9/2/17

Vindicación del arte en la era del artificio


J. F. Martel.
Vindicación del arte en la era del artificio.
Traducción de Fernando Almansa.
Atalanta. Gerona, 2016.

“Como los ciclotrones de los físicos, la obra de arte es una máquina que permite descubrir los sustratos ocultos de la realidad. Nos da una visión de las fuerzas psíquicas que conforman el mundo y nos permite adivinar de dónde venimos y hacia dónde vamos. En este sentido podemos decir que el arte es profético,” escribe J. F. Martel en el espléndido Vindicación del arte en la era del artificio que publica Atalanta con traducción de Fernando Almansa.

Un ensayo luminoso que explora “la naturaleza del arte en el momento histórico actual”, un viaje personal hacia un arte que “trabaja con la propia conciencia, con el material del que están hechos nuestros sueños.”

Una reivindicación del arte y un intento serio de diferenciar entre arte y artificio, entre la creación artística como método de conocimiento, como revelación que propone otro nivel de conciencia de la realidad, y el nivel del artificio, de la creatividad efímera y utilitaria “que desemboca en una cancioncilla comercial, un nuevo diseño de automóvil o un éxito de ventas de temporada.” 

Porque en este tiempo de ruido y confusión, frente al artificio y sus variantes -“la información, el entretenimiento y el jolgorio”-, Martel reivindica el arte verdadero, que viene de un territorio misterioso que está más allá de nuestros límites y llega también más allá de nuestras fronteras personales.

Como Jung, como Kubrick, como Herzog, Martel evoca la irrupción del arte en el Paleolítico Superior como un estallido súbito, no como el resultado de una evolución de la humanidad, porque “fue el arte el que inventó al ser humano.” 

Y así surgió también la imaginación, la facultad imprescindible en la creación artística, porque ofrece “una imagen inesperada del mundo” y no una simple reproducción. Indisociablemente ligados al arte, a la imaginación, a las causas y a los efectos de su poder revelador, la sorpresa y el asombro, porque “el arte asombra y nace del asombro.”

Un asombro y una capacidad reveladora que recorren las manifestaciones creativas desde el arte rupestre a los lienzos oscuros de Rothko. Por el contrario, el artificio es el falso arte que renuncia a la revelación para quedarse en el terreno del mensaje informativo, admonitorio o sentimental, al margen de la voluntad artística que transforma con su capacidad imaginativa el signo en símbolo y captura los símbolos “que nos enfrentan a lo insondable” y sitúa la obra de arte en el terreno numinoso de las revelaciones.

Frente al artificio que nos presenta “una imagen de la vida en la que nunca figuran el tiempo, el caos ni la muerte", el arte se plantea como un desafío creador que presenta alquímicamente la realidad a nueva luz.

Y como consecuencia, frente al carácter estático del arte, lo dinámico es un rasgo del artificio; frente a la conmoción que produce y de la que procede el arte, lo propio del artificio es la moción, la pura movilidad sin intencionalidad estética alguna.  

Al mensaje unívoco, simplista y obvio del artificio -que el autor ejemplifica con la película Avatar- se opone la ambigüedad poliédrica del arte, la voluntad visionaria y profética de una belleza dotada de profundidad simbólica y no limitada a la condición de mero ornamento.

Por eso, escribe Martel, “todos los artistas son animistas, chamanes cuando trabajan, incluso aquellos que se declaran laicos o ateos.”

Y en esa perspectiva, el arte no es un modo de distracción, sino de conocimiento. Una  incursión en la grieta –“la parte del misterio que comparten todas las obras de arte”- que abre el camino de lo simbólico y de expresión del mundo inconsciente, de lo que está más allá de la razón.

Más allá de su humilde propósito declarado –“una invocación a ver el arte con nuevos ojos”- este espléndido ensayo es una reivindicación sólida del carácter oracular de las obras de arte.

Y más que eso: una profunda reflexión sobre la creación artística en cualquiera de sus disciplinas –pintura, música o poesía- como expresión polivalente que aúna belleza y símbolo en los límites de la razón, porque “toda gran obra de arte es un apocalipsis silencioso. Desgarra el velo del ego y reemplaza las viejas impresiones por otras nuevas que son a un tiempo inexorablemente ajenas y profundamente significativas. Las grandes obras de arte tienen la capacidad única de arrebatar la mente discursiva para llevarla a un nivel de realidad más expansivo que la dimensión del ego en la que habitamos normalmente. En este sentido, el arte es la transfiguración del mundo.”

Santos Domínguez