque del Retiro.

En ese tipo de contrastes se sustancia literariamente la lucha interior del poeta que sostiene un íntimo, inmisericorde debate consigo mismo, un diálogo interior descarnado en el que coexisten la luz y la sombra en la misteriosa transparencia de la vida y en los estragos del tiempo que hace cojear “de las piernas y de los sueños”,  tocados por las huellas invisibles que dejan el miedo y los naufragios.

Bajo una mirada desgarrada, de estirpe quevedesca, irónica y distante –ya lo decíamos-, pero también compasiva y conmovida, porque “en la llama esplende lo escondido,/hace señas lo oscuro”, se suceden en Viento variable las envidias líricas y las insidias prosaicas, el horario vespertino del tullido y una música que aleja el lunes, una casa de fieras que es la metáfora del mundo y una luz musical que no cojea, la crítica de la injusticia o el canto desnudo del pobre con la música callada del piano en la casa familiar, Enrique de Melchor y Duke Ellington, Claudio Rodríguez reencarnado en gorrión, Antonio Machado con su desnudez vestida de alma o un Lorca sin tumba ni mármol.

Por si quedaba alguna duda, en este nuevo viaje al corazón de las palabras Antonio Hernández vuelve a demostrar que la literatura vive en el matiz del adjetivo y de su primo el adverbio, como demostró por la vía de los hechos consumados el maestro Luis Rosales, al que se dedica uno de los textos más memorables de este libro, socarrón y amargo, presidido a veces por un tono sombrío y otras por la sonrisa luciferina y comprensiva de quien va de su corazón a sus asuntos.

A estas alturas de su obra, cada nuevo libro de Antonio Hernández es un ejercicio de riesgo, el que asume aquí por ejemplo al situar su texto en la encrucijada de los géneros y en el mestizaje de lenguajes y registros que se mueven entre el prosaísmo deliberado o el tono coloquial y la ambición expresiva.

Pero además, cada nuevo título de un autor consagrado tiene la obligación de ser una nueva aportación dotada de sentido propio que la justifique en sí misma y que a la vez ilumine el resto de su obra poética retrospectivamente.

Esa responsabilidad, que Antonio Hernández cumplió ejemplarmente en Nueva York después de muerto, es la que orienta también la escritura de este Viento variable, una nueva piedra fundamental en el conjunto de la poesía de un autor imprescindible en la poesía española de los últimos cincuenta años.

Alguien que, según confiesa –distante y confidencial a un tiempo- en uno de los textos:

ha sufrido tanto
que tiene el corazón mellizo.
Por eso ha sobrevivido.
Por eso lo que escribe
no es letra muerta.

Santos Domínguez


13/10/16

La lluvia está diciendo para siempre


Jorge de Arco. 
La lluvia está diciendo para siempre. 
Colección Melibea. Talavera de la Reina, 2016.


La voz limpia del campo 
resuena en el umbral de la garganta. 
Es la hora del trigo y los arcángeles. 
Es la hora del alma y del relámpago. 
Resuena mi reloj 
y en el espejo súbito 
del alba 
comienzan a vibrar 
las siete campanadas del invierno. 

-Heredero del aire, 
del beso y del ahogo 
que dicta la soberbia del amor, 
hago inventario 
del frío y de los soles del ayer-. 

Detrás de los maizales, 
la lluvia está diciendo para siempre. 
Ahora, escucho de nuevo, 
la fe de su canción, 
los ecos que golpean 
al son de la memoria. 

Es el poema que abre la primera parte de La lluvia está diciendo para siempre, el libro con el que Jorge de Arco obtuvo el premio Rafael Morales en su edición de 2015.

Un libro en el que conviven la elegía y la oda, porque el pasado persiste en el presente de la memoria y la palabra se detiene en el tiempo: “Ayer estoy llegando al número de casa...” 

Escritos con la contención del metro corto que oculta un ritmo de largo aliento y de honda intensidad, los versos de La lluvia está diciendo para siempre abordan los negocios del corazón y el tiempo, de la noche y la memoria con el contrapunto de dos voces amantes que consumaron su luz bajo el cielo adolescente.

Con imágenes potentes y un sabio uso de los adjetivos, Jorge de Arco compone en estos poemas una indagación desde la sombra insomne de la memoria, una evocación en busca de la claridad y de la aurora, porque –como nos enseñó definitivamente Antonio Machado- se canta lo que se pierde.

Y por eso hay en estos textos, escritos con la fuerza de la poesía verdadera que nos explica y nos conmueve, una invocación a la memoria en demanda de respuestas y de esa serenidad con la que cierra el libro este poema:

Todo está en calma 
delante de mis ojos. 
La noria del silencio martillea 
sobre las largas lindes del recuerdo 
y la tormenta última 
dejó los campos 
empapados de sueños y nosotros. 

Voy descorriendo 
en esta noche, 
la niebla y los cabellos de lo amargo, 
la luna y su desvelo, 
mi lumbre y su verdad. 

Afuera, 
el brillo del estío 
es la ardida canción 
que sigue hablando de los dos.

Santos Domínguez

12/10/16

Henri Duchemin y sus sombras


Emmanuel Bove.
Henri Duchemin y sus sombras.
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia 
y Amaya García Gallego.
Hermida Editores. Madrid, 2016.


Con una espléndida traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, Hermida Editores publica Henri Duchemin y sus sombras, un volumen que reúne una novela corta y otros seis relatos breves de Emmanuel Bove que se editaron originalmente en 1939 en Gallimard.

Emmanuel Bove (1898-1945) fue un escritor al margen y en ese margen viven también los personajes que pueblan estas páginas como narradores de sus experiencias ambiguas o como protagonistas en los que proyectó sus propias sombras.

Y más sombras que luces hay igualmente en estos textos en los que la fuerza de lo vivido es el soporte de una literatura directa y la agilidad  narrativa o la fluidez de los diálogos levantan la imagen de un mundo sombrío y de unas relaciones humanas opacas y problemáticas que quizá expliquen la influencia que ejerció en Camus o en Nathalie Sarraute o la atención que suscitaron en Handke y Ashbery, que tradujeron a Bove y de esa manera reivindicaron su forma de narrar y de mirar el mundo.

“La claridad abandonada de la lámpara solo alumbraba cosas quietas”, escribe Bove, con ese instinto para el detalle que destacó Samuel Beckett, en el primero de los relatos, ambientado en la soledad de una Nochebuena. Una novela corta -El crimen de una noche- en la que el crimen y la culpa sobrevuelan con la sombra de Dostoievski al fondo y tiñen la acción como en un sueño navideño de Dickens.

La soledad y el aislamiento, la infidelidad y los encuentros con desconocidos, la dificultad de las relaciones humanas y de pareja, el fracaso, la resistencia o el autoengaño del narrador-personaje son algunos de los hilos conductores de estos relatos construidos desde fuera por una tercera persona narrativa, como ¿Será mentira? o levantados desde dentro por una primera persona propensa a engañarse a sí misma y a engañar al lector, como Lo que vi o La historia de un loco, historias que revelan las difíciles relaciones de los personajes con un mundo opaco, con  los otros y consigo mismos.

Son seguramente proyecciones del mundo interior de Bove, tan sombrío y amargo como el regusto áspero que dejan estas narraciones.

Santos Domínguez